El Real Valladolid logra sus tres primeros puntos de la temporada en La Romareda en un encuentro en el que apenas sufrió, pero que pudo ganar de manera más holgada.
No era poco el ruido que había en el entorno del Real Valladolid antes de su debut. Que si faltan cuatro tíos por venir, que si hay seis que se dedican a no hacer más que rondos, que si vamos justos de preparación, que si en pretemporada no ganamos a nadie… pero, de golpe y porrazo, en La Romareda se hizo el silencio.
Hubo un murmullo durante los primeros minutos, provocado por el ligero conato de crisis nerviosa que sufrieron los de la cruz morada en la salida ante un remozado Zaragoza. Pero no fue más que eso: un conato. Un amago de no competir, de temblar y dejar hacer en los maños. No duró más de lo que quiso Álvaro Rubio. En cuanto Rubio decidió jugar, se acabó el equipo timorato.
La noche pasó de calurosa y dulce a ardiente y golfa, como golfo era el horario en que se estaba jugando por decisión de unos ídem. Óscar empezó a parecerse a sí mismo, como ligeramente Víctor Pérez, y los tres recién llegados se mostraron como un descubrimiento.
Antonio Rukavina y Patrick Ebert pronunciaron la palabra ‘intensidad’ en alemán. Omar dijo que él solito se bastaba y se sobraba para ser profundo, aunque Balenziaga a veces le secundaba bien. Y en éstas llegó el gol. En un centro rápido y con muy mala intención -o buena, según se mire- hacia el centro del área, donde ‘El Mago’ apareció para remachar.
En parecidas circunstancias centró Rukavina alguna vez más antes del tiempo de asueto: de manera dañina, aunque a la vez inofensiva. Y Ebert corría y corría. Y Omar intentaba regatear hasta a su propia sombra. Mientras el Zaragoza parecía ser una sombra del equipo que empezó el partido. Presionaba menos y tenía el balón menos aún. Y, más o menos, pero sufría.
En la segunda mitad el Valladolid dio un paso atrás y cedió el control del balón, en parte por la fatiga y en parte porque los de Manolo Jiménez estaban obligados a más. Pero Rueda y Valiente les dejó secos. Víctor Pérez, con un penalty fallado, pudo hacerlo más. Pero prefirió la tensión.
O no tanta. Porque Aranda acompañó a Postiga y Apoño tuvo un lanzamiento fuerte desde lejos en el que Jaime suspiró, pero tampoco hubo mucho más. La zaga, como en segunda, demostró ser de primera. No hizo aguas, mal que a muchos les pese, y permitió una victoria dulce en la que Lolo, jugador del filial, debutó con el primer equipo en la máxima categoría.
