Ya sabemos que el idioma es muy caprichoso. De hecho, suele tener más importancia lo que sugerimos que lo que acabamos diciendo. Un sutil cambio de entonación puede reflejar una distinta intención. Sabemos que con un pequeño cambio, casi todo puede significar algo distinto, por lo que esa es la razón de que, en Galicia, donde el agua parece tener una residencia permanente, las palabras suenan distinto cuando nos referimos a la lluvia. Y es que no solo llueve en Galicia sobre casi todos los tejados, sino también sobre las palabras. De esa convivencia y costumbre nace una frase tan sencilla y profunda como solo podría regalar el lenguaje, en este caso, la expresión gallega: “Se chove, que chova”.
En castellano, la expresión es “si llueve, que llueva”. Y parece una obviedad, la verdad, pero cualquiera que tenga vínculos con el norte de España sabe que encierra mucho más, por lo que ni es una frase sin más, ni es una rendición y ni siquiera un lamento. De hecho es un gesto que encierra un significado mayo. Un modo astuto de decir que hay cosas que no dependen de uno y que lo mejor en esos casos es, simplemente, dejar que las cosas pasen. Que escampe, vaya. Y lo cierto es que, además de razón, tiene sentido y puede ser un paraguas ante ese exceso de preocupación que a veces nos asalta.
La calma de quien ya ha visto llover
Los gallegos pronuncian esta frase con total naturalidad. Una frase extendida en cualquier parte y en casi cada momento. De hecho, es parte del día a día y se cuela en cualquier conversación, desde los bares más humildes a los restaurantes más elegantes. Una frase que, aunque alude al tiempo y a la climatología de la zona y pega perfectamente con ese ambiente lluvioso casi inmortal de Galicia, sirve para casi todo.
Puede ser por una avería en casa, por estar en medio de un trámite inacabable o tras la angustia de un disgusto amoroso, pero lo cierto es que esa expresión, “si llueve, que llueva”, no habla del agua, sino que lo hace de nuestro carácter y, sobre todo, de cómo reaccionamos ante las cosas que nos tiene reservada la vida. Sobre todo, de lo negativo. Un pedacito de estoicismo que nos ayuda o recomienda seguir adelante.
Cuando el dicho se vuelve identidad
Aunque no es difícil encontrar muchos usos de la frase, la expresión se hizo aún más popular después de que una campaña publicitaria la convirtiera en todo un lema. De hecho, era innecesario explicar nada. Con solo escucharla era posible reconocer una forma de ser y de vivir. Desde entonces, eso de “Se chove, que chova” ha quedado grabado como un símbolo de identidad, como una especie de homenaje a la serenidad gallega. Una identidad que pasa a entender que la lluvia también tiene su belleza y su importancia y que, sobre todo, es más importante que nuestros propios planes. Si ha de ser, será. Mojarse, a veces, no es tan grave.
Como esta frase, en el refranero español abundan varios primos hermanos de esta misma oración. “Nunca choveu que non escampara”, dicen también los propios gallegos, para recordar que todo pasa aunque nos parezca difícil. Pero hay algo en la expresión “se chove, que chova” que resulta definitivo. Hay una aceptación sin un dramatismo exagerado. Es una manera de decir que a menudo lo mejor es dejarlo estar y no perder la calma ni el humor. Una filosofía que puede hacerte mucho más feliz y que, además, te dará una valiosa lección sobre la importancia real de todo lo que nos preocupa. Siempre, aunque parezca difícil, la vida continúa.
