Eloy de la Pisa, director de deportes de El Norte de Castilla, habla de las claves internas del equipo de Miroslav Djukic y del anterior ascensor, el que dirigió hace cinco años José Luis Mendilibar.

Dicen los que entienden de fútbol, que no son tantos como los que opinan y ni siquiera son tantos como los que se creen que saben, que es mucho más difícil ascender que descender. Al fin y al cabo, ser uno de los tres peores de veinte es más complejo que ser uno de los tres mejores de veintidós. Pura cuestión matemática.
El aserto es cierto, no lo dudo, pero olvida un factor diferencial clave: el vestuario, el grupo humano, ese conjunto ingobernable y repleto de intangibles y circunstancias diferentes, que es al final el que te hace ser de los tres peores o de los tres mejores.
Ejemplos que confirman el axioma hay a millares. Casi tantos como años de historia tiene la raza humana. Pero no hay que sumergirse en los libros de historia para comprobarlo, basta con echar la mirada atrás y comprobar cómo era el vestuario del Real Valladolid el año del descenso y el de este año. O más: como era el año pasado y como fue este. O cómo fue el año de Mendilibar y cómo era el del Fernando Vázquez. Y así hasta el infinito. El que sentenció que la unión hace la fuerza y que si divides vences, conocían el alma humana como pocos.
Desde que empezó la crisis ecnómica los equipos de fútbol han sido vapuleados por las carencias. Es normal. Durante mucho tiempo han vivido del maná de los derechos televisivos y han gastado sin pensar más allá. Ese maná era el alfa y el omega de los males: había dinero para gastar, pero había que gastar mucho para evitar descender y que el maná se conviertiera en arroz de escudilla. Y ese es el bucle maldito, el nudo gordiano que genera mucho de los males del fútbol patrio. Cierto es que el Valladolid, cuando descendió, recibió un dinero de la LFP para compensar la caída de ingresos. Pero no es más que una mínima ayuda.
Pero estábamos en el vestuario, no nos dispersemos.
Contaba Suárez que una de las muchas cosas que le habían admirado del trabajo que la pasada temporada hizo José Antonio García Calvo fue su capacidad para mantener la unidad del vestuario. El excentral fue la argamasa que aguantó el tsunami que supusieron los métodos de Antonio Gómez y la galerna que vivió el club hasta que el trabajo de Fernando Gaspar empezó a notarse sobre el terreno de juego.
Este año la argamasa ha sido otra. Y, curiosamente, ha sido la misma que permitió al Betis y al Rayo subir la pasada temporada: los impagos, la falta de dinero, la delicada situación institucional, las dudas de una promoción que no se mereció… Obstáculos, dificultades, escalones, barreras. Y como todos ellos no mataron al grupo, lo hicieron más fuerte. Y en esa fortaleza estuvo el ascenso.
El Valladolid de Mendilibar tenía un núcleo duro muy eficaz y cohexionado: Víctor, Bea, García Calvo, Borja, Alberto…. El Pucela de Djukic, también: Sisi, Jaime, Baraja, Nafti. Curiosidad: dos de los que forma ese núcleo fueron fichajes de García Calvo. Algo tiene el madrileño que le permite detectar a los futbolistas que suman y no restan.
Y, qué curioso, en ambos ascensos se ha dado la circunstancia de un entrenador conm personalidad, con ascendencia sobre la plantilla, que ha sabido estar en su sitio y dar al grupo la autonomía necesaria. Mendi y Djukic saben cuándo es el momento del elogio y del halago, y cuando la hora del palo.
¿Ejemplos? El vasco sustituyó en un partido a Sisi a los veinte minutos de juego, en el campo de hierba artificial del Vecindario, porque el equipo no funcionaba y había que ahcer algo. El Valladolid ganó aquel encuentro. El serbio, después de sacar un milagroso empate ante el Girona en Montilivi, les dijo a la cara a sus hombres que no se podía deshonrar la camiseta de la manera que lo habían hecho, que se podía no ganar, pero no dejarse ir y pecar de abulia.
Todo ese compendio de cosas, que es muy difícil aglutinar y mantener, son los que acaban por permitir a los grupos humanos lograr sus objetivos, sean los que sean. El Alcorcón, por ejemplo, no tiene un jugador especialmente interesante, que destaque mucho, que se le vean hechuras de ídolo mediático y futbolístico, pero como equipo, como grupo, son de una fortaleza que asusta. El Valladolid les acabó superando porque está igual de unidos que ellos, y porque tiene el punto más de calidad. Pero, sin lo primero, ahora la fiesta estaría al otro lado del Guadarrama.