Achille Emaná buscará en Tarragona el cariño que recibió de la afición del Betis tras cuatro años jugando en ligas menores

Había una vez una afición que veneraba trece barras de colores verde y blanco y a un nigeriano desgarbado. Alto, delgado, de nombre Finidi y de apellido George, era un futbolista de otros tiempos.
La afirmación, aunque alguno lo pueda pensar, no es exagerada: ganó una Champions con el Ajax y acarició otra. Y luego, pudiendo firmar por el Real Madrid, escogió Sevilla, el Real Betis Balompié, para seguir desarrollando su carrera; previo pago de mil millones de las viejas pesetas.
Nada que ver con lo que ocurriría hoy, ya saben. Los grandes fagocitan a los pequeños, les puede la ansiedad y se comen cualquier pez que les parezca apetecible, aunque luego lo regurgiten. Era aquella otra época, en la que el Betis llegó a tener en sus filas al jugador más caro del mundo, el brasileño Denilson.
Extremo a la vieja usanza, Finidi era funambulista en la cal, profundo y fuerte. Jugó 130 partidos oficiales como bético y anotó 38 goles. Pero su leyenda la forjó con la comunión que creó con la grada. Apodado ‘gacela’, engatusó con su fútbol y enamoró con su celebración, la del sombrero. Un amor que, pese a su marcha –ay Lopera, Lopera–, jamás se gastó.
Se retiró en 2004, años antes de que su heredero, su sucesor, vistiera las trece barras. En 2008, un tal Achille Emaná decidió emular su mítico festejo con cada uno de los goles que marcó como verdiblanco, 34 en los 71 encuentros que disputó. Por eso y por más cosas, él también se ganó el cariño del Villamarín, entonces, cuando Finidi y en sus inicios, Ruiz de Lopera.
Aunque su fútbol era distinto; menos preciosista y más físico que George. Era menos técnico, pero su gran despliegue sobre el tapiz y su gran carisma ayudaron al Betis y su afición a sonreír levemente, de cuando en vez en una época dura, alejada de los buenos tiempos y las vacas gordas sagradas de Finidi, Jarni o Denilson. Así, conoció la Segunda, pues descendió en su primer año y estuvo en ella dos. No importó; gustó.
Ayudó al cuadro de Heliópolis a subir a Primera y, antes de que el amor se deteriorase, partió en busca de aquello que no da la felicidad, pero ayuda a encontrar la felicidad: el dinero. Jugó en tres equipos árabes, Al-Hilal, Al-Alhi y Al-Wasl, y en el Cruz Azul, en la bien pagada liga mexicana. Competir, compitió poquito.

El pasado verano existió una posibilidad, aunque remota, de que volviera a vestirse de verdiblanco, que finalmente no fraguó. Ha sido en este, Nàstic de Tarragona mediante, en el que ha terminado por darse su vuelta al fútbol español. Después de un breve periodo de adaptación, provocado principalmente porque la exigencia física en España es mayor, es ya titular en la línea de tres cuartos del equipo que dirige Vicente Moreno.
Ha jugado en las cinco jornadas que preceden a su visita al Nuevo José Zorrilla, que tendrá ocasión este domingo a partir de las cinco de la tarde; en tres de ellas como titular y en dos como suplente. Acumula 305 minutos y es la séptima pieza más utilizada por su técnico, aunque no sería de extrañar que al final del curso esté más arriba en esta lista.
Y es que, a sus 33 años, ha podido perder parte de aquel derroche físico que encandiló en Sevilla, y probablemente esté obligado a esfuerzos más cortos, a partir más próximo al balcón, pero lo cierto es que se sigue mostrando como un jugador voraz a la hora de buscar el área rival.
Si ha vuelto a España es precisamente por eso, por hambre; por afán de competir. Está por ver hasta dónde llega ese físico, después de cuatro años en la ‘dorada diáspora’, y también cómo celebrará los goles –que a buen seguro llegarán–. Finidi ya no será el espejo, ni el gorro sevillano. ¿Tocará barretina? Sea como fuere, el que fuera heredero de George, buscará de nuevo el fervor de la grada y convertir el apodo de ‘pantera’ en algo más que un recuerdo en verdiblanco.
