La confirmación de la marcha de Juan Ignacio Martínez no ha hecho sino validar un secreto a voces, que pasara lo que pasase, dejaría la dirección técnica del Real Valladolid

Como si el descenso fuera un fallecimiento, bien convulso o de un cargo público, el Real Valladolid ha dejado pasar los dos días de luto oficial habituales antes de anunciar lo que era un secreto a voces, que Juan Ignacio Martínez no va a continuar ligado a la entidad. El “me voy” que pronunció el técnico en sala de prensa, tras perder la categoría, sonó revelador, aunque no quisiera ser tajante. Horas después, en ‘El Larguero’ de la Cadena SER se habló de una cláusula de salida que el club ha decidido ejecutar.
“No es para menos”, piensan muchos. Porque no es una sorpresa, sino una consecuencia lógica de un trabajo insuficiente, que, dicho sea de paso, no habría tenido otra valoración en caso de salvación. Por múltiples motivos, que se encierran en una sola razón, la pobre temporada del equipo, la idea que manejaba la entidad era prescindir igualmente de sus servicios terminada la temporada.
Sucede que Juan Ignacio no empezó con buen pie su andadura en Valladolid. Cuestionó, desde el más sincero desconocimiento, determinados aspectos de la idiosincrasia del club a los que no estaba acostumbrado, algo que provocó que se torciera algún morro. Llevó la pretemporada a Pinatar Arena, un complejo que no por ser interesante era similar a ‘lo conocido’. Debió luchar contra los elementos, como los problemas con el césped –que advirtió desde el principio–, que provocaron un peregrinaje por la provincia o que llegasen a ejercitarse bajo techo. Y luego estaba el vestuario, que terminó siendo para él un mal cliente.
Profesional hasta el extremo, el entrenador alicantino llegó rodeado de una cohorte de ayudantes como rara vez se había visto en la Avenida Mundial ’82. A él, erigido mánager, le faltó solo el andamio que en A Madroa montó el Celta a Luis Enrique para seguir los entrenamientos. Luis Enrique, por cierto, fue la primera opción para el banquillo, y llegó a estar bastante próximo dirigir a un Real Valladolid que tampoco fue primera posibilidad de trabajo para quien viene de abandonar la casa.
Volviendo a lo anterior, decíamos que en los vestidores tampoco encontró el técnico un gran respaldo. El estilo de juego le fue prácticamente impuesto, aun cuando no contaba con Víctor Pérez y Óscar. Muy pronto, ya en Villarreal, dio el primer volantazo, con un pobre resultado, que recriminó a sus jugadores, algo que no gustó. Como tampoco lo hizo que permitiese ciertas conductas indolentes a algunos hombres y, en cambio, a otros les pasase pronto factura.
El ‘affaire Ebert’ se acabó por su propia enajenación. Alcatraz se borró en una rotonda. Heinz nunca fue más que un solomillo y jugadores como Rama y Sastre acabaron siendo poco menos que proscritos. Pero lo que más le lastró, en lo que a vestuario se refiere, fue su relación con Óscar, deteriorada y casi perdida desde el Trofeo Ciudad de Valladolid, en el que colocó al salmantino en banda, en contra de su voluntad.
El mediapunta no encajó bien la reprimenda que recibió después de cambiar motu proprio su posición con Rossi y hubo dudas alrededor sobre quién tenía razón. Y como los buenos resultados nunca llegaron, estas encontraron el punto álgido el día en que el Villarreal visitó Zorrilla, en el que el Ebert puso patas pa’rriba al equipo hasta el punto de que se conjuraron, ganaron y evitaron la destitución de Juan Ignacio.
Alberto Marcos, en calidad de director deportivo, y Carlos Suárez, como presidente y máximo accionista, decidieron respaldar al alicantino. El mandatario, sin embargo, acabó por perder la paciencia conforme el equipo siguió perdiendo puntos y posiciones y comenzó a criticar abiertamente su labor. Vaya, que entre todos lo mataron y él solito se murió.
Lo que no le exime de culpa, claro. Como técnico, como reconoció, y como no podría ser de otra manera, se convirtió en uno de los principales responsables del postrero descenso. Además de como hándicaps, algunas de las anteriores cuestiones se le pueden anotar en la lista de debes. Quizá el primero y último, el que le ha condenado al fracaso, tiene que ver con la gestión del vestuario. Como consecuencia directa, o bien como causa –habría que ver estudiar fue antes, el huevo o la gallina–, está el que el equipo nunca fuera reconocible, en cuanto a nombres y estilo.
Todo uno, lo anterior convierte, por pura lógica, la experiencia de Juan Ignacio Martínez en el Real Valladolid en triste. Porque a veces no basta con ser honrado, que lo fue, o trabajador, que también. También se necesita una pizca de suerte, que no encontró, y que se manejen los intangibles, cosa que fue incapaz de hacer.
