Quién diría que ese gesto tan universal, tan cotidiano y tan poco elegante como lo es el de bostezar escondía un secreto de ingeniería biológica. Sí, como lo lees. Resulta que no lo hacemos por aburrimiento, aunque parezca que sí. Ni por hambre, como muchos dicen. Ni siquiera es porque el cerebro decide que ha tenido suficiente día por delante y necesita una pausa. Pues no, para nada.
De hecho, según la bióloga Laura Pinillas, la creadora de la cuenta de divulgación @celulau.bio, bostezar es nuestro modo de refrigeración interno. Parece una locura, pero sí, somos una especie de máquina biológica con aire acondicionado incorporado. Cada vez que abrimos la boca para que entre el aire, no estamos diciendo que nos aburrimos, sino que la CPU en nuestra cabeza necesita bajar algunos grados de temperatura. Parece una locura, pero así es.
Un motivo más útil de lo esperado
Durante años, los libros de texto nos vendieron la idea de que el bostezo servía para oxigenar el cerebro, pero en realidad no es ese motivo, pues lo que hace realmente es enfriarlo y reiniciarlo para que pueda seguir funcionando como debe. Pinillas explica que al bostezar se activan varios músculos faciales, entra aire fresco y aumenta el flujo sanguíneo cerebral. Eso baja la temperatura y mejora el rendimiento cognitivo, por lo que actualizamos el rendimiento de nuestro ordenador personal más eficiente.
Es clave entender, entonces, que ese bostezo en mitad de una reunión no es falta de interés, sino mantenimiento del sistema para que no deje de funcionar de la mejor manera posible. Y lo mejor es que también nos ayuda, porque hay estudios que lo asocian con un aumento del estado de vigilancia para estar atentos a cualquier situación que necesite tenernos alerta. Si alguien bosteza mientras hablas, igual no se aburre tanto como crees, sino que está procesando mejor tus palabras. O puede que sean ambas.
Bostezar: ese recurso que se contagia
Pero lo más curioso de todo es su efecto contagioso. Admitámoslo, si has llegado hasta aquí, probablemente ya has bostezado unas cuantas veces. Va, no mientas. Hasta yo escribiendo lo he hecho varias veces. Y no, no es casualidad, palabra. Esto lo explica también Laura Pinillas, pues considera que este fenómeno se debe a la activación de las famosas neuronas espejo, esas que nos hacen imitar sin querer lo que vemos en otros.
De hecho, es algo que hacemos los humanos, los chimpancés y hasta los perros. Pero, ojo, que uno no bosteza con cualquiera. De hecho la empatía tiene sus propias jerarquías y si el que bosteza es tu pareja, tu amigo o tu madre, el bostezo te saldrá más rápido de lo que lo hará con cualquier otra persona. De hecho, si es un desconocido, tu cerebro igual no se inmuta. Una realidad que la biología llama sincronización social.
Y atentos, que la bióloga también nos regala la fórmula mágica para cortar un bostezo y dejar de sentirnos mal por tener que hacer un escorzo para taparnos la boca. Y no. El truco no será un café. Basta con tocarte el paladar con la punta de la lengua para evitar el bostezo. Según Pinillas esto es “mano de santo”, pues asegura que ese gesto es como un cortocircuito neuronal. Al parecer, se interrumpe la secuencia motora del bostezo antes de que se abra la boca. Un hackeo biológico en toda regla.
Aunque, claro, si lo haces delante de alguien sin contexto, quizá se lo tomen peor que el propio bostezo, por lo que no garantizamos un resultado fiable. Pero la próxima vez que alguien te mire mal por bostezar, ya tienes defensa científica, así que tira de este trocito de ciencia para darles en la boca. No es mala educación, es neurología. Casi nada.
