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La gloria has de alcanzar, luchando sin parar

por Redacción
18 de julio de 2014
en Noticias
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Relato participante en el I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por Sergio Asti Arenales

 

Iba Simón en el asiento de atrás del coche que su padre Manuel conducía, dispuesto a afrontar su último día de clase antes de las vacaciones de verano. Lo que él no sabía, ni él ni nadie, era que en aquel mismo instante, por obra del destino o de la casualidad, en lo que atravesaban ese cruce, ese dichoso cruce, un camionero intentaba llamar por teléfono a su mujer mientras iba al volante. Este imprudente gesto provocó que el enorme camión embistiera al pequeño turismo en el que iban Simón y su padre a gran velocidad. El coche salió disparado de la carretera dando cuatro vueltas de campana y quedando absolutamente destrozado.

Manuel quedó un poco aturdido aunque fue afortunado ya que su airbag saltó. Miró hacia atrás y observó a su hijo que yacía en su asiento sin sentido. Al verle así no pudo evitar chillar su nombre mientras lloraba. Llamó corriendo a una ambulancia que los llevó al hospital.

Laura, la mujer de Manuel, y sus padres, Paz y Guille, llegaron nerviosos al hospital. Subieron a la planta donde estaba Simón y vieron a Manuel con la ropa rasgada, muy sucio, con muchos rasguños y manchas de sangre, sentado en una silla notablemente preocupado con la cabeza hundida entre las manos. Se fundieron todos en un profundo y sentido abrazo ante la incertidumbre de no saber lo que pasaba con Simón. Tras un tiempo que les pareció eterno salió el médico de la sala donde habían metido a Simón y les dijo:

— Su hijo ha recuperado el conocimiento y está estable, aunque ha sufrido una lesión en la médula que le impide mover la parte inferior de su cuerpo. Ya pueden pasar a verle.

A todos les invadió una gran alegría, aunque con un toque amargo. Visitaron a su accidentado hijo de ocho años. que estaba tumbado en la camilla, y le abrazaron intensamente, ya que habían pensado que podían perderle para siempre.

El médico dijo que la lesión era temporal y que después de pasado un tiempo asistiendo a fisioterapia cabría la posibilidad de recuperar la movilidad.

Simón era muy tozudo y no quería asistir al fisioterapeuta por mucho que insistieran sus padres; prefería matar el tiempo tumbado en el sofá sin mover un músculo frente a la televisión. Había veces que le obligaban a ir pero una vez allí él no se esforzaba nada.

Cada día por la mañana, su abuelo ponía a Simón en su silla de ruedas y daban un paseo por el barrio para que Simón saliera a tomar un poco el aire y se animara.

Pasaba el tiempo y Simón no hacía progresos, por lo que su abuelo Guille se propuso hacer algo al respecto. Había comenzado la pretemporada de futbol y la idea consistía en que fueran él y su nieto todos los días a ver entrenar y asistir a algún que otro partido del equipo de su ciudad, el Real Valladolid. Ellos vivían cerca del estadio así que podían ir andando y a los entrenamientos se podía ir gratis, por lo que sus padres accedieron.

Para poner en práctica suplan, un día, en vez de ir por su ruta habitual, se acercaron a los Campos Anexos al estadio y vieron un entrenamiento del Valladolid. Al finalizar, unos cuantos jugadores se agacharon hacia su silla y estuvieron hablando con él, aunque Simón, tímidamente, no sabía que decir. Después le firmaron unos autógrafos y se hicieron fotos junto a él. A Simón le encantó este gesto, pero no le interesaba el futbol y sinceramente, se aburrió bastante únicamente viéndoles entrenar. Su abuelo le propuso lo siguiente:

— Mira chaval, vamos a venir sólo hasta que te hagas fotos con todos, así vas conociendo un poco a los jugadores y también irás entendiendo un poco el mundo del fútbol que a mí tanto me gusta.
— Pues no sé… –dijo el nieto desganado e indeciso–.
— Venga, ¿lo harás por mí? –dijo Guille sonriéndole–.
— Vale, pero solo hasta que consiga hacerme una foto con todos, ¿eh?

 Fueron al día siguiente al entrenamiento. Guille había pensado darle conversación contándole anécdotas de cuando él jugaba al futbol en el equipo de su pueblo o sobre grandes partidos profesionales. De repente cambió drásticamente de tema:

— Chaval, ¿ves a estos jugadores?
–Mmm… claro –contestó el nieto sin saber a dónde quería llegar su abuelo con esta pregunta–.
— No son ni mucho menos los mejores, ni los más fuertes o los más rápidos. Tampoco los que más calidad tienen –dijo Guille seriamente–.
— ¿Y?
— Pero entrenan muy duro todos los días, sin descanso. ¿Sabes para qué? Para conseguir su objetivo –dijo incluso antes de que Simón abriera la boca para contestarle–. Su objetivo es salir cada partido a darlo todo, como si no hubiese un mañana. Intentan ganar aunque vaya todo en contra, el rival sea mejor, peor, vayan ganando o perdiendo, siempre intentan meter otro gol. Todo esto para satisfacer a una estupenda afición y conseguir ascender a Primera División, si no entrenan duro en el partido perderán y si no reaccionan, se quedarán en segunda. Esto también te pasa a ti –explicó sin dejar de mirar el entrenamiento–.
— ¿A mí?
— Sí. Tú decides, o entrenar duro todos los días en el fisioterapeuta para ganar cada partido y ascender a primera división, en tu caso volver a caminar; o pasar de todo, perder, enfadarte con la estupenda afición, tus padres, y seguir en segunda pegado a la silla de ruedas. Tú decides. Ahora vas perdiendo, tienes que reaccionar.

Se miraron en silencio justo antes de abrazarse.

— Está bien, iré al fisioterapeuta, pero quiero que tú vengas conmigo.
— Iré con mucho gusto, chaval.

Nada más llegar a casa, sin ni siquiera saludar chilló:

-¡Mamá, papá; el abuelo me ha convencido, voy a ir al fisioterapeuta!

Los padres se alegraron mucho y le comenzaron a abrazar bajo la satisfecha mirada de Guille.

Al finalizar el entrenamiento del viernes fueron Simón y su abuelo con la silla a la salida de los campos anexos para seguir haciéndose fotos, cuando el capitán, Álvaro Rubio, se le acercó y le preguntó si iría a verles al estadio al día siguiente. Simón giró su cabeza entusiasmado hacia su abuelo,  que solo le respondió guiñándole un ojo.

— Que chaval, ¿listo para el partido? –preguntó Guille a Simón justo antes de salir de casa–.

Después de comprar las entradas el abuelo se paró en un puesto y le compró a su nieto una bufanda del Real Valladolid. Simón se la puso al cuello y solo se la quitó para bufandear los dos goles del partido. Simón animó como si fuese el aficionado más fiel de todos y quedó sorprendido por la cantidad de gente que animaba sin cesar a su equipo. Al finalizar el encuentro Álvaro Rubio se acercó dónde estaban Simón y su abuelo.

– Gracias por venir, chico –le dijo a Simón tirándole su camiseta–.

 El Valladolid ganó dos a cero y Simón salió del estadio con la camiseta de Álvaro, con la bufanda al cuello y con una sonrisa de oreja a oreja.

Simón iba todos los días con entusiasmo a ver entrenar al Valladolid. Ahora sí hablaba con los jugadores a los que les preguntaba cosas que ellos estaban encantados de responder. Pero había algo que ponía a toda su familia mucho más contenta que haber perdido la vergüenza con los jugadores, ese algo era que Simón hacía progresos en el fisioterapeuta.

Empezaron las clases y Simón tuvo que dejar de ver los entrenamientos, pero él y su abuelo iban todos las semanas al Nuevo José Zorrilla a animar a su equipo. Al cabo de un tiempo, Simón consiguió volver a caminar gracias a su esfuerzo, su constancia y, sobre todo, a su abuelo.

Simón es ahora el socio número uno presumiendo de no haber faltado a un solo encuentro en el José Zorrilla. El Real Valladolid le ha premiado varias veces por su entrega al club y por su perseverancia.

Pero hay algo más importante aún para él, es que es un padre orgulloso de tres ya crecidos hijos, y abuelo, de momento, de tres hermosas niñas, Nerea, Lucía y Marina, que le acompañan todos los fines de semana al estadio. Ahora es él el que cuenta anécdotas de partidos. Nunca lo habría imaginado. Siguen yendo exactamente al mismo asiento, con la misma y ya desgastada camiseta de hace setenta años y con su querida bufanda que le regaló su querido abuelo.

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