El Pucela cae ante el Valencia en el Trofeo Ciudad de Valladolid en un partido del que apenas se pueden extraer conclusiones, dada la falta de tensión competitiva.
Las selecciones y la incompetencia de los hacedores del calendario FIFA provocan estas cosas; que las ligas se paren después del transcurso de tres jornadas, en el mejor de los casos, y que los clubes aprovechen la ocasión para disputar, fuera de tiempo y casi por compromiso, el último encuentro de la pretemporada. Dado este cáriz, por más que alguno se empeñe, como es normal, pocas o ninguna conclusión cierta se puede extraer de un enfrentamiento simulado como el que tuvo lugar entre el Real Valladolid y el Valencia.
Decía quien escribe a sus acompañantes en Zorrilla después de que los de Juan Ignacio encajasen el segundo gol, casi en tono de mofa hacia un agorero cercano, que “estamos en la B”, pero no. Y menos por caer en un trofeo cada vez más descafeinado, inoportuno, incluso, como es el Ciudad de Valladolid; con un equipo que dio prioridad a quienes no la habían recibido hasta ahora.
Jaime, Heinz, Osorio, Baraja y Manucho aparecieron como novedades, junto al recién incorporado Fausto Rossi. Los tres primeros mostraron poco tino en su labor, a pesar de las ganas de agradar. El capitán, sin estar del todo desacertado, erró algún que otro pase peligroso y cometió el penalti con el que se abrió el marcador, lo cual quizá haya dejado una sensación algo agria. Mientras, el italiano y el palanca negra, se destaparon como noticias positivas del encuentro.
No era un partido para sacar conclusiones, decíamos, pero el delantero angoleño demostró sobre el césped por qué no se quiso ir. Sigue convencido de que en Valladolid tiene sitio, y al margen de que no anotase en jugada -sí lo hizo en la pena máxima que cerró el marcador-, se le vio muy activo y con muchas ganas; tantas, que no es descabellado pensar que su situación, como el pasado año, pueda dar un vuelco.
Fausto Rossi, mientras tanto, dejó su impronta sobre el campo, por momentos acostado en la banda izquierda y en otros apareciendo en la mediapunta. En uno y otro lugar dio buena cuenta de su calidad, que sin duda parece sumará desde ya. Como podrían hacerlo, si fuera menester, Xavi Carmona, Zubi y Alberto, el hijo de ‘El Galgo’, muy activos en los minutos de que dispusieron.
Unidos en el flanco zurdo del equipo, aun sin serlo, llevaron peligro a la meta que defendió en todo momento Guaita. Porque hete aquí que Djuka rotó, pero a medias, porque el once del que dispuso es de completas garantías y apenas sufrió dos permutas durante el encuentro. Vino a ser, para entendernos, el típico equipo titular que jugaría en Copa del Rey, por ejemplo, aunque la tensión competitiva fuera menos.
Especialmente en la primera mitad, el Real Valladolid estuvo un puntito por debajo en sacrificio y dejó hacer al Valencia. De ahí la diferencia, labrada especialmente en este periodo y forjada sobre la línea de tres cuartos, donde Sergio Canales, Jonás y principalmente Dorlán Pabón camparon a sus anchas para surtir de balones a un acertado Paco Alcácer.
Fueron ellos, junto a los ya señalados como blanquivioletas más lúcidos, quienes pusieron un poco de chicha al partido. Más allá, no la tuvo ni siquiera el recibimiento a Miroslav Djukic, ya que los algo más de siete mil aficionados que acudieron al estadio parecían estar a otra cosa. La única tensión real que se palpó, como quien dice, fue el amago de tangana que hubo al borde del descanso. Más allá, la (casi) nada.