En un RC Deportivo de la Coruña que intenta reconstruirse desde la solidez y la identidad, Yeremay se ha convertido en el hilo conductor entre el talento y la eficacia. En estos primeros diez partidos de la temporada 2025/26, el joven extremo canario ha confirmado que ya no es una promesa, sino una realidad. Bajo el mando de Antonio Hidalgo, su figura ha adquirido un peso específico que explica buena parte de la mejora del conjunto coruñés.
Yeremay Hernández, nacido en Las Palmas de Gran Canaria un 10 de diciembre de 2002, es un extremo distinto. El tipo de perfil que parece dibujado para romper partidos. Diestro, pequeño, eléctrico, habilidoso, parte desde la banda izquierda para jugar a pie cambiado como todos los extremos modernos que nacen para llamar la atención.
Desde ahí construye casi todo su fútbol. Su control orientado, la conducción en diagonal y el disparo seco desde la frontal definen su juego. No necesita adornos ni grandes gestos técnicos para generar peligro, pero, aún así, de vez en cuando deja alguno. Su virtud es la naturalidad con la que convierte cada posesión en una amenaza. En el sistema de Antonio Hidalgo, que combina fases de presión media con ataques rápidos y posesiones trabajadas, Yeremay actúa como el punto de fuga. Recibe abierto, fija al lateral rival y, cuando el Dépor recupera en campo contrario, se convierte en la salida más limpia hacia el área.
En esos metros, su conducción corta y su cambio de ritmo son devastadores. Es un futbolista que acelera, que juega con el desequilibrio y que asume riesgos. Y eso, en un equipo que busca crecer desde la solidez, tiene un valor doble: desahoga y, a la vez, rompe el guion del partido. De momento, tres goles, presencia constante en el once y un crecimiento sostenido lo colocan como uno de los jugadores más determinantes del equipo gallego en su regreso a una categoría que exige constancia y carácter.
Yeremay en la pizarra
Desde lo táctico, su papel tiene doble vertiente. En ataque posicional, Yeremay funciona como generador de ventajas: fija rivales, crea superioridades y abre camino al interior o al lateral que llega desde atrás. En transición, es el ejecutor: recibe, conduce y finaliza. Esa mezcla le da un perfil de extremo moderno, más finalizador que asistente, más de ritmo que de pausa.
Aun así, su capacidad para interpretar cuándo acelerar y cuándo temporizar es cada vez más visible. Ha aprendido a no perder tantos balones forzando el uno contra uno y a conectar más con los mediapuntas en la frontal. Antonio Hidalgo le exige sacrificio en el retorno, y el canario lo asume con disciplina. No es un futbolista de gran despliegue físico en defensa, pero entiende las coberturas y mantiene la estructura cuando el Dépor repliega.

Su lectura táctica ha mejorado: ya no se desconecta cuando el balón circula por el lado contrario y llega con tiempo a la presión secundaria. Ese crecimiento es el que le permite mantener minutos y jerarquía en un equipo que pelea cada punto con uñas y dientes. A sus 22 años, Yeremay encarna esa mezcla de descaro y madurez que pocos extremos jóvenes alcanzan.
Tiene margen para mejorar, especialmente en la toma de decisiones en el último tercio, donde a veces abusa del disparo o se precipita en el regate. Pero su margen de mejora es proporcional a su influencia. Si logra afinar su visión colectiva y mejorar su precisión en el pase final, puede pasar de ser un agitador a un generador completo de juego ofensivo.
El desahogo ofensivo del nuevo Dépor
El club lo ha entendido así y por eso lo ha blindado con un contrato de larga duración. Yeremay representa la apuesta por un Dépor más joven, más veloz y más ambicioso. En el vestuario, su figura ha crecido. Los compañeros lo buscan, el entrenador lo libera y el público lo espera. No hay jugada de ataque que no pase, directa o indirectamente, por sus pies. Es el jugador que más faltas recibe, el que más remata y el que más obliga al rival a bascular.
Su impacto no solo se mide en cifras. Aunque los números reflejan su protagonismo, su influencia va más allá. Su sola presencia condiciona las ayudas defensivas contrarias. Cada vez que encara, el lateral rival recibe apoyo del mediocentro o del extremo contrario, y ese movimiento abre espacios para la segunda línea. Es un efecto dominó que explica por qué el Dépor ha crecido en volumen ofensivo incluso en encuentros sin marcador abultado.

En un Dépor que se ha propuesto recuperar su sitio en la élite desde la coherencia, Yeremay es el elemento que rompe la previsibilidad. Cuando el partido se empantana, cuando los ataques por dentro se nublan, el balón busca su banda. Desde ahí, inventa soluciones. No siempre acierta, pero siempre propone. En una categoría donde la mayoría de equipos se protegen con bloque bajo y ritmo bajo, tener un futbolista capaz de acelerar el pulso del encuentro es un privilegio.
El Deportivo 25/26 ha encontrado en Yeremay Hernández un faro que ilumina el ataque, un desahogo para el mediocampo y un recurso para los días grises. Todavía está lejos de su techo, pero su influencia ya es estructural. Si el Dépor logra consolidar su plan de juego y mantenerlo sano, el extremo canario puede ser el símbolo de una nueva etapa: la de un equipo que se redescubre a través del talento de uno de los suyos. En Riazor, el ruido vuelve a sonar a fútbol al ritmo que pone Yeremay.

