El Real Valladolid no encontró soluciones al pegajoso repliegue intensivo del Lugo, que cerró todas las vías interiores y trabajó en los carriles exteriores para enjuiciar la riqueza ofensiva de los blanquivioletas

Foto: La Voz de Galicia
De repente, los atributos del Real Valladolid, que le habían dado forma y ayudado a forjar su personalidad, se diluyeron como en una pausa indescriptible durante 90 minutos. No resulta claro si el culpable fue Quique Setién, entrenador del Lugo, el propio cuadro pucelano, paralizado cuando tenía que escarbar respuestas entre el repliegue lucense, o una mezcla armónica de ambas.
El Real Valladolid fue un equipo nervioso y frustrado ante un planteamiento diametralmente distinto al del Lugo que infligió la primera derrota de la temporada al conjunto de Rubi, en la primera vuelta. Óscar Díaz, exfutbolista rojiblanco, reveló su estupefacción, después de cosechar el empate, por la estrategia urdida por Setién. Esperaba valentía para cuestionar la posesión a los blanquivioletas, secuencias de pases, siquiera, que arrastraran al bloque defensivo local a su campo rival.
Por el contrario, el Lugo construyó su fortaleza con base en un repliegue exento de fisuras, comenzado por los dos delanteros –Lolo y Peña- y cerrado por una línea de cuatro defensores, siempre escoltados casi a la misma altura por los interiores Iriome y David López. Pero, sobre todo, la labor de los dos mediocentros lucenses, Seoane y Pita, se mostró paradigmática, como punto central de los males que asolaron el plúmbeo juego del Real Valladolid.
Infalible en la colocación y en las coberturas, el doble pivote del Lugo evitó en un porcentaje elevado las asociaciones interiores de los que, para Setién, se manifiestan como los dos mejores futbolistas del Valladolid cuando gozan de un mínimo espacio: Óscar González y Jonathan Pereira. Un dúo mortal en Mallorca, desconectado en el Nuevo José Zorrilla.
La nula concesión de huecos en el carril central y la obstinación del ataque blanquivioleta en progresar por dentro facilitó una labor defensiva ya de por sí limada y estructurada para que ningún paso descarrilara el plan. Tampoco entendió el Valladolid la necesidad de estirar hacia lo ancho para avanzar gracias a la velocidad de Mojica y a las apariciones continuas de Chica para favorecer, de este modo, los centros laterales y los rechazos.
Pese al periodo estirado de posesión del Valladolid, estéril cuando el balón llegaba a zonas de remate, el Lugo no proyectó la idea de robar y salir rápido durante el primer tiempo. Al contrario, deslizó, aun en dosis puntuales, su ideología futbolística, fundada en un buen trato de balón y capacidad para tejer fútbol organizado en los contados momentos en que se hacía con la pelota. Realmente, el Lugo se abrazó a la calma como veneno para desquiciar al Pucela, cuya reacción en la segunda mitad, al no encontrar respuestas, se puso en su contra.

El nerviosismo, entonces, aceleró las jugadas que perpetraba en ataque del Real Valladolid, pero también alimentó la desorganización y la confusión. Fueron estrechos e incapaces de abrir espacios, y tampoco pudieron encontrar soluciones desde el banquillo, pese a las permutas que introdujo Rubi.
Aunque según el contexto de partido parecía que el debut de Túlio de Melo se acercaba, fue Óscar Díaz quien entró al césped por Omar, y Rubio por Leão, al cuarto de hora de reanudarse el partido –y, a diez minutos del final, Timor dejó el campo por Jeffren–.
El Lugo, cómodo con un resultado que moralmente lo fortalecería, retrasó aún más el repliegue y se afanó en mantener cerradas las vías centrales, solidario en ensuciar las exteriores. Rubi, en el análisis posterior al encuentro, se lamentó de no haber abierto más el campo, de empecinarse en atacar zonas fuertes y despreciar las débiles.
Se quejó de un Real Valladolid que fue obstinado y se mostró mudo, ante la pericia de Quique Setién y del Lugo, primer competidor al que no ha sorprendido en ninguna de las dos citas.
