La resonancia magnética practicada a Álvaro Rubio confirmó que sugre una rotura de fibras en el recto anterior de su pierna derecha, lo que hará que él se pierda lo que resta de campaña y el equipo un rico abanico de matices en el juego.
Tres de marzo, Nuevo José Zorrilla. La sanción de Víctor Pérez deja entrever un hueco por el que meterse en el once. Como meses atrás había ocurrido cuando la baja fue Nafti, Miroslav Djukic se decanta por Álvaro Rubio como sustituto.
Una semana después, el tunecino vuelve a ausentarse por acumulación de amonestaciones. El vacío que deja lo cubre Víctor Pérez, cuya titularidad es innegociable desde que el mundo es mundo y Djukic Valladolid. A su lado, Míster Silencio.
El catorce de abril el Real Valladolid salta al Nuevo José Zorrilla con el ánimo de hacerse con su cuarta victoria consecutiva. Rubio no está, pero no se siente su ausencia. El equipo vence por tres goles a cero y nadie parece notar su ausencia.
No tiene la exuberancia que muestra en el despliegue físico el hechicero de Toulouse; ni se ve en él el manejo de la tijera y el hilo del sastre Pérez. No tiene alma de fondista, ni tan siquiera de corredor de medio fondo; ni tampoco entiende de alta costura. Sin embargo, después de un partido ausente, volvió para reinar allí donde en la élite acostumbran a gobernar atletas republicanos.
Quizá por los recortes, quizá por su carácter, no hubo derroches en acto alguno. Mehdi Nafti besó su mejilla y le señaló el camino. Él, en silencio, caminó hacia el verde mientras sus súbditos tarareaban Depeche Mode, forma poética de decir a la afición que disfrutaría de Míster Silencio como nunca; incluso más que en época de Mendilibar.
La rotura de fibras en el recto anterior de su pierna derecha es una pésima noticia para el mejor Álvaro Rubio que se ha visto en Valladolid y para Miroslav Djukic, quien había encontrado a Víctor Pérez el mejor compañero para completar las dobles parejas perfectas que conforman ambos junto con Alberto Bueno y Óscar González.
Con el mediocentro riojano en el campo, en este último tramo de la temporada, el Real Valladolid ha sumado ocho victorias, tres empates y una única derrota, precisamente cosechada sobre la bocina frente al Celta en el peor momento de la campaña, el único en que el equipo sumó dos caídas de forma consecutiva.
No sólo los números acompañan, sino también el juego. El Pucela ha terminado de ser Valladolid con Rubio actuando como cabecero de área, como primera opción de salida y apoyo para Marc Valiente y Jesús Rueda, tanto en el inicio de la creación como en labores defensivas, cuestiones que no son baladí.

Por un lado, con Álvaro Rubio sobre el campo el equipo ha terminado de confirmarse como el menos goleado de la categoría. Por otro, el inicio de la jugada se realiza de un modo más veloz y depurado, gracias a que la disposición que adopta el equipo ofrece un mayor número de alternativas de pase y a su destreza asociativa.
Incrustándose entre los centrales, el ‘dieciocho’ permite que ambos se abran y que los laterales inicien la jugada en el centro del campo, a la altura de Víctor Pérez y prácticamente de Óscar, que acostumbra a partir de posiciones más retrasadas para mezclarse con el manchego antes de llegar a su zona de influencia en la mediapunta.
Este tipo de salida, conocido como salida lavolpiana -en honor a Ricardo Lavolpe, técnico argentino, y que tanto practican Athletic de Bilbao, FC Barcelona o Real Madrid-, favorece un mayor estiramiento lateral del equipo, lo que dificulta al rival la labor de por una posesión que en la actualidad el Real Valladolid disfruta en monopolio y frente a cualquier rival -salvo, quizá, hace un par de semanas frente al Hércules, a lo largo del segundo periodo-.
Junto a ello, en labores defensivas el equipo gana un hombre con su participación, no porque Mehdi Nafti no tenga ese perfil, sino porque su forma de juego se sustenta más en el despliegue físico que en una impoluta lectura táctica de las ayudas a realizar, cuestión que reduce el margen de error y ayuda a que la salida con los laterales largos pueda darse, especialmente con Sisi ocupando el carril derecho.
No es descabellado que, ante lo que se juega el equipo, el pequeño ratón hiperactivo continúe apareciendo de salida en esa posición, si bien esa peor lectura que realiza Nafti puede desembocar en un mayor número de fallos defensivos cuando Sisi no repliegue junto al resto de la defensa, Jesús Rueda deba salir a tapar su hueco y el tunecino el que en la zona central dejará el canterano.
De este modo, cabría pensar que para seguir apostando por el modelo de juego adoptado en las últimas semanas, acentuado con Sisinio ocupando el carril derecho, quizá lo mejor sería apostar por Javier Baraja, jugador más semejante a Álvaro Rubio que Nafti; de un mayor rigor posicional, aunque a la vez menos bregador.
En cualquier caso, dado el número de minutos de que ha dispuesto uno y otro, sería sorprendente ver formar al capitán antes que al dromedario tunecino; como también lo sería que la titularidad de éste obligue a realizar otra permuta para dar entrada de nuevo a Mikel Balenziaga, aunque por conceptos quizá fuese lo más seguro si no se jugase el Real Valladolid tanto como se juega.
Así de relevante es la baja del ‘dieciocho’. Tanto, que de su no participación podría depender en un momento de menor presión competitiva la alineación no sólo de su sustituto, sino también la forma en que el equipo es Valladolid. Por extraño que parezca, no es la suya la única presencia condicionante semejante en el fútbol de élite. Basta con ver a los dos grandes elefantes de este país para comprobarlo.
Cuando Álvaro Rubio, caído aún en el suelo se quitó el brazalete de los insignes capitanes, lo hizo consciente de que para él todo había acabado. Con su lesión el equipo no cejó en el empeño de la victoria, ni lo hará en adelante, pese a perder a uno de sus pesos pesados. En el juego, por todo lo comentado; y en lo anímico porque perderlo a él es perder a uno de los capos; a uno de los faros guía.
El pasado domingo, cuando Álvaro se rompió, probablemente todo lo anterior comenzó a sobrevolar la cabeza de un técnico. También de muchos aficionados. Porque aunque su voz sea la del silencio, así es Rubio: muchas veces imperceptible cuando está; y la viva imagen de la melancolía cuando falta.
