Relato participante en el II Concurso Literario Blanquivioletras, obra de Ricardo Iglesias (Granada)
Como decía Gabriel García Marquez, “recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón”. Recuerdos y Corazón. Esas son la primeras palabras que me viene a la mente para hablar sobre el Real Valladolid.
Quizás lo primero y más necesario para comenzar esta pequeña historia es hablar de “mis antecedentes””. Por eso la forma de enmarcarla para darle valor es en primer lugar hablar del pasado. Y por eso empiezo este pequeño ejercicio introspectivo, hablando de recuerdos.
Siempre he presumido de nacer en el corazón de Valladolid, en pleno Paseo de Zorrilla. Algo llamativo, para alguien cuyas raíces se asientan en la profundidad de una comarca salmantina sin antecedentes familiares, al menos que yo conozca, cuyo origen sea Vallisoletano. No obstante era algo bastante habitual encontrar a habitantes de los diversos territorios de Castilla y León trasladarse a una incipiente capital de Pisuerga, a ganarse honradamente la vida. Fue mi caso y allí nací, y durante 33 años de mi vida para quedarme.
Desde muy pequeño, gracias en parte a mis hermanos mayores, me hipnotizaba “esos objetos redondos” que rodaban por el suelo con los que nos divertíamos. No sabía muy bien qué hacer con ellos, pero de alguna forma me “enamoraba” aquella sensación rápida de balones moviéndose de lado a lado. Pronto supe que aquello se llamaba fútbol, y a veces para mi sufrimiento, aquel estado hipnótico me ha acompañado toda la vida. Más tarde conocí que detrás de aquellos esféricos, se encontraban colores y sentimientos.
Cuando mi mente era capaz ya de almacenar pensamientos y recuerdos, aprendí que tenían un color: Eran rayados verticales con colores blancos y violetas. No sé por qué, hay veces que todavía me interroga, pero interioricé aquellos colores y sentimientos con un nombre: Real Valladolid.
Fue como mi familia. Uno nace en el seno de una familia. Yo no elegí a la mía Con sus virtudes y defectos, con sus manías y sus costumbres, quizá manifiestamente mejorables a la vista de algunos. Seguramente si hubiéramos podido elegir, todos mejoraríamos aspectos de nuestra familia, pero seguramente todos tenemos claro de que por encima de todo, no la cambiaríamos ni por nada, ni por nadie. Igual que nuestro equipo.
Dentro de aquella familia, sin tradición pucelana, aparecía el Pucela, Mi Pucela. Porque es eso para mí es el Real Valladolid, un miembro más de mi familia, con todas las implicaciones personales que ello supone. A veces te sientes orgulloso, a veces fracasado, a veces enfadado, y a veces también duele.
Es imposible olvidarme de aquellos partidos de tardes de domingo (porque entonces el fútbol era un fútbol de radio y de domingo) escuchando en las emisoras locales, como mi equipo “pasaba la divisoria” o “fallaba una estrepitosa ocasión de gol”. Apenas tendría unos 7 u 8 años y vivía aquellos partidos como si yo estuviera en medio de la cancha jugándolos yo. Mi memoria alcanza partidos memorables y sensaciones de tristeza y alegría. Tardes que se hacían interminables o veloces en función del resultado. La vida duraba noventa minutos y mi estado de ánimo cambiaba en función del resultado de mi equipo. Mi madre siempre me preguntaba: ¿Cómo ha quedado el Valladolid?
Consciente del amor, y como dice la canción casi “obsesión”, que despertaba en mi los de la camiseta rayada. Curiosamente hoy muchos años después esa sensación permanece, y hoy por hoy, pasados los cuarenta, mi madre me sigue preguntado ¿El Valladolid, qué ha hecho hoy?
Recuerdo mi primera visita a Zorrilla, en aquel fondo norte de pie, atestado de gente. Con aquel bocadillo que nos hacía mi madre con el mayor cariño del mundo. Abrigado hasta los ojos en aquella tarde de invierno. No podía dejar de mirar al campo, antes de que por la megafonía sonara un “banderas blancas violetas, voces que cantan goles y gestas”. Creo que no conseguí dormir la noche antes. Era ver con mis ojos un sentimiento, una emoción. Algo nuevo en mi vida, y quizás como aquella emoción irrepetible.
Ver a once camisetas, me daba igual los nombres, con un laurel en el pecho me hacían sentir lleno de vida, y felicidad. Eran los que me imaginaba en mi mente, los que veía por la tele, y los tenía allí delante, en el José Zorrilla. He tenido la suerte de visitar grandes estadios a lo largo de los años, pero ninguno tan bello como aquel José Zorrilla el primer día que vi a mi Equipo, con apenas 8 años. Nada es comparable a aquel momento. Yo estaba con mi Pucela, y mi Pucela estaba conmigo. Por fin nos veíamos “los ojos”, y entendí entonces, que el resto de mi vida no sería capaz
de alejar ese sentimiento.
Después vinieron muchos años subiendo a Zorrilla, año tras año, con grandes alegrías como la participación en la Recopa o en la UEFA, años después. Pero también grandes sinsabores como el descenso después de muchas temporadas en primera consecutivas. Siempre he pensado que el fútbol es una metáfora de la vida. Hay grandes momentos para celebrar, y hay grandes decepciones. Hay fracaso, como los descensos, que enseñan lo amargo de la
vida. Cada descenso de primera era un dolor intensísimo, que a veces me hacía cuestionarme mi propia cordura como persona. “Al fin y al cabo es fútbol”, me he dicho mil veces. Pero en esa misma frase reside todo su poder. Es fútbol, y es tu equipo, es parte de ti, y por eso lo que a él le afecta te afecta a ti. Es mucho más más que un deporte, es completamente distinto a todo lo demás.
La vida me arrastró lejos de Valladolid. Y ahora uno aprende que en la distancia todo se sobrevalora. Los triunfos son más triunfos. Las derrotas también lo son más. Quizá porque uno aprende valorar lo que tenía cerca (otra vez un ejemplo más de la vida). El tema es que cualquier referencia a mi equipo o a mi ciudad a 600 kms de distancia, es como si te llamaran por tu nombre.
Te giras o levantas la cabeza como si se dirigieran a ti. Creo que es una experiencia importante aprender a valorar lo tuyo cuando lo tienes lejos, te das cuenta que lo amas mucho más de lo que realmente nunca has sido consciente.
Tanto es así, que buscas continuamente un continuo contacto con tu ciudad, con tu equipo, con lo que fue tu vida (pasa igual con las personas). Hoy en la era de la comunicación fácil, el contacto diario con mi Pucela me hace sentirme todavía parte de allí (gracias twitter), y me hace participar con los que piensan como yo, con los míos.
Curiosamente la vida me ha regalado algo increíble, como es la experiencia de ser padre. Cuando lo supe, siempre he pensado, cómo sería capaz de trasmitir a mi hijo mi amor por el Pucela. No obvio que aquí se viven otros colores, y que hay otros equipos tan poderosos, futbolística y mediáticamente que acaparan todo y que hacen que los niños de hoy en día, se sientan irremediablemente empujados hacia ellos. Pero yo tengo claro que cuando lo que se trasmite es amor desde la humildad, desde la sencillez que no desde la modestia (odio cuando nos llaman equipo modesto), y desde la dignidad, son valores tan potentes que nos permiten competir con el marketing, el poder, y la arrogancia de los mal llamados “grandes”. No hay equipo más grande, para mí que el mío.
Ser del Real Valladolid, no es simpatizar, no es tener cariño, es formar parte de él. No es cercanía es pertenencia, y espero que mi a niño, a través del respeto, pueda enseñarle que los de “blanquivioleta” son los nuestros, y le brillen los ojos cuando veamos cada partido desde la distancia, tal y como le brillan a su padre. Sin duda el reto es apasionante, y el camino a recorrer por difícil que sea es sumamente bello. Soy de los que piensa que el amor no se enseña se vive, y Él con apenas un día ya tenía su primera elástica blanquivioleta.
Quizá es hora de acabar este pequeño ejercicio sin mayor transcendencia que la de hablar de una pasión. Sólo espero que mi Real Valladolid nos dé muchos momentos. No pido grandes momentos, porque como dice otra canción : “Por ser de Valladolid, No hay año sin penas”, Aunque obviamente si los deseo. Sea como sea allí estaré, en cada momento caminando a su lado, igual que él ha caminado a mi lado en los momentos duros de mi vida.
De las misma manera que en esos momentos, en que al menos pensar en mi Pucela, ahuyentaba por unos instantes esos sinsabores, unos más importantes y otros menos, que todos, desgraciadamente, vivimos. Estoy seguro que a lo largo del mundo, habrá miles de Vallisoletanos como yo que cada fin de semana, ríen y lloran, como cualquier otra persona. Pero como me pasa a mí, cada fin de semana es intenso porque juega el Pucela, y es tan especial, que provoca, que al menos un momento en el día giremos nuestro pensamiento a interesarnos cómo van los nuestros: los que juegan de blanquivioleta.
A Javier I.T. (Un ‘granaíno’ del Pucela de un año)
