Relato participante en el I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por Antonio Martín Figueroa
Hay sensaciones que no encuentran otro motivo sino el arraigo a una tierra. Máxime cuando estás una buena temporada distante de ella y tienes la necesidad personal de sobreprotegerla. Porque el resto de las personas que contigo residen están de modo permanente actuando así con la suya propia. Nada tiene de extrañar que, si mi ciudad era y sigue siendo la mejor, también su equipo de fútbol suscitara en mí esa enorme alegría en la victoria y ese sufrimiento y pesar en la amarga derrota.
Varios estudios propagan por los diferentes medios que, a nuestra edad, recordamos con mayor nitidez lo vivido en la infancia que lo que nos ha sucedido hace un mes. Pues bien; al escribirte esto, al hacerte partícipe de estas reflexiones, quiero regresar a ese periodo en que las cosas se ven de modo distinto, con la inocencia y la ingenuidad infantiles.
Sí; porque yo he rezado para que mi equipo ganara en estadios importantes y en momentos decisivos. Ciertamente las cosas no fueron favorables en algunas ocasiones; pero yo pensaba que, si aquel domingo no había ocurrido según mis deseos, la victoria del próximo se debía con seguridad a mis peticiones al cielo del domingo anterior. Eran otros tiempos, allá por los comienzos de la década de los sesenta.
Los equipos más dotados en economía y de buenos jugadores goleaban con frecuencia a los más modestos; al menos según se entiende la palabra golear hoy en día. Pero entonces, cuando el Valladolid vencía a todo un Real Madrid por el resultado de dos a cero, era una proeza, eso sí, pero significaba también un escaso margen que, si el encuentro hubiera sido en el campo rival, con toda probabilidad hubiera terminado con un abultado marcador.
Recuerdo algunos de cifras tan apabullantes, incluso entre escuadras que militaban en la División de Honor, que nos asustaban, como un once a dos, algún diez a uno, y otros así en los que de seguro recibiste tú alguna similar paliza. Yo anotaba en mi escritura de puntos aquellos resultados de la jornada dominical. Porque las tarddes de los domingos solíamos escuchar la retransmisión de los partidos de fútbol, a través de aquellos aparatos tan enormes que se oían dentro de un mueble.
De tus andanzas se ocupaba e informaba entonces alguien llamado Santiago Gallego. Desde aquellas latitudes en las que yo me encontraba por aquella época del pasado siglo, la emisora local de la ciudad de tu equipo no se escuchaba ni mucho menos con nitidez, muy al contrario llegaba con muchos ruidos e interferencias. Las crónicas venían del Estadio José Zorrilla, que muy pronto aprendí yo que se trataba de un célebre escritor. Y lógicamente, ponía toda mi atención en cuanto se refería al mínimo detalle sobre el cual podían informarnos.
No recuerdo la primera alineación completa; pero sí la defensa, que según la anunciaban entonces, estaba compuesta por: Zumalave, Pontoni, Matito, Soler… Al menos así es como yo percibía los nombres de los jugadores del equipo que militaba en primera, creo que en la temporada 1961/62.
Siempre, y aún hoy, te has desenvuelto entre los puestos difíciles para la permanencia en primera y los de cabeza de la Segunda División. Creo que con aquellos jugadores no andabas muy boyante en la división de los mejores, cuando constaba de dieciséis equipos. Pero después llegó una temporada en la cual obtuviste un cuarto puesto en la liga. Y yo me dedicaba con todas mis fuerzas a ensalzar y aplaudir aquellos logros.
Si la memoria no me falla, te entrenaba Ramallets, quien fuera guardameta del Barcelona. Aquí sí me aprendí una de aquellas alineaciones de fábula: Calvo, García Berdugo, Pini, Pintos. Ramírez, Sanchís. Aramendi, Endériz, Morollón, Rodilla y Molina.El fútbol de aquellos tiempos requería que los defensas se dedicaban a eso, defender, y no acostumbraban a marcar goles. Tampoco los ‘medios volantes’, pero sí los ‘delanteros’, cuya función tenían reservada principalmente; para eso eran cinco: dos extremos, dos interiores y un delantero centro que en este caso era Morollón.
Fue sólo un espejismo que sucedió allá por la temporada del año 1963, si no me equivoco. Posteriormente, volviste a las andadas; incluso cambiaste de entrenador; y varios de aquellos jugadores también, como Morollón, que se fue al Español, por ejemplo. Pero esta carta no está basada en hechos históricos. Que nadie copie estos datos ni los localice exactamente donde digo; son recuerdos de mi infancia. Aquí se trata de comunicar sensaciones, sentimientos casi patrióticos por amor al club de mi provincia. Por eso quiero que sean los datos y las cifras lo menos relevante.
Con toda certeza, nadie te contará cuanto le sugiere encontrarse con el nombre de Real Valladolid, por ejemplo, en los calendarios de la Liga transcritos al braille. O cuando aparecía en la hoja de quiniela, también braille, con la que jugábamos a acertar pleno en el colegio. Cuando te veía como local, ya presuponía que no te iba a ser fácil derrotar a algunos de los equipos más potentes. Cuando te encontraba como visitante, entendía que, salvo que realizaras un buen encuentro, el resultado sería contrario a mis deseos y, por tanto, a mis anotaciones en el boleto de quiniela escolar.
¿Mis deseos? Sí; hubo un cambio muy patente, producido a mitad del año 63. Me enviaron a la capital; y eso imprime huella deportiva, en este caso futbolística. Y no me tocó sino compatibilizar. La cosa fue que, durante mi estancia anterior, me encontraba mucho más alejado de los míos y tenía mayor ‘morriña’, o saudade, o Murria, como lo llamaban en mi casa. Y mi provincia significaba mucho más, por lo tanto, mi club de fútbol predilecto.
Ya en la capital, quizá porque ya era mayor, porque el resto de chavales debatían con mayor frecuencia sobre el deporte rey, porque me hicieron percatarme de la rivalidad entre los dos clubes de Madrid… El hecho fue que había que decantarse por uno de ellos. El final de esto fue, como siempre, que la rivalidad, la competitividad, la influencia de los medios, particularmente la radio, me volvieron algo indiferente a tus colores. Sin embargo, cuando había que resaltar tus victorias, ahí estaba yo, como antes, para llevarlas a mi altar de veneración.
Y también servías de contrapeso a los padecimientos por culpa de las derrotas de mi nuevo favorito; entonces disfrutaba aún más de tus proezas. Todo este conjunto de circunstancias coincidió, creo yo que debió ser así, con temporadas flojillas, incluso con algún descenso a la categoría de plata. Pero siempre surgías como una ilusión renovada; o yo te buscaba donde anduvieras, aunque fuera para preconizar tus triunfos menores en la segunda.
Pasé algunos años en mi ciudad. Y tuve que conformarme con buscar en emisoras locales tus resultados en un grupo de la tercera división. ¡Cómo lo ibas a olvidar! Fue a comienzos de los setenta. Renovación total, con jugadores de la cantera: Benjamín, Docal, Recio, Jeñupi, Nozal, Sedano…. Y el mítico Cardeñosa, que habría de triunfar con otros equipos, incluso con la selección.
En ocasiones, brillaban con luz propia mis anhelos y querencias. Te las tengo que explicar, aunque tú protagonizabas sólo una parte de mi júbilo. La otra le correspondía al otro club de la capital. Más de uno de tus jugadores, que en tu estadio había triunfado o tan sólo destacado, lo fichó aquel otro equipo. Hubo un año en que, lo recuerdo muy bien, coincidieron tres para reforzarlo: Quique, Melo Y Alberto. Y todos ellos alcanzaron cotas muy altas.
Aquí era donde mi parte de aficionado adquiría mayor fuerza. Y seguía a estos jugadores con enorme interés. Luego vinieron los éxitos en las épocas de Maturana, Manzano, Cantatore… Pero nos desviamos del recorrido que esta carta quería presentarte desde mi óptica, digamos casi de evocaciones.
La historia de un club puede encontrarse, con mayor o menor exactitud de datos, con mayor o menor fuerza narrativa, en las páginas de los medios de comunicación, y ahora en Internet. Como ya dije, no se trata de eso. He intentado reflejar de corazón lo que mi equipo de siempre ha supuesto, con sus alegrías y decepciones, hallándome lejos, muy lejos de su estadio, en una etapa inicial dentro de mi faceta de aficionado.
Estos sentimientos se quedan en el alma; y es difícil expresarlos en unas cuantas palabras, en unas páginas. Si en otro momento tratara de hacerlo, tal vez lo reflejaría de otro modo, pero las sensaciones permanecerán siempre ahí, dentro de mí, incapaz de traspasarlas en todo su valor simbólico.
Tuyo, siempre.
