El Real Valladolid empata ante el Elche en un encuentro igualado, aunque sin mucho fútbol ni demasiadas ocasiones.
Transcurridas cuatro jornadas del campeonato liguero, se podría resumir el inicio de temporada del Real Valladolid diciendo que no sabe. La afirmación, incierta como la muerte y ambigua como un gallego, no sirve de nada si no se concreta entre dos términos de apariencia semejante, el saber y el sabor. Y sin embargo, a la vez, no merece ser explicado: que coja cada cual lo que prefiera.
Decir que el Valladolid no sabe, de sabor, es tratarlo de insípido. Llamarlo soso, insulso. Y es que así es, al menos de momento. No termina de encontrarse, no digamos ya de gustarse. Juega a parecerse a sí mismo, y en ocasiones aisladas lo hace, pero no acaba de hallar la receta. Las bajas aún apremian, claro, tampoco hay que ser exquisito, pero, transcurrido un mes de competición, no estaría de más ir dando con la fórmula para presentarse al dente.
Si con las dos palabras clave del inicio de estas líneas nos referimos al saber de saber, y no de sabor, tendremos que hablar irremediablemente de la incapacidad de desarrollar un fútbol dominante y la acuciante falta de gol del equipo. No marca, pero no solo eso, tampoco genera. Y cuando quieres ser protagonista, no vale un pepino para hacer un gol. Tienes que masticar y tragar, o en su defecto atragantarte.
Parece que volvemos con esto a la anterior premisa. Y no. O bueno, sí. Porque la salsa del fútbol es saborear las mieles de un tanto, y de eso, el Pucela, por ahora poco. Remueve y remueve, pero nada, al final la salsa se corta. Y el motivo, o uno de ellos, es que Óscar no mezcla bien con lo que de él quiere Juan Ignacio. Porque el técnico, directamente, parece no querer que mezcle, y preferir esperar.
Óscar es bajar a recibir, aparecer aquí y allá. Es buscar el balón lejos y llevarlo cerca, no encontrarlo en la frontal. Aunque cabe también la posibilidad de que la cosa no sea del míster, sino suya y de los que le rodean. Quizá no se topa no porque su rol sea distinto, sino porque no halla a los socios adecuados para trenzar en la zona de tres cuartos, ya que Omar y Bergdich son otra cosa y Sastre sigue sin cuajar.
Sea cual sea el motivo, la cuestión es que el Real Valladolid no arranca. Queda un mundo y medio, pero el punto por partido que promedia es insuficiente y se aproximan curvas, con la visita del Atlético de Madrid el sábado en el carrusel de encuentros que comienza ante el actual líder. O, dicho de otro modo, aunque no hay que ponerse nerviosos, contra el Elche convenía sumar, precisamente para evitar nervios.
Los ilicitanos plantearon de inicio un enfrentamiento con todas las letras. Intensos, bruscos, por momentos, consiguieron provocar sendos errores del centro del campo vallisoletano y aproximarse por dos veces al gol, con un remate de Coro y un lanzamiento lejano de Rubén Pérez. Superada esa presión, los visitantes apenas llevaron peligro a la meta de Manu Herrera, más allá del flojo remate de Guerra al borde del descanso.
Poco a poco, el conjunto franjiverde perdió bríos -que no fuerza- y los blanquivioletas empezaron a sentirse ligeramente más cómodos, aunque sin terminar de saber -dele aquí a la palabreja el significado que guste-. Valdet Rama, que entró en sustitución del lesionado Marc Valiente, cambió la cara al frente del ataque pucelano y cerca estuvo de anotar, aunque Manu reaccionó bien ante su disparo.
El albano-kosovar se convirtió en la figura del encuentro, junto a Diego Mariño, que salvó en varias ocasiones al equipo. La última, cerca del final, en un lanzamiento de falta directa de Edu Albácar, que habría roto una igualdad en argumentos mostrados, más bien tirando a escasos, y que habría permitido al Elche sumar de modo inmerecido la primera victoria de la temporada.
A cambio, el Real Valladolid logra su primer punto fuera del Nuevo José Zorrilla y su segundo envite consecutivo sin encajar gol, aunque, decíamos, por ahora le faltan tanto el saber como el sabor. Contra el Atlético de Madrid tendrá una nueva oportunidad de hacer su juego al dente y dejar de ser el conjunto insípido que ha sido hasta ahora. Quizá, ojalá, ya con Ebert y Víctor Pérez en el verde.
