Si hay algo que caracteriza a la Copa del Rey, es la potestad que otorga esta competición a los equipos humildes de sentirse profesionales durante un periplo que sueñan con prolongar. Esta situación la ha vuelto a vivir el Real Ávila, que dio la campanada la temporada pasada eliminando a un equipo de LaLiga Hypermotion como era el Real Oviedo, y que a punto estuvo de repetirlo ante el Real Valladolid, a quien llevó hasta la prórroga para ser finalmente doblegado. Acarició la gloria entonces… y la ha vuelto a acariciar en esta edición copera, déjà vu mediante.
La ciudad amurallada había vuelto a soñar en grande, esta vez, contra el Rayo Vallecano., al que consiguió hacer sufrir y llevar hasta la prórroga. Decía el speaker en la previa que “David se batía “con capa, escudo y espada ante Goliat”, haciendo referencia a las tres categorías que separan a vallecanos y abulenses. El Adolfo Suárez se vistió de gala para recibir a un equipo europeo, cuya visita se acompañó de una declaración de alto riesgo. Sin embargo, ni el gran despliegue de seguridad ni el intenso frío impidieron a grandes y pequeños llevar en volandas al equipo de su ciudad desde más de dos horas antes del inicio de la eliminatoria.
Estas ocasiones, en las que el fútbol se convierte en una fiesta, hacen que los aficionados se sientan partícipes de un día histórico como lo era para el Ávila. Niños abrazando a protagonistas, adultos que se acercan al estadio para sumarse al intento de gesta.. Todos por una misma pasión. el amor al encarnado, y todos vibrando como lo hicieron en la primera mitad, con un disparo al larguero antes del descanso, o con una volea desde la frontal del área que salió rozando la portería del Rayo. El Ávila se vino arriba así y su afición sintió el miedo de todo un equipo de Primera División y que disfruta de competición europea este año.
Un abulense hace soñar al Ávila
Tenía que ser un abulense como Carlos Pascual, capitán y ex del Rayo Vallecano, quien enviara el balón a la red que hizo contener el aliento a toda una ciudad, que al ver cómo el gol entraba, gritó como se gritan los goles de este tipo. Ese estallido de júbilo se convirtió en la gasolina que sostuvo a los jugadores encarnados para no parar de luchar, a pesar de que las fuerzas empezaban a fallar. Conforme pasaban los minutos los jugadores se lo empezaban a creer de verdad, ya que ni los titularísimos que Íñigo Pérez se vio obligado a introducir en el campo podían contra el coraje, el tesón y el orgullo de cerca de 6.000 espectadores.
Pero cuando la megafonía estaba dando incluso el aviso de la prohibición de invadir el campo en caso de victoria, Isi silenció el estadio con el gol de la igualada, enviando el partido a la siempre agónica prórroga, en una forma ingrata y tardía que empezaba a recordar a lo que había vivido otro equipo de la región como es el Atlético Tordesillas, a quien le pasó algo muy parecido contra el Burgos en la primera eliminatoria. Como hicieron Las Salinas, el Adolfo Suárez soñaba, pero, de repente, un empate tardío, les hizo despertar de golpe.
El Ávila necesitaba a su gente, necesitaba ese aliento extra que les ayudara a aguantar las embestidas de un equipo de Primera División con las piernas algo más frescas y que le permitiera seguir soñando con verse las caras con un rival de Supercopa en una eventual siguiente eliminatoria. Y el aliento se notó, vaya si se notó. Una grada que bien podía ser perfectamente la de animación de cualquier grande de España guió a sus chicos a seguir peleando con el “¡sí, se puede!” por bandera y a conseguir, al menos, que la suerte de los penaltis decidiera la contienda.
Pero nuevamente, el fútbol le tenía guardada otra fea sorpresa al equipo encarnado. Cuando irremediablemente el partido se dirigía a los disparos desde el punto fatídico, Álvaro García desharía el empate con un testerazo, poniendo fin de esta manera al sueño copero de un Real Ávila que no mereció perder, pero que ganó, para siempre, otro recuerdo imborrable de cómo la ciudad entera se volcó con el equipo de su tierra en una semana histórica para el club a la que solo le faltó la guinda.
