Nuestros pequeños adoptan unas conductas derivadas o provocadas por los mayores impropias de su edad, a veces, poco respetuosas para con el prójimo. Aquí algunos ejemplos

Disculpen que la tendencia de uno vaya a ser a personalizar en las siguientes líneas, pero entiendo que es casi obligatorio hacerlo, y conforme me acompañen entenderán la razón.
Semana tras semana en los campos de fútbol base de la provincia existen conductas reprobables en adultos, pero, lamentablemente, también en menores; en jugadores en formación. Y no, no es un decir. Les pongo el primer ejemplo, vivido por el aquí firmante el pasado sábado dieciséis en un campo de la ciudad, en un Primera Infantil.
En la primera mitad, un jugador local cometió una infracción sobre uno visitante en la frontal del área. Esto provocó una serie de protestas airadas en el banquillo del equipo de fuera, entre las cuales se pudo escuchar la frase “me cago en tus muertos”, acompañada de unas risas.
El colegiado del encuentro, en ese instante, se acercó al banquillo y pidió respeto a los jugadores que en él estaban sentados, ese que no había pedido previamente su propio entrenador, ni tan siquiera cuando un compañero se tropezó en el intento de regatear y pidieron, en tono de mofa, penalti.
No son pocas las veces que un partido acaba calentándose dentro, incluso entre niños, debido a las protestas de fuera. Recuerdo, por poner otro caso, haber visto esta misma temporada como en un duelo de la Segunda Alevín la continua persecución a la que fue sometido el jugador más habilidoso del equipo visitante –hasta el punto de que cambió varias veces de posición y fue seguido por el rival con un mayor físico– terminó provocando tal grado de histeria alrededor del campo que, dentro, un niño propinó un puñetazo a otro.
Por suerte, un padre afeó la conducta reprobatoria al entrenador local al final del envite. Pero no es lo habitual, al menos en público. Lo normal es el enredo en la protesta y la justificación, como si todo valiera para ganar. Olvidándonos, por el camino, de que el fútbol es fútbol, pero sobre todo es, o debe ser, formativo. Olvidando, en definitiva, eso, la formación.
Recuerdo, en temporadas anteriores, oír a una madre insultar a un compañero de su hijo por fallar en un gol. También, cómo otro niño, portero como el anterior, terminó pidiendo el cambio en uno de sus partidos ante el continuo acoso al que se vio sometido por parte de un energúmeno que se situó detrás de su puerta. Por no hablar de los árbitros… La semana pasada, mismamente, un aficionado saltó al campo en un Tercera Infantil con la intención de agredir al colegiado.
Un nuevo caso de la mala educación o de la excesiva presión a la que a veces se ven sometidos nuestros pequeños se ha vivido este mismo sábado en un partido disputado en la ciudad. Les pongo en situación, en la Segunda Infantil:
Un jugador visitante marca gol desde el punto de penalti. En su celebración, agita los brazos en dirección a la grada, en señal, da la sensación, de reto (así se lo toman los aficionados). Y empieza a darse golpes en el pecho, en el escudo. Y acaba besando en el indicativo de su club. Un poco excesivo, ¿no? Pero, sigamos.
Ese jugador jugaba hasta hace medio año en el club que ejercía como local. Aquellos a los que parecía retar eran los padres de sus excompañeros, que estaban enfrente, hoy como rivales. La cosa cambia, ¿verdad? No acaba aquí. Sigue con sus dos goles siguientes; el segundo, celebrado con algo más de mesura, el tercero, dedicado a los suyos.
Cosas de niños… o no. Porque al instante uno ve que hay algo más. Y pregunta. Y le cuenta el entorno del club local que la salida del chico no fue la mejor. Y que esta se debió a problemas entre el padre, exentrenador, y la entidad que abandonaron juntos. Que, incluso, se le negó al pequeño viajar con sus compañeros a un torneo fuera de Valladolid debido a que el padre había anunciado ya que su hijo cambiaría de club al finalizar la temporada, después de utilizar, incluso, la imagen del Real Valladolid para hacer de más a su prole.
Los gestos en esa primera celebración provocaron más lástima que enfado; “al fin y al cabo, es un niño”, decían los directivos presentes, de sobra conocedores del caso. El problema, explicaban, es que se puso el foco en el hijo porque vino él a pagar las cuitas del padre, algo totalmente reprobable y que jamás debería suceder.
En esos instantes se encontraba en el mismo campo Benjamín Zarandona, exjugador profesional y que ha iniciado una serie de reportajes para La Jornada de Valladolid, en La 8 Televisión, sobre los valores en el fútbol base. Conocida la historia por los presentes, el otrora jugador del Real Valladolid le preguntó al pequeño por el gesto, que, con total naturalidad, reivindicó que se había debido al buen recibimiento que han tenido en su nuevo club.

Leídas las líneas anteriores (hasta el párrafo que precede a este, parte de una actualización), la familia del jugador se ha puesto en contacto con este medio de comunicación para desmentir que utilizara la imagen del Pucela a la hora de gestionar el futuro de su hijo. Asimismo, sobre el citado viaje ‘negado’, ha explicado que la decisión fue sola y extrictamente familiar. Y descartó, en definitiva, que el niño tuviera mala intención, si lo hizo, fue porque ahora es feliz, porque le han recibido y le tratan bien, después de que antes incluso se le apartara durante dos meses de la disciplina del equipo.
En todo caso, los problemas entre adultos no son nada más (o nada menos) que eso. Nunca un niño de trece años debería soportar la carga de ser señalado como poco respetuoso con el que era su entorno hasta hace no tanto por un malentendido entre mayores.
Dicho esto, extraigámonos de esta última historia. Pensemos en genérico, en todas. Quien escribe, saca la siguiente reflexión.
Definitivamente, los adultos atontamos niños, y no (solo) la televisión. Es verdad, no (solo) es culpa de un padre que el niño celebre los goles con el gritito de Cristiano, o que dude para su nuevo peinado no entre la raya a un lado o a otro, sino entre si es mejor el de Alves o el de Neymar. Desnaturalizando el error, perdiendo de vista el rasgo formador a cambio de dar preponderancia o exclusividad al competitivo, nos equivocamos.
Nos equivocamos al permitir que haya niños de nueve años que tienen representante –sí, hay casos: pregunten por uno de la Primera Benjamín–, nos equivocamos insultando al árbitro, desautorizando al entrenador, gritando al compañero porque no se la pasa a tu chico. Y así podríamos seguir. Nos equivocamos; tanto…
Da la sensación de que tradicionalmente el fútbol era el lugar de descargo de la tensión acumulada a lo largo de la semana. “¡Árbitro, hijo de puta!”. “¡Míster, vete a tomar por el culo!”. “¡Corre, cabrón!”. Y no, el fútbol no es eso, o no debiera serlo. Ya no hablemos del fútbol base. Lastimosamente, se está convirtiendo, si no lo ha hecho ya, en otro foco de bilis, no de cultura (el deporte también lo es) y aprendizaje.
Nos equivocamos. Recapacitemos. A tiempo estamos. De dar a nuestros pequeños una mejor educación deportiva. De ser, también educados. Y de algo también olvidado: de disfrutar. Disfrutemos. De ellos y con ellos. Del balón, en definitiva.
NOTA: No se incluyen los nombres de los equipos y –especialmente– de los jugadores para evitar que sean señalados. Las historias aquí relatadas se han de erradicar con contundencia en todo caso, con independencia de quién sea el protagonista.
