El Real Valladolid se aprovecha del peor Numancia de la temporada en casa para dar un pasito más en su aproximación al ascenso, tierra prometida.

Pocos eran lo que creían en el resurgir. Y sin embargo, el Real Valladolid ha renacido. Dejándose por el camino puntos en casa tan importantes como los que se escaparon frente al Celta o el Almería, pero consiguiendo otros capitales en Elche o en Soria, donde los de Djukic han logrado una victoria sin apenas paliativos después de reencontrarse con su olfato goleador y aprovecharse del peor Numancia de la temporada en su propio feudo.
El primer tercio de partido se consumió en un bostezo. Cocida a fuego lento, como el ritmo de uno y otros, la media hora inicial aventuraba un hastío distante a la media reinante entre ambos contendientes en sus últimos enfrentamientos.
Según transcurrió el encuentro en sus primeros compases, más de uno debía pensar que había acudido a un desencuentro tal en el que incluso los propios jugadores correrían riesgo de convertir el tapete en improvisado colchón y el cielo en techo de sus sueños.
El más cercano a caer en la ensoñación pareció ser Zabal, un guardameta que apenas había encajado goles en sus anteriores participaciones y que sin embargo hoy se mostró fallón y dubitativo. La primera de las veces, en un centro colgado desde la derecha por Mikel Balenziaga que tras rebotar en uno de sus zagueros pasó a los dominios del meta, a quien se le resbaló el cuero de las manos.
Por allí andaba un tal Javi Guerra que había seguido la jugada, a pesar de no llevar el centro la inscripción del gol. De la obviedad de buscar el ídem nació la victoria vallisoletana, puesto que el balón le cayó al malacitano, que a placer embocó para adelantar a los blanquivioletas en el marcador.
Cinco minutos después, en el treinta y siete, Nagore cometió el enésimo error rojillo en mediocampo, en esta ocasión capital. Perdió la posesión ante Sisi, que galopó hacia Zabal cuan Messi que lleva el diablo. La resignación del centrocampista dejó al extremo frente a Culebras, perdido ante el quiebro del pequeño hiperactivo. De toque sutil, después de que Expósito se pasase de frenada frente a él, Sisinio lanzó el balón allí donde los porteros encuentran su perdición, tan cerca del palo que casi lo lamió.
Los diez minutos de castigos locales finalizarían tras un lanzamiento de esquina de Nauzet Alemán desde la zona derecha del ataque. El portero rojillo surgió de entre la maraña de cabezas para despejar de puños, pero fue incapaz de hacerlo más allá de donde el canario estaba para volver a recepcionar y poner de nuevo el esférico en el área. En esta ocasión sería la defensa quien se desharía del balón, quedándose a medias. Así, le llegó a Víctor Pérez, que dio un latigazo desde la frontal que se coló por la escuadra tras rebotar en un defensor.
El juego del Real Valladolid hasta el asueto probablemente distase mucho del expuesto ante Almería, Elche o Celta, pero de la misma forma que los de Djukic se olvidaron de ganar a los de Alcaraz o Paco Herrera, en esta ocasión parecían tener como primer punto en su lista de la compra unos tres puntos que a la postre lograrían.
En parte gracias a que debieron reencontrarse camino de Los Pajaritos con su vieja amiga la efectividad, mujer perdida en algún cruce de caminos antes de los enfrentamientos ante andaluces y gallegos y que volvió a ser vallisoletana en la visita a un estadio donde apenas se habían visto una victoria rival y siete goles en los once partidos previos.
Los hombres de Machín habían tenido un mayor porcentaje de posesión en los primeros treinta minutos, pero de poco sirvió. Apenas para un par de lanzamientos desviados de Bedoya. No obstante, a los seis minutos de la reanudación parecieron pretender dar muestra de su fama como locales y del peligro que con esa posesión eran capaces de crear al aproximarse en el marcador después de un lanzamiento de falta anotado por Julio Álvarez.
El hispano-venezolano hizo su cuarto gol en dos partidos gracias a que el balón rebotó en Álvaro Rubio. El tanto, sin embargo, no fue más que un ligero suspiro melancólico de las huestes numantinas, ya que nueve minutos después volvieron a mostrarse frágiles en labores defensivas en el cuarto y último tanto del Real Valladolid.
Parecía perderse un envío largo de Juanito por la línea de fondo, justo allí donde apareció Óscar González sin oposición para recogerlo mientras sus rivales llegaban -bastante al ralentí, por cierto- a cubrir su puerta. El salmantino mágico puso el balón allí donde, también sin apenas obstrucción, Guerra esperaba el servicio que le permitiese hacer su segundo gol y, ya de paso, que se esfumase el anhelo de remontada local.
Hasta el final tocó y tocó el Valladolid como tan solo los de Djukic -y quizá el Córdoba- saben en segunda división. Durmieron el partido en torno al balón cuando les fue posible, y cuando no, se pertrecharon en su zona defendiendo la meta de Jaime con el afán de no recibir un gol más y salir en busca de una contra que ampliase la renta. Lo primero se dio a pesar de la múltiple ocasión numantina. Para lo segundo apenas disfrutaron de oportunidades.
La victoria final por uno a cuatro permite cerrar la herida abierta por Ulloa y a la hinchada blanquivioleta -desplazada en gran número a Soria chillar a pleno pulmón al Celta “estamos a cuatro manzanas de ti”. Cuatro calles hacia el sur se encuentran ahora Almería, Hércules y Córdoba, y tres más abajo Elche y Alcorcón. Los albivioletas, sin embargo, no miran hacia ahí. Alzan más bien la mirada, pues ansían el puesto hoy en manos viguesas.
Sin prisa, pero a la vez sin pausa, los de Djukic hacen juego y goles y se acercan al Celta. El cielo del ascenso es una meta que hoy está dos kilómetros más cerca. Precisamente allí, en el cielo, espera un brujo blanquivioleta. Alguien a quien se le fue la vida antes de viajar a Soria, pero que allí donde esté habrá disfrutado, como en cada desplazamiento. Alguien por quien también subir. Brujo, el ascenso irá también por ti.