Al menos hasta el mercado invernal, Miroslav Djukic toreará al natural en beneficio, o eso se espera, de su manido ‘Somos Valladolid’.
Miroslav Djukic se ganó la pasada temporada su apelativo de almirante por su rectitud. Manejó el discurso a caballo entre lo institucional y lo estrictamente deportivo según viniese mejor en cada instante. Se mojó y enfangó cuanto fue necesario y mostró su lado más gallego cuando lo requirió la situación. Pero sin perder jamás un ápice de autoridad.
Parte de sus soldados mostró menos rigor en la batalla del que le habría gustado. Terminada la guerra, no dudó en apartarlos. Con la blanquivioleta puesta, o mueres por la causa o para ella. Como insubordinados o simples reclutas temerosos no lucharon lo suficiente por preservar el estilo. Y Djukic decidió descabezarlos.
El verano fue una metáfora futbolista de lo que Stephen King relató en ‘La Milla Verde’. Ji, ji, ja, ja; pero estáis condenados, escuchaban diariamente los apartados. Al contrario que en el buen film que protagoniza Tom Hanks, en la Avenida Mundial ’82 hubo que esperar hasta el final para se consumasen varias condenas.
Al final del verano seguían sin consumarse las sentencias de Alberto Bueno, que encarnaba la figura de John Coffee, y de Manucho, que en la película vendría a ser el loco del ratón. El mercado, como estaba más o menos previsto, no les ofreció una salida convincente. Y en parte por su culpa y en parte por la de otros, no llegó ningún jugador más. Pero Djukic no es el oscarizado Hanks, y lejos de mantenerles castigados en la isla del córner con Wilson, los readmitió en el grupo.
Sabia y lógica decisión la del serbio. Con diecisiete profesionales, su vanguardia sumaría minutos por doquier, pero también provocaría nervios y miedo. No hay más que ver cómo temblaron las piernas en Zorrilla antes del día uno cuando Guerra suspiró un par de veces. Manucho y Bueno parecían menos Valladolid, pero vuelven a serlo en la misma medida que los demás.
Tantas veces ha repetido Miroslav Djukic aquello de ‘Somos Valladolid’ que, como creador del slogan, bien podría haberse adueñado de ese sentir. “La pelota es mía y juego con ella con quien quiera”. Pero lejos de convertir sus exigencias en pataleta, en un ejercicio de coherencia utilizó la cintura y la mano izquierda como el mejor de los diestros.
Le echó un capote a los sobreros. Sin perder la plasciticidad rígida del torero que se la juega con estatuarios. Esto es, convirtiendo el inmovilismo en cambio; en movimiento. Por decirlo de una manera más sencilla: les hizo saber que contarían, pero sin apearse de sus ideales.
No cabe duda de que la decisión es la mejor que podía tomar. Las fichas vacantes habrían obligado a que Manucho y Bueno fuesen dos más, pero no es lo mismo serlo por ley que por convencimiento. Uno y otro pueden sumar en la plantilla actual. Quizá no tanto como otros, o no al menos en la misma medida, pero por descontado más que si los casi dos millones que cobran entre los dos fuesen simples condenados a morirse del asco en la grada.
