José Campaña buscará en el Alcorcón confirmarse como el buen jugador que prometía cuando asomó en el Sevilla

Este verano ha llegado a la Agrupación Deportiva Alcorcón un mediocentro adivinado hace años como una de las mayores promesas del fútbol español. Por exagerada que pueda parecer la afirmación, basta con acordarse de la rutilante irrupción de José Campaña en el Sevilla allá por 2011.
En su día, Míchel llegó a decir de él que “la naturaleza le ha dado unas posiciones muy buenas y ahora tiene que proponérselo”. El contexto, inequívoco, iba relacionado con su calidad y con las malas elecciones que estaba tomando, y que llevaron al chileno Gary Medel a convertirse en algo así como su tutor.
Lo que parecía que podría ser se vio enturbiado por un entorno que decían contaminado. Su calidad era indudable y muchos veían en él una prolongación de los Xavi e Iniesta, por un lado, y, por otro, de Ramos, Puerta o Reyes, frutos, también de la cantera sevillista. La telaraña, en forma de renovación que nunca llegó, acabó tejida con forma de puerta con un cartel de salida.
Los dieciocho ilusionantes partidos de su primer año se redujeron hasta los solo seis, que no fueron óbice para que se proclamase dos veces campeón de Europa con la selección española sub 19 –una de ellas con Lopetegui, su técnico el pasado curso–. Terminado ese ciclo, le esperaba Inglaterra. Le esperaba el principio de una cadena de cambios y nunca de un asentamiento definitivo.
Firmó por el Crystal Palace de la Premier League, pero su participación se redujo a seis apariciones en la primera vuelta, que le hicieron marcharse en la segunda cedido al Nürenberg de la Bundesliga alemana. Y el aumento de minutos no fue ostensible: sumó 591 en sus diez participaciones, sin llegar ni siquiera a doblar los 312 minutos disputados en las islas.
No jugó ni siquiera mil minutos. Pobre bagaje para un jugador de veinte años que amenazaba con comerse el mundo. Y en la 2014/15 no le fue mucho mejor. Lo firmó la Sampdoria, pero se fue cedido al Porto de Julen Lopetegui sin llegar a enfundarse la zamarra genovesa en partido oficial. Tampoco triunfó; jugó seis veces y acabó haciéndolo más –seis– con el filial, en la segunda categoría.
Sus veintiocho envites disputados en las dos últimas campañas se quedan cortísimos para la proyección que parecía tener, más aún cuando ha militado en cuatro equipos distintos –cinco si se tiene en cuenta el filial portista–. Llamado a comerse el mundo, apenas lo ha olfateado; más bien ha jugado con él, como quien coge una manzana y luego otras dos para ponerse a hacer malabares. Pero aún está a tiempo de morder.

A reencontrarse con su estilo
No mordió con Lopetegui, a pesar de que este lo conocía bien de las categorías inferiores de España. Con él fue campeón continental en 2012, mientras portaba el brazalete de capitán. Enamorado de su juego, el técnico guipuzcoano lo reclutó para espanholizar su Porto, pero se encontró con un jugador perdido, cuyo estilo parecía escondido.
Problemas institucionales al margen, pasar del toque de Míchel a Emery, más vertical, hizo mella en su fútbol, y, se ha probado, el fútbol inglés y el alemán tampoco eran lo mejor para él. Por qué no cuajó en Portugal solo él y el dios balón lo saben, pues, salvando las enormes distancias, dentro lleva la esencia de su ídolo, Xavi Hernández, y con el aún entrenador portista podría haberla mostrado.
Ian Holloway, su primer entrenador en el Crystal Palace, lo señaló maduro, con una buena lectura de juego y como una futura estrella. Allí, como se ha comentado, no duró. Tras la destitución del citado técnico, desapareció, y aún se debe encontrar consigo mismo. Algo que intentará en un Alcorcón en el que, por lo pronto, ha comenzado como titular.
Mediocentro organizador, presuntamente de jerarquía, con depurada técnica y visión de juego, debe aprovechar la cesión al conjunto alfarero para medrar. Debe ser, la alcorconera, una plaza en la que sumar, de verdad, minutos de calidad que le ayuden a progresar y a dejar atrás fantasmas y malas decisiones del pasado. Se necesita a sí mismo, en definitiva, para ser cuanto parecía.
