El partido ante el Celta debe servir para que la afición y el equipo comulguen con el único objetivo de sumar una victoria vital.
Hace un año la marca de embutidos Campofrío anunciaba sus productos con un spot protagonizado por Fofito y numerosos famosos en el que reivindicaban que tenemos que estar orgullosos de lo que nuestro país había dado. Y es que, cuando las cosas van mal, todo se ve de forma negativa, olvidando lo positivo y lo bueno que se tiene, que es de lo que hay que presumir y tener la cabeza muy alta.
Estos días, y ya con la Navidad llamando a la puerta, es momento de hacer balance del año. De resumir en una hoja de papel lo mejor y lo peor para mantenerlo y cambiarlo respectivamente. Pero siempre con un objetivo: poder seguir siendo felices y disfrutando un año más. Como dicen en el anuncio: “Lo mejor que puedes hacer cuando estás desanimado es mirar lo que has conseguido, porque ya lo hiciste”.
Pues bien, al igual que en el resto de temas de la vida, con más o menos importancia, en el fútbol pasa lo mismo. Claro que el Real Valladolid no pasa por su mejor momento, es imposible negar la evidencia, pero para cambiar la dinámica no se puede pensar en lo mal que el equipo lo está haciendo o en lo poco que anima la afición. Todo lo contrario.
Valladolid tiene un equipo, que, pese a tener uno de los presupuestos más bajos de la Liga, fue capaz en mayo de conseguir la permanencia tres jornadas antes de que acabara la temporada. Cuenta en sus filas a día de hoy con el mayor goleador que ha vestido la camiseta blanquivioleta. También puede presumir de tener un portero campeón de la selección sub-21 y que es una garantía de futuro, y cómo no, de presente.
El Pucela tiene a varios internacionales de distintas selecciones en el equipo, y porque a Vicente del Bosque no le apetece, que si no, algún central hasta podría vestir ‘La Roja’. Pero, más allá de individualidades, son un equipo. Un grupo humano que han pasado muy malos momentos y que la unión del vestuario ha hecho que superen las adversidades con más o menos dificultad, todo liderado por dos capitanes de barco que sienten la camiseta como el socio número uno de este Real Valladolid.
No está de más reconocer que, quizá, el Real Valladolid no cuenta con la mejor de las aficiones. Pero la que tiene es fiel. Y valiente. De las que sienten los colores. Y si no que se lo digan a los osados que suben durante el invierno al estadio a horas intempestivas. O a los que recorren kilómetros cuando sus obligaciones y el dinero se lo permiten para lucir la bandera blanquivioleta y levantar la bufanda en cualquier campo de España.
Se nos olvidan demasiadas cosas cuando casi todo va mal. Porque el fútbol no tiene memoria y es injusto. Se nos olvida que somos capaces de hacer más cosas de las que pensamos.
Por todo lo que el Real Valladolid ha hecho disfrutar y por lo que vendrá, es hora de arrimar el hombro. De animar más fuerte que nunca y aplaudir aunque se congelen las manos. El encuentro ante el Celta debe ser, por parte del equipo y de la afición, una muestra de todo ello. Un día que sirva, una vez que finalice el partido, para que reafirmemos el orgullo de pertenecer a la familia del Real Valladolid.
