Se suele decir mucho, pero las cosas que más se desean parece que son las que más tardan en llegar. Es por eso que creo que la A-22, la autovía entre Lleida y Huesca, debía de ser muy deseada. Veintiún años después, ya es una realidad completa, a pesar de que hayan tardado mucho más de lo esperado. Lo que debía ser un proyecto rápido para conectar dos ciudades no demasiado alejadas, se ha convertido en una obra titánica y que se ha alargado demasiado en el tiempo.
Una especie de leyenda de las obras públicas españolas con tramos eternos, licitaciones suspendidas, proyectos encallados y un último segmento, entre Siétamo y Huesca, que ha necesitado la friolera de siete años y 61 millones de euros para poder ver la luz definitivamente. Hace poco más de una semana, exactamente el pasado 1 de octubre, se inauguraron oficialmente los 12,8 kilómetros que faltaban por poner en marcha y, con ellos, se cierra un círculo que parecía interminable y condenado a no completarse jamás. Por suerte, no ha sido así.
Un duro viaje para ver completada la autovía
De hecho, el contraste con otros grandes proyectos resulta muy llamativo. Mientras que, en Madrid, el alcalde Almeida promete que el soterramiento de la A-5 podría estar listo en 2026, los habitantes del Alto Aragón han tenido que esperar más de dos décadas para ver terminada esta autovía. Y no hablamos de una infraestructura monumental de cientos de kilómetros, sino de una conexión de apenas 113 kilómetros entre Lleida y Huesca.
El tiempo, al final, se fue dilatando demasiado hasta rozar lo ridículo desde que en 2003 se iniciaran los primeros trabajos de la variante de Monzón. Una realidad que se entiende mejor si sabemos que la A-22 ha pasado por todo tipo de obstáculos administrativos, políticos y económicos.
El tramo que acaba de abrir une Siétamo con la capital oscense, en 12,76 kilómetros de calzada con dos carriles por sentido y cuatro accesos: el de Loporzano, el de Montearagón, la Ronda Norte Oeste y la Ronda Norte Centro. En sus vías ya circulan del orden de 10.000 vehículos diarios. En apariencia, esta apertura es un pequeño paso, pero, en la práctica, es el final de una odisea para los habitantes de esta zona.
Este último sector fue el más conflictivo, ya que ni siquiera contó con un estudio informativo hasta el año 2007, por lo que el Ministerio de Medio Ambiente no dio la luz verde necesaria hasta entonces. Para cuando se quiso retomar la planificación de construcción del tramo de la vía, llegó la crisis económica de 2008 y el proyecto se quedó en un cajón durante más de una década.
De obra pública a símbolo de paciencia
Esta autovía A-22 es, a su manera, un espejo de cómo España ha gestionado durante muchos años su red de infraestructuras, con fases interminables, partidas presupuestarias que se agotan, licitaciones que se suspenden y un sinfín de plazos que no se suelen cumplir, para paciencia de todos los afectados.
Entre 2010 y 2012 se inauguraron varios tramos intermedios de Barbastro, El Pueyo-Ponzano y río Alcanadre, lo que permitió circular parcialmente, pero el esqueleto seguía incompleto y la conexión total con Huesca era un horizonte que se alejaba cada año un poco más para disgusto de quienes esperaban poder disfrutar, pronto, de una conexión real que facilitara el transporte por carretera.
De hecho, a estas alturas nadie se atreve a decir que la espera haya merecido la pena, pero la A-22 demuestra que en España la paciencia también se mide en kilómetros. Veintiún años después de que empezara la obra para conectar Lleida y Huesca, los vecinos de las dos ciudades pueden presumir ya de tener, por fin, su autovía completa.