El peor Real Valladolid de la temporada suma en Butarque su segunda derrota consecutiva y su tercera salida sin marcar

Les planteo el siguiente ejercicio. Piensen en un equipo que lleva tres partidos sin marcar fuera de casa. Y en total, seis. Y cuatro semanas sin ganar. Y dos derrotas seguidas. Ahora imagínense que ese equipo no es el Real Valladolid; sí otro con grandes aspiraciones. Piensen que los números anteriores corresponden a quince encuentros disputados. No suena demasiado halagüeño, ¿verdad?
Sí. Ya sé. Habrá quien incluso viéndolo desde fuera quiera ver el vaso medio lleno. Después de todo, queda un mundo, ¿no? Pero no por negar un problema este va a desaparecer, oiga. No seamos como esa madre a la que le pueden los dolores y dice que no es nada, como si el hecho de no ir al médico, de verdad, implicara que la nada es lo que tiene. O como esa mujer a la que hay que someter al tercer grado para que empiece a decir qué pasa. Porque sí, algo pasa.
Por lo pronto, pasa que el Real Valladolid ha jugado en Butarque, de largo, el peor partido de la temporada. Lo cual, dicho con todo el respeto del mundo hacia el Leganés, ya tiene su aquel. Porque sí, los madrileños le pusieron fe y merecieron el triunfo, pero tampoco es que fueran la Holanda de Cruyff o la Brasil de los sesenta.
Le echaron ganas y se aprovecharon del mal momento de su rival. Poco más. Y con eso les bastó, algo que les debe hacer felices hoy, mañana y quizá pasado, pero luego han de pensar que no todos los días son fiesta. Más o menos lo que el Pucela ya sabe, acostumbrado a ver cómo siempre es la víspera de todo y difícilmente el día de nada, que diría el poeta.
Dicho de manera meridiana: Rubi es sabedor, o debe, de que aún no ha habido un punto álgido de juego, ni siquiera en aquellos días de vino, rosas y liderato. Por el contrario, sí parece haber tocado fondo en un encuentro en el que contuvo la respiración al principio, por el buen inicio del ‘Lega’, en el que tuvo hipo después, cuando dominó a trompicones, y que acabó con un suspiro desesperado, el del quien se ve desbordado.
Por momentos, quien escribe pensó poner como rúbrica a estas líneas “Varas evita el drama”, pero al final, ni eso. No fue culpa suya, aunque pudo serlo en un grosero error que pudo costar el dos a cero. Bien visto, antes evitó el primero en varias ocasiones, hasta que ya, sobrepasado, se vio vencido por el disparo de Borja Lázaro a falta de un cuarto de hora para el final. ¿Lo demás? Lo demás fue poca cosa.
La disposición ofensiva del Valladolid, con Jeffren, Mojica y Bergdich en los costados y Sastre, Leão, Óscar y Díaz por dentro invitaba a pensar que por fuera el Pucela sería un ventilador y por dentro una noria, como una vez escribió Perarnau. Por fuera habría vuelo, viento, y por dentro paso lento, aunque seguro. Pero luego, lento sí, lo demás no. Faltó que los exteriores pusieran un ritmo más y los interiores, bueno, a los interiores les faltó todo. Los unos gingaron –léase ‘llingaron’–, los otros pusieron la música; ninguno las piruetas de la capoeira.
El Leganés apretó en la salida y provocó multitud de errores de los blanquivioletas en esta faceta. Otros vinieron por propia torpeza, como los errores no forzados del tenista bloqueado. En el fondo, eso fue el Real Valladolid, un equipo incapaz de dominar ninguna faceta y al que solo le faltó emular a Marat Safin, agarrar la raqueta y hacerla añicos contra el pasto. Más hubiera valido eso, o coger el balón y llevárselo, como el niño en la plaza cuando se enfada, que acabar como el Pucela lo hizo.
El mano a mano de Jeffren ante Serantes en la primera mitad es la única ocasión real que se llevaron los de Rubi a la boca. Por contra, recibieron varias, sobre todo en esa segunda mitad funesta. ¿Alguno pensará “¿y si…?”. Pues sí, ¿y si…? ¿Qué hubiera pasado si hubiésemos guardado antes la partida? Seguramente que nos haríamos trampas al solitario y volveríamos a jugar. Pero, ¡ah!, se siente, pensará el de enfrente.
En fin, que el momento es recurrente para decir aquello de “Houston, tenemos un problema”. Y el problema no se llama gol, se llama fútbol. Aquello que por momentos asomó, que nunca rompió y que puede darse. Pero que, en Butarque, no se ha dado.
