El Real Valladolid cayó de nuevo. Y no es tanta la noticia a ese respecto, como la forma en la que, de nuevo, perdió el Pucela. Ante el FC Andorra, el equipo dejó la que probablemente es la peor cara de esta temporada. Los 45 segundos minutos fueron para olvidar y muestran las carencias que tiene este equipo en todos los sentidos. En la búsqueda de las razones de que el Valladolid haya chocado de nuevo con una derrota más en LaLiga Hypermotion, expongo las que me parecen las tres claves que pueden explicar el terrible desenlace del partido ante el equipo andorrano.
Primera parte sin efectividad (de nuevo)
Se vio de nuevo un Valladolid intenso, transitando rápido y con un bloque medio-alto exigente, tanto en ataque como en defensa. La escasa productividad por dentro era paliada con un Ponceau dejando grandes minutos de juego y de acierto, así como algunos de los minutos más inspirados de Chuki, buscando generar ventajas con pases profundos, relacionándose más cómodamente hacia la derecha, con Peter y Alejo (este algo más tímido que de costumbre). Pero el gol, una vez más, no tenía previsto citarse con el Pucela la tarde del sábado.

A pesar de todo eso, con un Latasa muy desaparecido y un Stipe Biuk demasiado desacertado, la realidad es que el Valladolid de Almada volvió a caer en los errores del pasado. De un pasado cercano, eso sí, porque solo en Huesca se ha visto un equipo saludable, que supo cómo encontrar el equilibrio entre intención, herramientas y oportunidades. Un espejismo que queríamos que no se vislumbrara en el horizonte cercano y menos en el último partido de 2025 en casa, pero que volvió a mostrar una realidad que duele.
Perder los nervios
El descanso, más que un respiro, parece que les dio a los jugadores un plus de nerviosismo que fueron incapaces de controlar. Una realidad compleja que hizo que sus líneas fueran meramente imaginarias. Caos absoluto en zonas intermedias, malos saltos a la presión, pocas opciones de hilar juego y muy pocas razones para creer que de esa segunda mitad se iba a poder sacar algo en claro.

La realidad es que no hay mucho que discutir más allá de esas sensaciones. El nerviosismo fue palpable y el equipo perdió la calma y, con ella, la dirección de juego. Siendo la primera parte un monólogo con balón del Andorra pero un crisol de oportunidades en las que el Valladolid puso en marcha su proyección en ataque a pesar de sus carencias, la verdad es que la segunda fue todo lo contrario con el mismo dueño del balón. El Valladolid no solo perdió el partido en el 94 con ese gol de Minsu, sino que lo perdió en el 46 saliendo al campo sin fe y con nervios.
Caer en la trampa
Le faltan cosas al Pucela. No solo gol. Lo hemos comentado muchas veces. Pero, sobre todo, le falta capacidad para articular las gestiones necesarias en la pizarra para que le hagan menos daño. El Andorra sabía lo que quería. Y lo que está claro es que este Valladolid no parece capaz de manipular sus virtudes para acomodar su fútbol al rival.

Es una seña de identidad apreciable, pero, a la vez, es una señal de debilidad, pues los demás también lo saben y, al contrario que el Valladolid, el Andorra (como otros) sí que sigue el patrón necesario para ganar. Y Carles Manso lo explicó bien. Perfectamente, de hecho. Sabían lo que el Valladolid iba a hacer, los huecos que iban a dejar y los problemas que tendrían ante un equipo como el suyo. Y lo aprovecharon. De hecho, el propio Minsu es prueba de ello. Más allá de incentivarlo tras una serie de malos partidos, la sensación es que sabían que el surcoreano podía desatascar el partido. Y lo hizo.
