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Fantasía blanquivioleta

por Redacción
14 de octubre de 2015
Imagen: Rosa M. Martín

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El Pucela enamora con su nueva camiseta con aires retro

Relato participante en el II Concurso Literario Blanquivioletras, obra de Alina Popescu (Valladolid)

 

Veintitrés de septiembre del dos mil uno. Estadio del Real Valladolid.

Filipeeeeescuuuuuu, Filipeeeescuuuuuu… – grita poniendo a prueba sus vigorosos pulmones, mientras que los aficionados pucelanos que la rodean se quedan mirándola de manera extraña.

Seguro que se preguntarán qué narices estará haciendo allí, pero a ella no le importa lo más mínimo y le hace caso a su corazón, educadamente, eso sí, y desde el más profundo respeto.

Lleva varios meses en Valladolid. Muchas semanas con su día a día de añoranzas y empeño en adaptarse a una nueva ciudad y a gente con vidas y costumbres diferentes. Pisa por primera vez y con mucha emoción el estadio del equipo local. Diosss, seguirá conservando los colores blanquivioletas, todavía le cuesta creérselo. Una no puede tener más suerte – piensa cuando delante de ella se abre un magnífico recinto que la fascina y la enamora con un flechazo, parecido en cierta medida al que sintió el verano anterior. Los jugadores de este quipo son unos afortunados – se dice para sus adentros. Es el estadio más bonito que ha visto nunca. ¿Cómo no va a haber este altísimo nivel en la liga española si un equipo de provincia cuenta con unas instalaciones tan extraordinarias?

Es el equipo de Moré, que hoy saca al campo un cuatro cuatro dos, con Ricardo, P. Ricchetti, Torres Gómez, Tena, Peña, Marcos, Harold Lozano, Sales, Fernando, Turu Flores y Tote como titulares, y Cuauhtemoc, Eusebio y Caminero como suplentes. Del Betis, que gracias a su buen hacer jugará en la copa UEFA, también le suena algún nombre, como Varela o Denilson. Pero sobre todo le hace muchísima ilusión volver a ver a su paisano, y grita, grita su nombre varias veces, hasta casi desgañitarse y hasta que Iulian y sus compañeros miran hacia arriba, a ver quién es la loca cuya voz cubre todas las demás. El fútbol construye puentes y hace que la gente se dé la mano. Y ella regala sonrisas con sus labios y su alma a sus vecinos de grada. Contradiciendo el tópico sobre la frialdad de los castellanos, todos le devuelven simpáticos gestos, y se siente feliz, muy feliz.

El Pucela pierde con dos goles a cero, pero ella queda encandilada. Gracias, gracias, tengo nuevo equipo, que compartirá mi corazón en un espíritu de fair-play de los que embellecen el mundo de forma esperanzadora.

*

 Se conocieron en tierras gallegas, y una de las primeras cosas en las que pensó, rodeada de brujas malvadas, originales conjuros y queimadas tradicionales, fue la sonora derrota de su Argeș querido, primero en casa con un resultado decente y luego a orillas del Atlántico de manera bastante más indecorosa. Pero le daba igual, cada vez que la preguntaban de dónde era contestaba con orgullo que venía de la ciudad cuyo equipo había jugado con el Celta apenas un año antes en la primavera europea.

Rodrigo estaba allí con sus compañeros y no le costó fijarse en él, pues desentonaba con la idea de macho ibérico de rostro atezado y atractivas facciones mediterráneas que tenían como tópico en su país. Era más alto que la media, y su cabello rubio y bonitos ojos azules la hicieron pensar en un nórdico perdido en un mar tostado. Empezaron a hablar con naturalidad el primer día y se enamoraron con la fuerza que sus veintipocos años les regalaban. Una locura, sí. Una preciosa locura, fresca e inconformista.

Quédate – le pidió Rodrigo la última noche y selló su ruego con un beso en el que se fundían todos los momentos especiales que habían vivido durante aquella semana de intercambio.

Ella pensó en todo cuanto dejaría atrás, familia, amigos, carrera que acababa de despuntar y… sí, en su equipo del alma, FC Argeș, uno de los mejores clubes de la liga rumana de los años setenta, que hasta ganó el título un par de veces, sí señor. Ah, que no os suena. Vaya. ¿Nicolae Dobrin, su excepcional talento y los logros de una época bohemia del fútbol europeo y mundial? ¿O quizás Adrián Mutu, joven y todavía actual? Una vez, cuando ella aún no había nacido y aunque nadie se acuerde, el Argeș ganó al mismísimo Madrid. Fue sólo con un gol de diferencia, para luego perder la clasificación en suelo español, pero era la época dorada del equipo.

Llegó tarde a la afición y para colmo el apogeo como forofa de los blanquivioletas nacionales vino cuando estaba en cuarto de carrera. Sí, cuando más tenía que estudiar para los exámenes finales y para la tesina. Cada fin de semana volvía a casa, y el sábado se quedaban en Pitești, cuando jugaban en casa, o recorrían la geografía rumana en los autocares que Dacia, como principal patrocinador, ponía a disposición de la afición para animar a los jugadores por doquier. Ar-ge-șu’, pum-pum-pum, Ar-ge-șu’, pum-pum-pum. Vintilă, para quien cosió con sus manos un cuadro con “El mejor portero” cuando se fue al Nacional. Canciones aprendidas sin esfuerzo, mucho entusiasmo y verdaderos gritos de guerra de las águilas violetas. Violeta. Dios, qué color más bonito. ¿Será porque el aroma de lila es uno de sus favoritos?

Cuando supo que Rodrigo era vallisoletano, estuvo convencida de que el destino lo había decidido así: amor blanquivioleta, que la aliviaría la morriña y la ayudaría a sentirse como en casa. Dejó la campiña valaca y encontró consuelo en los campos que el maestro Machado tan hábilmente cantaba. Hizo del fútbol una plataforma entre dos culturas que dio un fruto espectacular de sencillo nombre: Juan, el pequeño con alma de dos colores, que sufre cuando el Pucela pierde y ríe y grita emocionado cuando gana. El mismo que unos años más tarde escribió a escondidas un cartel que pretendía llevar al campo. Las letras desiguales rezaban, ni más ni menos: “Víctor, cásate con mi madre”.

*

Mañana es el gran día: ataviados con sus mejores camisetas y bufandas, asistirán a la final de la Champions y los nervios están a flor de piel. Hicieron las reservas nada más conocer el resultado de las semifinales y el lugar donde se jugaría aquel histórico partido. Es un sueño que muchos viven solamente una vez en la vida; irán a Berlín y teñirán la ciudad de sus dos colores: blanco y violeta. Ella le pregunta al pequeño Juan quién quiere que gane.

El Pucela, claro está, aunque si el Argeș marca un gol, también me alegraré. Pu-ce-la, ta-ta-ta, Pu-ce-la, ta-ta-ta.

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