La marcha de Torres Gómez y la previsible salida de varios de los mejores jugadores del Promesas no debe persuadir de la intención de hacer un filial fuerte y apostar por la base de manera clara, decidida y definitiva

La salida de Torres Gómez ha sido un mazazo. Un golpe en la línea de flotación del nuevo proyecto. Quizá, seguramente, Braulio tenga ya otros planes. Pero no cabe duda de la marcha del técnico artífice del ascenso del Promesas a Segunda B es un varapalo, por sus conocimientos, su preparación y los lazos que había creado con los que fueron sus jugadores. Pero la vida sigue. Aunque su partida llegue a entristecer, incluso, el espectáculo debe continuar.
Su marcha no será la única que se produzca. Tampoco será, previsiblemente, la única dolorosa. Aún no es oficial, pero Rubén Díaz lo tiene hecho desde hace meses con el Almería. Y aunque Carlos Suárez no haya descartado la continuidad de Zubi, se antoja complicada. Importante debe ser la apuesta por el extremeño para que reconsidere su adiós. Como por otros jugadores que, ante las ofertas que manejan y los problemas económicos que sufrieron el pasado curso, se plantean la posibilidad de abandonar la entidad este verano.
La firmeza con la que se aseveró en la rueda de prensa de presentación de la nueva cúpula que la cantera cuenta debe empezar a reflejarse mostrando un poder de convicción que no existió en el pasado. La entidad debe cuidarse de los caprichos desmedidos que puedan aparecer en medio de diversas negociaciones, pero, a la vez, debe valorar que, para evitar una nueva ‘fuga de cerebros’, deberá buscar un punto intermedio entre el derroche y la austeridad que signifique “apuesta sin titubeos”.
Cada futbolista es un mundo. Y su entorno, en no pocos casos, es ‘peligroso’. El ser humano es orgulloso y pretencioso, y como tal se proyectan y son proyectados los actores de este negocio. Pero, dando por válidas estas afirmaciones en lo tocante a la cantera, es el momento de medir la conveniencia entre promocionar a un jugador de la base o errar con una apuesta foránea.
El descenso a Segunda División, unido al proceso concursal y los pagos que de este derivan, obligan al ahorro, y no al dispendio. El ascenso del filial a Segunda B abre una nueva vía, la que parece que será explorada, y que no debe quedarse solo en palabras. Hasta ahora podía entenderse que, dados los tres escalones de distancia entre los dos equipos, el riesgo de apostar por un canterano era alto. Ahora, con una solo categoría entre medias, no cabrán excusas. Incluso a sabiendas que el objetivo del primer equipo debe ser ascender.
Es fácil caer en la demagogia a la hora de hablar de cantera. Culpar a la mala gestión del presidente del club de todas y cada una de las polémicas salidas de los últimos años sin conocer la intrahistoria de cada una. También, clamar contra suecos, albano-kosovares y dominicanos varios y pedir a uno de Las Delicias, del barrio de Girón o de la Residencia. Fácil, y, en cierto modo, hasta comprensible, dado el escaso arraigo que la afición puede encontrar en sus últimas plantillas.
Decíamos que entre una cosa y otra hay un punto medio; que no todo es blanco o todo es negro. Ha habido jugadores que se han equivocado y otros que han sido víctimas del error de un tercero. Dirán también algunos, por aquello de los colores, que con quién ha empatado este o aquel, como si esto fuera bollería industrial y aquí el bollo bueno fuera solo el relleno de crema de chocolate.
Aunque suene a tópico, el futbolista es un melón cuya madurez debe ser catada una vez abierto, nunca en su sola apariencia. Caprichos del destino han querido que hasta el momento no haya despuntado ninguno de los canteranos que en Valladolid se han quedado sin abrir, pero cabe plantearse una pregunta: ¿Es porque de verdad no estaban maduros o porque aquí se han ‘pasado’?
Si uno coge a su hijo de la mano y no le suelta por miedo a que se caiga, existen dos opciones: que el chico nunca aprenda a caminar o que, cuando lo haga, dé un tirón; desairado. Aun a riesgo de que el niño se le escape, rebelde, o de que efectivamente se caiga, llegó el momento de que el Real Valladolid aprenda a confiar, a soltar la mano de sus ‘hijos’. Solo así caminarán firmes. Hacia la élite. Vestidos de blanco y violeta.
