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Hijo de este campo

por Jesús A. Zalama
9 de diciembre de 2015
Foto: Rosa M. Martín

Foto: Rosa M. Martín

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El Don Bosco es lugar de acogida ‘deportiva’ de un niño sirio. Mientras juega con sus compañeros, charlamos con su padre, con el fútbol de fondo

 

Foto: Rosa M. Martín
Foto: Rosa M. Martín

Solo había jugado allí una vez, y hacía ya más de cinco años. Mi recorrido nunca fue lo suficientemente longevo como para extrañarse por eso. Es un campo encuadrado entre diversos edificios, un campo recogido, integrado en el panorama, en sintonía con la labor que sobre su césped artificial –ya algo mascado– se realiza.

Recuerdo la vez que jugué allí. Fue en la primera jornada, fui titular… y ahí se acabaron mis oportunidades. Continué arrastrándome el resto del curso. ¡Cuán diferente era el panorama que se abría ahora ante mis ojos más de cinco años después en los campos del Club Deportivo Don Bosco! Nadie arrastrándose, todos erguidos, ayudados. El campo era de caucho, pero la tierra era de oportunidades.

“Hace cuatro meses que estoy en España y en Valladolid hace un mes y medio, aproximadamente”. Fueron las primeras palabras que llegaron a mi entendimiento de una de las conversaciones con mayor calado y catarsis que he podido tener en mi vida. ¿Quién las pronunciaba? El nombre es lo de menos, aunque no exponerlo aquí, para él y su familia, puede ser vital.

Él es un refugiado sirio. Sí, de esos que alimentan las horas de noticiarios, reportajes y diversos programas, con diversas intenciones, dicho sea de paso. Él y su familia estuvieron huyendo durante mucho tiempo de aquello de lo que en España hoy se intenta hacer memoria y, a la vez, casi todo el mundo repudia: la guerra. Porque en Siria hay una guerra, y, quizás, con demasiados bandos. No es fácil ponerse de parte de ninguno, porque cualquiera, en cualquier momento, puede acabar con tu vida.

Ya están aquí. Los refugiados sirios ya están en Valladolid. Eso sí, de momento, no en un número muy grande. Quizás los medios y políticos empiecen a olvidarse de ello, y puede que lo hagan porque por la seguridad de los afectados no puede haber fotos, y ya sabemos que muchos viven por la foto.

Ya están aquí, antes tan lejos y ahora tan cerca. La única distancia que ahora me separaba de ellos era el idioma. Pero incluso este escollo puede ser salvado mediante una intérprete a la que agradezco enormemente su colaboración, símbolo de tantas otras ayudas anónimas y desinteresadas, de esas que no necesitan foto.

“La gente aquí nos ha recibido muy bien, nos han aceptado muy bien. Hemos dejado nuestra familia, nuestra tierra allí, y por lo que estoy viviendo, puedo decir que hemos encontrado otra tierra aquí“, explica. Pocas palabras pueden suponer mayor orgullo para un vallisoletano. A orillas del Pisuerga alguien pensará que hay monstruos corvos de ideas rectas, avecinados en sí mismos, nada abiertos a nada y con bastantes reticencias a salirse de lo que no les es propio.

Nada más lejos de la realidad; Valladolid ofreció su casa a los refugiados sirios con la misma pasión que recorrió sus calles en apoyo a la lucha contra el cáncer. No se dejen engañar, atiendan las palabras de aquellos que son ayudados y acogidos por los muros de la patria nuestra. “Hemos encontrado gente muy humana, gente que nos ha aceptado con mucha facilidad”, afirma.

Ni el frío climatológico es excusa o traba. “El clima es exactamente igual al que teníamos donde vivíamos, en los alrededores de Damasco. Estas temperaturas bajas también las teníamos”. Y es que, hacía frío. Por suerte, seco, aunque nuestros nuevos vecinos ya han probado las nieblas perennes que cubren la ciudad a menudo.

Foto: Rosa M. Martín
Foto: Rosa M. Martín

Están aquí con nosotros, soportan el día a día tal y como lo podemos hacer cualquiera. Los fines de semana, para salir un poco de la rutina, van con sus niños a los parques o a dar un paseo, y son uno más: “La gente que tratamos todos los días nos considera como parte de la sociedad”.

Ellos también ponen de su parte. “Entre semana tenemos que estudiar el idioma, el español, y lo hacemos a través de Accem, que nos está facilitando muchísimo la vida aquí”, comenta.

Ya había anunciado anteriormente que la única barrera que hay es el idioma. ¿Cómo sortearla? Muy fácil, con la misma fórmula con la que hay que plantear todo: ayudar a los que lo necesitan para que, con su esfuerzo, desaparezca cualquier eventual dificultad lo antes posible.

Es verdad aquello que dicen de que no se valora algo hasta que se pierde. Yo añadiría que se valora aún más si nunca se ha tenido. “Nos encanta Valladolid, nos encanta su gente. De momento, pensamos quedarnos aquí”, pondera el padre. He escuchado demasiadas veces lo contrario a oriundos vallisoletanos como para no sentir por ellos un desprecio tan grande como el orgullo que me produce que, aquellos necesitados a los que hemos acogido, piensen así de nuestra –suya ya también– ciudad.

Yo hablo con el padre. El hijo se entrena en los campos, me es imposible reconocerlo, es uno más, y me alegro. “Los niños están contentos aquí. Nuestro principal proyecto de futuro es que los niños aprendan, que aprendan a hablar el idioma, lo que les facilitará más la integración”. La preocupación de un padre por el futuro de su hijo. ¿Hay algo más humano y universal que esto? No hay distancia, y el muro del idioma está cayendo ya en el niño, quien en casa ya saludo con un “hola” y se despide con un “adiós”.

Ante todo, la preocupación por la prole. Como cuando tu madre se priva de lo que sea con tal de que a ti no te falte de nada. “Luego más adelante ya veré cómo buscar trabajo, buscar mi propio proyecto… para empezar una nueva vida”. Y la empezarán aquí.

El niño, ese ser inocente y sin mácula es un prodigio social. Muchas veces, deberíamos aprender de ellos, y aquellos que, como servidor, no hace mucho que lo fuimos, deberíamos echar un poco la vista atrás. “Los niños desde la primera semana han comenzado a conocer gente y cuando voy a recogerlos al colegio ya tienen amigos. Se saludan ya en español y son muy cariñosos. He visto que los niños se han adaptado fácilmente“. Se le ilumina el rostro al padre. Sabe que todo marcha como debe.

Y para ello, el deporte. No es un antojo de esta web, no es la justificación de esta entrevista. Es que es verdad, es que es así. El deporte es el arma integradora más potente que existe para un niño. El deporte es juego, diversión y participación, y más aún en los campos del Club Deportivo Don Bosco: “El niño, desde que ha empezado aquí a entrenar al fútbol, tiene varios amigos, compañeros… está más activo, más contento. En casa nos habla de lo que hace aquí con los compañeros”, dice.

Uno es de donde pace y no de donde nace. Más aún si no se ha encontrado nunca un sitio donde estar en paz. “El niño, cuando estábamos en Siria, era muy pequeño y ya entonces empezamos a trasladarnos de un país a otro. Por eso no vivíamos en ningún lado, el niño no tenía una vida estable. Aquí hemos encontrado estabilidad, el niño ha empezado a jugar al fútbol, cosa que le encanta. Él siente que está en su país“.

Un momento. El niño siente que este es su país. ¡Hemos ganado un patriota para la causa! Los ‘hojalata’ que por ahí deambulen sentirán algún tipo de rechazo porque esto así suceda, pero poco importa. “Este es mi país porque aquí he encontrado una estabilidad. Este es mi entorno: Accem, los campos del Don Bosco…  el niño ya identifica que esto es su país”, reconoce.

Foto: Rosa M. Martín
Foto: Rosa M. Martín

El entorno que nos rodea en la entrevista es ya también el suyo. Los campos del Club Deportivo Don Bosco son terreno de esperanza. “Estando aquí… es otro ambiente, me olvido totalmente de lo que ha pasado. Tengo esperanza. Mi hijo aquí puede tener una vida mejor. El niño jugaba en Siria como todos los niños, pero nunca en un campo así ni de esta manera. Desde el primer día que entró a este campo ha sentido que este es su campo, que es su sitio, que es hijo de este campo“.

Hijo de este campo. Un campo en el que echar raíces y que para muchos, tiempo atrás, fue un campo de desperdicio. Hijo de este campo: los milagros de los campos del Don Bosco siguen sucediéndose más de treinta años después. Descendientes en Siria.

“La sensación tan maravillosa que tiene mi hijo cuando está aquí es, en gran parte, culpa del entrenador, quien le ha dado mucha confianza, y de sus compañeros también. El entrenador siempre le está dando confianza, siempre le motiva. Cuando el niño sale de aquí, siempre sale con una gran autoestima“. Los profesionales. La figura del entrenador y de los compañeros. La amistad, la motivación. Conceptos totalmente destruidos en su país de origen y que aquí, con personas magníficas, están reconstruyendo. Reconstruyen no solo su vida, también su imagen del ser humano.

¿Qué puede aportarles Valladolid?: “Para mí, es suficiente que Valladolid nos dé humanidad, nos dé amor. Eso para mí es suficiente”.

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