Samuel Blanco, el colegiado más precoz de la delegación provincial de la Federación de Castilla y León de Fútbol, dirigió el sábado en La Ribera su primer partido

Foto: El Norte de Castilla
Camiseta siempre por dentro; impoluta. Un resoplido intenta echar para fuera los últimos nervios. Atados los cordones, llega el momento de levantarse; la hora del estreno como titular.
En este vestuario no hay gritos de guerra. ¿Por qué este silencio? El deseo de la suerte no viene de aquel compañero que se cambia al lado, el que te acompaña en cada viaje o en cada entrenamiento. Para eso habrá tiempo más adelante –quizá, ojalá–. Viene del otro equipo, que no rival ni menos enemigo (aunque algunos se empeñen). De los otros equipos, en plural. Sí, sí, en plural.
“¿Y las tarjetas? ¿Las he cogido?”. Es de rigor, aunque no hagan falta. Como el silbato. Siempre lo dicen en el colegio: “No tengáis miedo a pitar”. Más bien al contrario.
Ah, ¿que todavía no se ha dicho? Sí, sí. El que debutó como titular el pasado sábado en La Ribera fue un colegiado: Samuel Blanco Ordóñez.
Más ilusión que nervios
A decir verdad, ese resoplido, si bien fue real, no fue para tanto. Llegada la hora en la que el debían saltar al campo el Juventud Rondilla C y el Maristas CCV B, era más la ilusión que los nervios. Pero, ¿por qué? La respuesta es más tajante que obvia: “Porque me gusta”, dice Samuel.
Explica que el ‘gusanillo’ le entró a instancias de algún amigo que ya se dedicaba al arbitraje, y que en casa todo lo que se ha encontrado es un apoyo incondicional. En casa… o en las dos casas, porque así considera Jesús Zancada Lobato, juez de línea de Primera División y uno de los mayores artífices y promotores del programa de Talentos y Mentores del colegio arbitral de la delegación de Valladolid de la Federación de Castilla y León de Fútbol.
Es importante esta familiaridad, el sentir el hogar en el aula y en los entrenamientos que los colegiados hacen, porque luego, aunque los de ‘arriba’ suelan pitar acompañados, en la mayoría de casos, en el fútbol base, el trencilla dirige solo. Solo es cómo acierta y cómo yerra.
Ahora bien; cuenta Zancada que en los últimos años ha cambiado esa soledad en el debut, y para bien. “Es importante que estén arropados”, confirma. Y no son estas palabras vacías, puesto que otros debutantes recientes como Sara García Arranz dicen que así es, que los nervios se aplacaron al ver a un compañero más experimentado cerca.
“Es lo menos; es donde tenemos que estar. El primer partido es muy importante. Para mí es un orgullo ver el debut de un compañero”, dice Zancada, que reconoce que en esos partidos el acompañante disfruta como en los suyos propios.

Foto: El Norte de Castilla
Cada vez más jóvenes
Samuel es la viva imagen de que cada vez la media de edad del arbitraje es menor. Paulatinamente se puede ir viendo cómo en categorías mayores hay chicos (o chicas) más jóvenes. Así, en Tercera División, uno se puede encontrar ya con el vallisoletano Daniel Reinoso Mangas, de apenas diecinueve años.
En el propio colegio, reconocen, hubo alguna duda con la precocidad del joven colegiado Blanco Ordóñez. Pero era tal su ilusión que estas se disiparon rápido. No las hubo, dice él, en su entorno. “Mis padres y mis amigos y compañeros de equipo me animaron –es árbitro colaborador y todavía juega al fútbol federado en el Victoria–. Me han animado y les ha parecido bien que pite”.
Si los nervios podían existir no era tanto por el miedo al error como por la reacción del público ante un posible fallo. Como uno más, hizo el curso pertinente, pasó el examen y se entrena una vez por semana con sus ya compañeros. Que fallarán, y acertarán, seguro, como humanos que son.
Para el colectivo arbitral esto es casi una obsesión; se tiende al cero error (o se pretende que así sea). Para los aficionados el trencilla debe ser una máquina, perfecta, en tanto es –o creen/quieren creer– máquina. A veces, por televisión, vistas varias repeticiones, sin tener en cuenta la comodidad que supone su posición. Otras, en el campo, olvidando que quizá ciegan los colores. “Para eso les pagan”. Nadie es perfecto. Y, en supuestos como el de Samuel, lo que el colegiado encierra no es solo una persona, sino, además, un niño, un adolescente; alguien en formación, con el mismo afán de divertirse y el ansia de aprender que el hijo de aquel que a veces olvida y grita.
Blanco Ordóñez pertenece a ese tercer equipo que ‘se manifiesta’ en cada encuentro, en silencio, de no ser por el silbato. En este equipo, si se apuesta por los jóvenes –cada vez más–, es porque cada vez están más preparados y se preparan más. La diferencia es que ellos (informes aparte) nunca ganan… o sí, porque cada experiencia cuenta. Aun recién estrenada, Samuel apuesta por ella manera decidida: “No me fijo en ningún árbitro en especial, pero sé que me quiero dedicar a ello”, dice. Silbato y tarjeta en mano.
