El Real Valladolid da vida a Osasuna tras caer en El Sadar en un partido pobre, en el que careció, de nuevo, de juego y alma

“Urban, levántate y anda”, dijo el Pucela cuando Jan tenía ya la piedra puesta sobre su sepulcro. Y el técnico salió de la cueva, y dejó asombrado a todo el que por allí pasaba, porque nadie, ni el mayor de los optimistas, podía pensar en Pamplona que Osasuna ganaría al Real Valladolid.
Sucede que los blanquivioletas son milagreiros, y ya me jode –con perdón–. Son capaces de resucitar a un muerto, de dar vida a quien parecía estar en su último hálito. De ser aspirina, que diría el tópico, y de provocar que la Biblia se actualice en clave futbolera y de andar por casa.
Seamos francos. Si no fuera porque lo hemos visto, no creeríamos en el milagro de Lázaro 2.0. Si muchos dudan sin ver la versión primigenia… Es para contarlo, pero qué carallo, si no fuera porque el resultado es fedatario, diríamos al relator que está de coña. Pero oye, como cosas veredes… Bendita televisión –o maldita caja tonta, según se mire–. Dichoso Pucela.
Dichoso como sinónimo de molesto, que no de afortunado. Ese fue otro. El Real Valladolid molestó por la pobre imagen que acabó dando, porque perdió malamente tanto como podría haber ganado con muy poco. Porque, seamos francos de nuevo, con muy poco se le habría ganado a Osasuna, a quien, si no se le aparece la virgen, no gana ni aunque bajen todos los santos –¿o era Jesús el del milagro?–.
Como fútbol es fútbol, que diría Vujadin, sucedió que los blanquivioletas volvieron a penar a domicilio cuan vía crucis. Por dejar aparcada la religión, no se me enfade nadie: usaron magia… pero negra. Y mira que pareció por un momento que…
En los primeros compases, el partido pareció una película; no por bueno, sino por extraño. Pudo haber un penalti de Rubio a Nino, el colegiado anuló un gol a los visitantes por falta de Bergdich a una presencia (?) y Nekounam adelantó a Osasuna.
Todo eso pasó en cuatro minutos. Y, doce más tarde, llegó el empate. Del meta al punta, de una banda a otra, el Pucela pergeñó una buena jugada que acabaría Óscar con un envío picadito por encima de Santamaría. “¡Golazo!”, gritó la fanaticada en Twitter, en respuesta a la genialidad que llegó vía @ElMago. Pero, al final, los trinos no fueron más que eso. No hubo TTs ni más goles que llevarse al time line.
Bueno, a decir verdad, hubo uno, que hubo que lamentar, el de Marc Valiente en propia puerta. Llegó cuando quizá mejor estaban jugando los de Rubi, justo después de que Bergdich y Jeffren no fueran capaces de rematar a la red uno de los numerosos centros atinados que puso Mojica.
Con eso casi murió la primera mitad. Casi, porque Nino marcó el tercero, pero fue (mal) anulado. Murió, qué ironía, después de resucitar a un equipo que dejaba espacios en tres cuartos y al que se le podía haber enterrado ‘solo’ con perseverar y correr precisamente en esos espacios.
Al poco de comenzar el segundo periodo, Osasuna se quedó con diez por la rigurosa expulsión de Javi Flaño. Curiosamente, lejos de mejorar, el Real Valladolid empeoró a partir de entonces. Si de antemano parecía que podía ganar y luego dio la misma sensación, la magia se encargaría de evitar que así fuera. ¿Cómo? Muy fácil. El juego se resumió en “nada por aquí, nada por allá”.
Rubi le puso fe acumulando hombres de ataque, quitando primero a Samuel y luego a Rubio para ver si por el solo hecho de ser más bastaba. Pero como no fueron mejores, pues no llegó. Y es una pena, porque por más que los protagonistas hablen de intensidad, adaptación o lo que quieran, Osasuna solo jugó a Sisi y el de El Sadar era un partido que se debía ganar, como los disputados ante Leganés, Mirandés o Sabadell.
Que el rival también juega es una perogrullada de dimensiones bíblicas, como que así no se asciende ni aunque suceda un milagro. Así que vamos, Pucela, levántate y anda, que esto va de juego, alma y constancia, no de mostrar, solo y de vez en cuando, un poquito de magia.
