El Real Valladolid se adelanta ante el Real Zaragoza, pero acaba despeñando por el barranco sus opciones de ascenso directo en una segunda mitad horrorosa

El tropiezo ante Osasuna pareció el adiós. El triunfo ante el FC Barcelona, un hasta luego. La derrota del Real Valladolid ante el Real Zaragoza, la despedida definitiva del ascenso directo. Nada que no cupiera esperar, pero que duele por cómo se dio la caída. No fue caída, de hecho, fue un despeño, un salto sin paracaídas, o desde el trampolín, sin agua en la piscina.
Al blanquivioleta de bien le duele pensar que ya ha subido el Real Betis Balompié y que a él, en el mejor de los casos, le queda casi un mes para celebrarlo en la Plaza Zorrilla. En el estadio, tuvo que lamentar la abstención de su equipo. Porque eso hizo en esta jornada de comicios; abstenerse, tras el descanso.
Si la primera parte tuvo poca chicha, la segunda fue la de la desidia y el enfado. Si antes del descanso los vallisoletanos se pudieron por delante desde el punto de penalti, y sin hacer gran cosa, una vez salieron de nuevo de vestuarios lo hicieron embargados por la pereza, a sabiendas de que el Girona había ganado y que el Sporting de Gijón ganaba.
El Real Zaragoza se plantó en Zorrilla como Osasuna ocho días atrás, con cinco defensas, pero distintas intenciones. Planteaba una maraña en una segunda línea, ya que elevaba a una segunda altura a los dos laterales, y trataba de hilvanar cuando tenía el balón. Los principales responsables de que lo hicieran –sin alardes– fueron Vallejo y Basha.
El canterano, de solo dieciocho años, fue el mejor. Lució otra vez el brazalete de capitán y demostró ser el corazón zaragozano. Respaldado y apoyado en Mario y Rubén, centrales con experiencia en Primera, se erigió bastión defensivo y baluarte de la fe. Subió en un par de ocasiones al más puro estilo Javi Martínez y se encontró a menudo con el albanés, trotón, en el mejor de los sentidos.
Así, solo a través de envíos largos creó peligro el Pucela, siempre a los pasillos entre lateral y central, en el hueco que dejaban los primeros. Roger apareció ahí una vez con claridad, Óscar lo hizo para apostillar un buen centro que acabó en la red pero que no subió al marcador por fuera de juego y Mojica fue quien más lo logró, aunque sin éxito.
Por contra, cada torpeza de Sastre o –sobre todo– de Timor acababa en aproximación más o menos peligrosa, lo que permitió a Borja Bastón y a William José, en menor medida, hincharse a fallar ante Varas, el mejor de la tarde en los locales. Sin embargo, el primer gol sería de estos, obra de Óscar, que envió a la red el penalti cometido por Mario cerca del asueto.
Y en el segundo periodo, lo que decíamos, la desidia, la desgana, la pereza. La abstención. La remontada. El enfado. Los gritos de “Rubi, vete ya”. El Real Zaragoza sufrió tres lesiones, de Mario, Basha y Borja Bastón, pero aun así pudo voltear el resultado, simple y llanamente, porque quiso, y porque el Real Valladolid no se lo impidió.
Borja Bastón puso la réplica también desde el punto de penalti, después de la infracción de Sastre sobre Vallejo. Y ya en el descuento, los otros dos barbudos del ataque maño, William José y Eldin llevaron la lógica al marcador, ya que se lo tenía bien merecido, solo por fe, esa que le faltó a su rival y que tuvieron ellos por seguir acercándose al play-off, que hoy tienen en sus manos.
El segundo gol llevó a la grada a ‘mirar’ a su entrenador. El tercero, a irse con unos segundos de adelanto, que había que ‘ver’ cómo De la Riva pierde su asiento en el ayuntamiento; un descalabro, el del Partido Popular, que es el único que superó el de los blanquivioletas, que ya saben que solo podrán ser cuartos o quintos.
