Pudo ser en Huesca, pero hubo un accidente. A su pesar, pudo incluso haber clasificación gracias a los errores de los rivales. Pudo, pero no la hubo. El destino, bien por capricho o por justicia, quiso que el último partido tuviese algo que decir en el futuro del Real Valladolid.
De hecho, siempre es así. Ése, y no otro, es el sino del conjunto blanquivioleta. Llegar siempre al final de la temporada jugándosela a doble o nada. Prueba de ello es que, por cuarto año consecutivo, del éxito o el fracaso separan tan solo noventa minutos.
Ciertamente, en esta ocasión las cartas parecen estar marcadas, pero no conviene confiarse. También parecían estarlo en Huesca, con una mano por jugar, y se perdió. Creer en un farol del Alcorcón, por más que siga existiendo margen de error, puede ser la firma en la condena.
Los hay, como en Jerez, que creen que los de Anquela están ya de vacaciones. “Por la capea, por la capea”, gritan desde el sur. Olvidan que, igual que el maestro se esconde tras el amarillo, en la casaca del mismo color se encierra un club señor.
Lo es por sus profesionales, unos jugadores a los que la humildad no restó ambición lograda la salvación. Quisieron más y se quedaron a una jornada de luchar por obtenerlo. El plus, ser el segundo equipo en disputa por el ascenso a la primera división como recién ascendido.
Acabó el Betis con su ilusión, gracias a los goles de Beñat y Jorge Molina en los minutos finales. Con el tres a uno precedente permanecía el sueño. El sueño de ganar al Real Valladolid y alargar dos semanas su campaña.
Pero lo sueños sueños son, que decía Calderón. Una vez despiertos, han de valorar como exitosa una temporada que bien podrían cerrar con su cuarta victoria a domicilio, una victoria que serviría para cerrar la temporada en la octava posición.
Nada desdeñable final, pero tampoco nada en comparación con lo que el Real Valladolid se juega. Los números y la clasificación abren la puerta a la especulación. No debe ser así para los de Resino. Al play-off se ha de llegar golpeando.
Así ha de ser en memoria de Enrique Caballero, socio número uno fallecido esta semana. También por la alegría de Aramayo. Por los sustos de Suárez. También por la lesión de Lázaro. Y por William Ferreira.
Una última victoria es vital para volver a asustar a quien vaya a ser nuestro rival. Porque el buen final de temporada bien lo merece. Porque el mal inicio también lo hace. O porque no está de más acabar con el gafe de las últimas campañas, en el que no fuimos capaces de vencer con tanto en juego.
Una victoria ha de llegar por el ánimo del equipo y su afición, herida por el último descenso y anestesiada hasta hace escasas fechas. Porque, como dice el club, no podemos afrojar. Y porque tampoco queremos.
Debemos ganar por ese escocés tan pucelano, o por los pucelanos en el exilio. Aficionados y ex jugadores. Por Alberto Marcos, por Borja Fernández e Iñaki Bea. Cómo no, también por Víctor Fernández.
No puede haber dudas. Al play-off se ha de llegar por la puerta grande. Por los fichajes de Nafti y de Juanito. Incluso por Abel. Porque Nauzet es otro y Javi Guerra un crack. Porque Javi Jiménez merece evolucionar bajo nuestros palos.
Si queremos volver a la grandeza, a ver a Cristiano o Messi, debemos ganar por aquellos que escribieron y vivieron las glorias del Pucela. Por gente como Delibes o el barquero de Campogrande, que tanto quisieron al equipo y a la ciudad.
Hay que ganar por el camino. Por el andado y por el que queda por andar. Porque queremos convertir el añito en el infierno en un mal sueño. Porque el play-off es nuestra última oportunidad de hacerlo.
Las eliminatorias están ahí enfrente, el mismo miércoles. Dicen las matemáticas que con un punto basta. Incluso con perder, si el Xerez no gana. Pero a por la primera división se va en serio. Si no, no se va.
Y para ir en serio es vital doblegar al Alcorcón. Por éstas y otras razones. Porque, como ya dijo Sabina, para decir “con Dios”, nos sobran los motivos.