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¿Qué centro del campo los habría gobernado a todos?

por Jesús Domínguez
21 de junio de 2015
en Noticias
Álvaro Rubio || Foto: Real Valladolid

Álvaro Rubio || Foto: Real Valladolid

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Rubi se ha decantado durante casi toda la temporada por un doble pivote formado por Leão y Timor, cuyo mejor fútbol vino con un tercer hombre, Álvaro Rubio

 

Camiseta diseñada por unos aficionados blanquivioletas en apoyo a Álvaro Rubio Foto: @sofiQTCM_21
Camiseta diseñada por unos aficionados blanquivioletas en apoyo a Álvaro Rubio
Foto: @sofiQTCM_21

Bien; veamos. Al Real Valladolid de la extinta 2014/15 se le han reprochado muchas cosas. Entre ellas, que careciera de alma y de identidad. Ambos conceptos pertenecen a lo onírico, al mundo de las sensaciones, pero lo cierto es que el centro del campo blanquivioleta fue reflejo de esas carencias.

A lo mejor un poco menos de la segunda. Porque lo cierto es que André Leão y David Timor jugaron mucho tiempo juntos, e incluso cuando no estaba el uno parecía impepinable que jugase el otro. Vaya, que identidad, lo que se dice identidad, pues igual sí. ¿Y alma? Pues depende. Quizá también, siempre que por alma se hable de intensidad. No solo los dos son intensos, sino que, para desgracia de Rubi, en ocasiones fueron incluso duros. Ahora, fútbol, lo que se dice fútbol…

Si por fútbol se entiende el combinativo, este solo llegó de la mano de Álvaro Rubio, brújula perenne. Pese a su naufragio en Pamplona, donde pareció no poder con un medio en el que solo hubiera un hombre más, a la larga fue otra vez faro y guía… siempre que pudo.

Durante un tramo del curso estuvo desaparecido, lo que desató las especulaciones. ¿Entonces qué, tiene un año de contrato, dos…? ¿Qué pasa, que si juega ‘x’ partidos renueva y no interesa que lo haga? ¿O es solo cosa de Rubi? Aparentemente, la decisión sobre sus minutos dependía solo del técnico. Y lo cierto es que no jugó tanto como el equipo ‘reclamaba’.

Así, entrecomillado, porque nunca hubo una palabra más alta que otra por parte de ningún componente del vestuario. Pero es una realidad que cuando el Real Valladolid circuló mejor el balón fue con el riojano en el césped, ya fuera con el ‘picapedrero’ Timor, con el ‘cerebral’ Leão o, en escasísimas ocasiones, con el ‘líquido’ Lluís Sastre.

Si por la boca muere el pez, por no alinear a Rubio feneció el balompié. Los dos preferidos por el de Vilassar de Mar se destaparon como mediocentros correctos en el acompañamiento, y están lejos de ser especialistas defensivos en exclusividad. Si hablamos de llevar la manija, ninguno puede. Quizá, por la falta de continuidad en el juego –entiéndase esto en su máxima expresión–, tampoco Sastre.

 

De los triángulos a las espaldas guardadas

André Leão || Foto: Real Valladolid
André Leão || Foto: Real Valladolid

El Real Valladolid de principio de curso se destacaba por intentar hilvanar desde zonas traseras a través de triángulos, una política “muy Barça”. En el lado derecho Leão intentaba hacerse fuerte con Chica y el extremo de turno y en el izquierdo era Rubio el que asomaba junto a Peña. Cuando viraban, lo hacían para acompañar el movimiento en diagonal hacia la puerta de ese extremo, que venía ocupando un carril interior para dejar que por la cal asomara buscando la sorpresa otro jugador. O eso, o para mirar a Óscar en la zona del enganche o a Roger percutiendo entre el central y el lateral. Dicho sea de paso, su presión era elevada, pisando terreno rival… con muchos metros a las espaldas.

Esto fue un problema. No ya por la presión, sino porque el repliegue tras pérdida era deficiente; solo los que fueran atletas lo podrían resistir o alcanzar a quien se lanzaba hacia el otro lado del pasto. La ocupación alta del terreno de juego por parte de los centrocampistas provocaba que, una vez el balón caía en manos del rival, el espacio habilitado para su avance fuera grande, tanto en los costados –cosa lógica: la salida por fuera obliga a la separación de los centrales e impide que se hagan fuertes juntos– como por dentro.

Y de repente, el matiz. Un buen día Rubi ‘se olvidó’ de triángulos. Con la consolidación de Timor en el once, los medios centros dieron un paso atrás y se ‘cerraron’, pasando a poseer una visión periférica del ataque y una posición más ventajosa para correr hacia atrás y ayudar en esos espacios antes castigados. Vino a servir para que las espaldas estuvieran guardadas… pero no para mucho más.

En lo que a creación de fútbol, el Real Valladolid empobreció en pos de buscar el equilibrio, alcanzado en la parcela defensiva con el paso de las jornadas. Se vistió a un santo a cambio de desvestir a otro. Y, dicho sea de paso, hubo algo que nunca se arregló, el castigo infligido a los laterales, aunque esto tiene que ver más con las escasas y pobres ayudas de los extremos, principalmente Mojica y normalmente excepción hecha de Hernán.

En definitiva, Rubi se destapó los pies al querer cubrirse el cuello con la manta. Con Timor y sin Rubio, sin triángulos, más cerrados y unos metros más atrás, el equipo presentó unas virtudes y unos defectos nuevos a cambio de olvidarse de otros. El equilibrio real estaba en un tercer medio, que se usó. Se usó y se puede decir que cosechó más éxitos que fracasos, aunque las características de diferentes rivales recomendasen al técnico blanquivioleta prescindir de él y al final acabase en el olvido.

¿Se puede decir, con todo, que esta habría sido la mejor solución para que el Real Valladolid jugase mejor? Puede. Pero a toro pasado todos somos Manolete. Y claro, hacerlo, con todo el plantel disponible –o casi– habría supuesto restar una plaza para los Óscar, Roger, Hernán, Pereira o Mojica, de los cuales ya de por sí uno al menos debía quedarse fuera. En todo caso, es indiscutible que en el ambiente han quedado dos cosas: que con tres medios se jugó a otra cosa y que si el plan era con dos, mejor con Rubio en el once.

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