David Timor no podrá, por sanción, verse las caras este domingo con su exequipo, Osasuna, club del que salió por la puerta de atrás cuando la afición contaba con él tras su paso por Girona

Foto: Marca
El sol comenzaba a ponerse tras un caluroso veinticuatro de julio en Pamplona. David Timor lo tenía claro después del que había sido su último entrenamiento en Tajonar con Osasuna, club al que había pertenecido las últimas cuatro temporadas. La última tenía trampa, claro, y es que el valenciano ya había probado las mieles de lo foráneo con un Erasmus en Girona, donde cosechó la mejor añada hasta el momento de su carrera. Su destino, lo sabía bien, estaba lejos de El Sadar.
La situación institucional de Osasuna este pasado verano no ayudaba. Con el equipo recién descendido, eran varios los jugadores que habían visto las orejas al lobo y las telarañas en la caja fuerte, de manera que la espantada en busca de destinos mejores era la mejor posibilidad.
Además, hacía varias semanas desde que Braulio Vázquez, desde Valladolid, le pegase un telefonazo para comunicarle que contaba con él.
La necesidad apremiaba. La formación de la plantilla rojilla se había convertido casi en algo secundario después de que Miguel Archanco renunciara a la presidencia y dejara el club en manos de una comisión gestora que debía lidiar con una mastodóntica deuda, pero era cuestión de horas que la pretemporada en Inglaterra diera el pistoletazo de salida en Inglaterra.
Timor, dispuesto a no subirse a ese avión, lo tenía meridianamente claro. En Pamplona no había encontrado nunca su verdadera oportunidad, y visto el percal era el momento de buscarla fuera, pero esta vez con algo más sólido que un simple Erasmus. Vázquez le había dejado patente que en Valladolid tendría chances de jugar con regularidad, una oferta más que jugosa para un chaval que no alcanza el cuarto de siglo y con toda una carrera por delante.
Ese chaval que había llamado la atención de la afición pamplonica comenzó a hacer las maletas aquel veinticuatro de julio. Una zurda impresionante, capaz de hilar los mejores cambios de juego vistos en El Sadar en muchas temporadas, unido a la capacidad de golpear el balón hasta casi descoserlo dejaban ver a la grada que Timor podía ser un importante activo en Segunda tras su retorno de Girona.
Momento de viajar

Pero no sería así. El valenciano ya había confesado en sus círculos cercanos que para después de ese último entrenamiento iba a teñir su casaca roja de color blanquivioleta, una operación que se cerraría en cuestión de horas, de manera que el plantel de Osasuna marcharía sin él. Apenas habían comenzado las primeras filtraciones en los medios locales de Valladolid el día veinticinco, viernes, cuando el club ya había confirmado su fichaje. Acción, reacción, que lo llaman. De esta manera, el Pucela ganaba un centrocampista todoterreno, de esos tan fundamentales en la categoría de plata para poder luchar por el ascenso.
El cabreo se hizo realidad en Pamplona por la marcha del jugador, ya que confesó en su presentación que “dio el OK al Valladolid hace varias semanas”. Un punto de amor/odio complementado con que, antes de irse a Girona en un partido de su última campaña como jugador de Osasuna, celebrara su único gol en Primera desafiando a la grada.
Desde entonces Timor no ha hecho sino crecer. Manteniendo en Zorrilla las características que le hicieron llamar la atención en Pamplona, poco a poco ha ido haciéndose un hueco en los onces de Rubi, hasta el punto de que la megafonía ha cantado en nueve de dieciséis jornadas su nombre antes del comienzo del partido. La regularidad, esa que casi nunca tuvo como rojillo, parece que por fin empieza a florecer.
Este domingo no podrá vestirse de corto en El Sadar, puesto que vio la quinta tarjeta amarilla frente al Recreativo de Huelva. A buen seguro hubiera sido un partido especial para él, pero tendrá que esperar, al menos una temporada, para jugar en el campo de Osasuna con la blanquivioleta.
