Como ya había pasado en la ida, Quique Setién fue capaz de maniatar con su planteamiento a los de Rubi, que dominaron, pero no sometieron

Hoy Valladolid ansía contactar con la NASA. Decir aquello de “Houston, tenemos un problema”, y que ella sonría antes de ofrecerle una solución. Hoy Valladolid desea recibir una respuesta sin ambages procedente de Cabo Cañaveral que confirme que sí, que, como la muralla china, la del Lugo también se ve desde el espacio.
De la misma manera que el ejército de Jerjes no esperaba encontrarse con los espartanos en el angosto paso de las Termópilas, nadie creía que Quique Setién fuera a pertrechar a sus hombres en la frontal. Y sin embargo lo hizo, y, con ello, volvió a detectar cómo y dónde estaban las claves para puntuar; por resumir, en desarrollar una defensa casi espartana. ‘Solo’ se le olvidó una cosa: para ganar no basta con ser cauto, también hay que atacar. Y de eso, pues hicieron poco. Pero oiga, qué más da; que le quiten lo puntuao’.
Alguno se lo debió haber temido al ver que los lucenses llegaban con piedras en su Monbús y en los bolsillos, pero no. Se supone que el Lugo no juega a eso, a sacar del bolsillo las piedras y colocarlas frente a su puerta buscando la robustez de la casa del tercer cerdito, pero también sabe. Igual que los espartanos construyeron una muralla con muertos para evitar el paso de los persas, ellos montaron una con vivos para impedir el de los blanquivioletas.
La primera línea de cuatro se cerró para obstruir los espacios que ataca Pereira, y la segunda estuvo muy cerca, los mediocentros imposibilitaron que Óscar se encontrase cómodo y las alas eran justo eso, aunque contraídas en el intensivo repliegue, ocupando una posición que ni sí, ni no, ni todo lo contrario; que les permitía intimidar a los laterales rivales en sus subidas y apoyar a los propios hasta crear un dos para uno.
En este contexto, el Pucela apenas encontró fisuras. Hubo una en la primera mitad, que acabó en una mala vaselina de Óscar ante Dani Mallo. Fue lo único reseñable, y aun así parecía que el partido llevaba marchamo de un triunfo local. La sensación era de dominio, inofensivo, sí, pero, quizá, tendente al sometimiento; pues en los rojiblancos solamente lo intentaba –y lo intentaría– Lolo, y sin suerte.
Nunca lo fue; nunca lo hubo. Al Real Valladolid le había faltado profundidad, por más que Mojica dejara atrás a su ‘coyote’, y siguió sin ella hasta el pitido final, sin que ejerciera nadie como agitador o revulsivo. Otra vez pareció caer en la dichosa fatiga cognitiva, que es como recaer con esa ex que tanto daño te hizo.
Esta vez no fallaron las piernas, pero sí apareció el bloqueo, ese que aparece cuando uno hace durante tanto tiempo lo mismo que luego ya no sabe hacer otra cosa. Y los de Rubi no solo es que no sepan, sino que además les puede la vocación. Tal es así que, ahora que pueden empezar a aprender, con el socorrido recurso del balón aéreo a Túlio de Melo, no lo usaron.
Seguramente Quique Setién agradeció para sus adentros que Rubi no apostase por algo diferente a la hora de mover el banquillo, pues no parecía que la muralla fuera a caer si no era a cañonazos. Bien es verdad, ni siquiera estos aseguraban que el Lugo se fuera a venir abajo, pero quizá, contradiciendo al refrán, lo bueno por conocer podría haber sido mejor que lo malo conocido.
‘Tanque de Melo’ se quedó a la espera de otra ocasión para debutar –distinta; que no necesariamente mejor–, mientras Jeffren y Óscar Díaz volvían a ser la nada una vez más. El todo, para los de Setién, era el punto que al final cosecharon, dada su situación actual –ocho partidos sin ganar y un punto por encima del descenso– y la entidad del duelo.
Aunque nunca cejó en su empeño, el Real Valladolid volvió a ser ese muñeco andarín autómata frenado en seco por una muralla, la enésima y, ojalá, la última. En esta liga competitiva, cada tropiezo es un crédito perdido y rédito para los rivales. Ahora mismo, para cuatro, los que el Pucela tiene por delante.
