El Real Valladolid se juega gran parte de la temporada en el choque de este viernes, y para ello contará con el apoyo de una afición blanquivioleta que abarrotará Zorrilla

Poco tiempo tardaba el Valladolid en ponerse en marcha y promocionar el partido del próximo viernes ante el Levante tras la dura y dolorosa derrota en el Calderón. Apenas unas horas, con entradas a bajo precio para que el estadio esté hasta la bandera cuando el balón eche a rodar a las nueve de la noche.
No es para menos. El Pucela se juega el ser o no ser a una carta, en la que solo vale ganar. Dejando de lado el debate de si con estas promociones se respeta o no al abonado, que es otro tema para el debate, el mensaje desde el club es claro; Zorrilla debe reventar cuando los once guerreros blanquivioletas desfilen desde el túnel de vestuarios.
No puede haber queja hacia la afición hoy día. Son varios los jugadores –Jesús Rueda o Peña, entre otros- que han pedido a la grada en alguna ocasión que durante el partido se apoye, que se dejen el alma y la garganta para llevar en volandas al equipo, y una vez pitado el final, si no se está conforme, entonces hagan ver al equipo su enfado. Así ha sido, pero sin la segunda parte. En una situación complicada, después de cinco jornadas en descenso, con ridículos como los de Granada, en Barcelona frente al Espanyol o un bodrio en un encuentro que era a vida o muerte contra el Betis, ¿cuántas veces se ha oído a la afición quejarse? Ninguna.
Una afición hasta el momento de diez, animando en las duras y que, en algunos días como el del Villarreal, estuvo imponente para que el Pucela se llevara los tres puntos. Bien lo saben Suárez, JIM y los jugadores. Pero es el momento de dar un paso más.
Con el Málaga a tres puntos, la brecha hacia la salvación podría hacerse demasiado amplia, harto difícil de levantar, de no acabar con tres puntos este viernes. Sí, porque esta vez solo valen los tres. Nada de medias tintas con otro empate más. Las permanencias no se consiguen con un punto en casa y alguno que otro fuera.
Por supuesto, debe ser el propio equipo el que dé el primer paso, pero no hay que ponerse nerviosos si las cosas no marchan como deben desde el comienzo. El Pucela ha demostrado ser tan capaz de meter la pata como de sacar el orgullo cuando hace falta. Si no, no se podrían haber remontado hasta en tres ocasiones un marcador de 0-2, siempre con una afición a favor, consciente de que está en juego algo que considera parte de su vida. Este equipo tiene alma, y cuando quiere, lo saca a relucir.
La afición blanquivioleta, aprovechando que con un poco de suerte se plantará en 20.000 locos por el fútbol, debe dar el do de pecho para que el equipo se sienta arropado. Porque ellos lo notan. Sí, también son seres humanos. A veces vemos a los futbolistas como máquinas de tópicos y como objetos capaces de hacernos pasar un buen o mal rato. Póngase en su lugar. Ahí abajo, sobre el césped, sabiendo que toda la ciudad está pendiente de si golpeas con precisión o no ese balón para que acabe en el fondo de la red. ¿A que se ve muy diferente si esos 20.000 hinchas están coreando tu nombre? Es evidente que sí.
Y es que no hay otra forma de que el Real Valladolid siga en Primera el año que viene. Es imposible imaginar un contexto en el que el club se salve sin una afición fiel y que demuestre que en los momentos difíciles también va a estar ahí. Instantes como el de este viernes, cuando los jugadores salten al campo con el blanco y violeta sobre el pecho, y en el que seguro notarán el cariño de una afición. Porque contra el Levante deben jugar once jugadores y todo un estadio.
