Cuando Guillermo Almada aterrizó en el banquillo del Real Valladolid para la temporada 25/26 sabía que heredaba un equipo desnortado, acabado y sin rumbo tras el descenso. Lo primero que hizo fue intentar imponer sus señas de identidad, muy marcadas en su ideario y trayectoria, como la presión en campo rival, el bloque compacto y una visión de ataque vertical. Sin embargo, a pesar de que ya había utilizado en pretemporada el 1-4-4-2, a comienzo de temporada empezó a usar un 1-4-2-3-1 que le ofrecía un equilibrio estructural y una claridad táctica, ordenada por escalones más naturales.
Ese doble delantero, que teóricamente debía aportar remate y profundidad, tardó en hacerlo y dejó al equipo agobiado por momentos en pretemporada, por lo que la duda le llevó a un sistema que daba espacio a un mediapunta y fomentaba la inclusión del único punta, siendo normalmente elegido Latasa. A pesar de todo, en los últimos encuentros es el 1-4-4-2 la solución táctica inmediata ante momentos de bloqueo, sobre todo para asentar una doble punta que permitiera más movilidad y algo de cintura para despejar marcas a Latasa y aumentar opciones.

Siendo una falacia considerar que más delanteros suponen más opciones de marcar, este Valladolid de bandas abiertas y cuatro centrocampistas ordenados en un doble pivote escalonado con dos jugadores exteriores con capacidad para trazar la diagonal y ser, por momentos, dos interiores, está encontrando acomodo en este dibujo. Con la defensa tradicional de cuatro y con laterales muy profundos, Almada lo ha usado como respuesta a fases en las que el equipo no encontraba conexiones, no generaba peligro o sufría atrás.
Al mismo tiempo, su variabilidad táctica reconoce a su vez que por momentos no era lo más adecuado como opción exclusiva, ya que a mitad de pretemporada y en varias fases competitivas se planteó la necesidad de flexibilizar el dibujo de un 1-4-2-3-1 a un 1-4-3-3 por tramos, lo que explica ahora su insistencia en volver a ese 1-4-4-2 como vía de urgencia en los últimos encuentros, especialmente en la última victoria en casa, donde llegó a alinear cuatro delanteros distintos (por rol), con Latasa, Amath, Jorge Delgado y Arnu.
Pese a que ha tenido resultados compensatorios, la solidez defensiva ha mejorado y el bloque parece más unido con la figura creativa de Ponceau en el doble pivote, cumpliendo a medias con la figura de enganche e interior, por lo que el 1-4-4-2 ha perseguido a Almada y al equipo pucelano como una variante que da rigidez. Aunque no faltan jugadores para ejercer de mediapunta que enlace, la dificultad de los delanteros para llegar con frecuencia al área y el limitado volumen de juego creativo han obligado a Almada a reconsiderar la variante de doble delantero para buscar evolución.
La pretemporada marca el camino
La pretemporada del Real Valladolid con Almada mostró claramente que el técnico uruguayo ensayó repetidamente el 1-4-4-2. Cuatro partidos consecutivos con el dibujo clásico. A su vez, con nombres casi fijos salvo a causa de lesiones y con la intención de que los jugadores asimilaran el sistema como base de partida.
Ese trabajo dio pistas del plan de partido, con bandas que suben (laterales altos y extremos por dentro), dos puntas que presionen continuamente y con un perfil variado (móvil y referencia), bloque medio-alto que busca ganar segundos balones y transición rápida al ataque. Sin embargo, la fase de preparación también sacó a la luz debilidades y esa lógica de los dos puntas fue dejando hueco a la mediapunta por la fragilidad constructiva del doble pivote formado por Meseguer y Juric. El equipo, además, se partía entre líneas, por lo que Almada identificó esa fisura y necesitó variar el guion.

Por tanto, la pretemporada fue un banco de experimentos lógico y útil, como ensayo de una identidad que ahora está en desarrollo y que pretende ir generando sinergias con respecto a la idea de Almada y la exigencia que vaya teniendo el equipo por perfiles disponibles. Aunque el 1-4-2-3-1 haya nacido como base una vez llegada la temporada, al mismo tiempo Almada se permite trabajar en variantes que permitan alterar el ritmo del partido, provocar cambios en la pizarra al meter un mediapunta u optar por el 1-4-4-2 como en estas últimas citas.
Virtudes y defectos de tener dos delanteros
El uso de ese 1-4-4-2 con dos puntas le da a Almada herramientas claras. Los dos atacantes pueden fijar centrales rivales, generar desmarques, dosificar esfuerzos ofensivos y obligar al rival a cubrir más espacios interiores. En el último partido, la combinación de Latasa con Amath permitió al Valladolid un despliegue ofensivo más directo. Latasa como referente fijo y Amath como segunda punta móvil, generando espacios por fuera e internando al central.
No obstante, esa misma disposición también exhibe sus defectos. Dos puntas requieren un soporte creativo que a menudo ha faltado. Ese mediapunta que dé más volumen en tres cuartos, con jugadores que sean capaces de filtrar, asociarse y generar movimientos entre líneas, para que la doble punta no quede aislada o sin apoyos suficientes. Además, el bloque de cuatro centrocampistas se puede volver más estático y menos flexible, por lo que los espacios entre líneas crecen si no se alternan los roles y existen piezas como las de Ponceau o la de Amath.

Almada lo sabe, y por eso mezcla variantes. En los últimos entrenamientos ha trabajado con un delantero fijo y un segundo que cae o que actúa de mediapunta, buscando que los extremos también se conviertan en lanzadores o lleguen al área. La idea es que el 4-4-2 no sea rígido, sino dinámico, permitiendo al equipo alternar fases de presión, superioridad numérica en mediocampo y dinamismo ofensivo. Si logra que esa plantilla internalice la doble punta como ventaja y no como limitación, el avance colectivo será notable.
