El Real Valladolid se reencontró con la victoria en un derbi teñido de amarillo, no solo por ser castellano, sino por la infinidad de tarjetas que se vieron. Fueron más las cartulinas vistas -más de media docena- que el fútbol a festejar, pero se celebra de igual manera el triunfo ante un rival intenso y excitado, pero empequeñecido en el juego. Tuvo pierna dura el Burgos, como el propio Pucela, pero Chuki, con una genialidad, en una falta que cobró desde la frontal, dejó botando por ser burgalés, pero no por ser ganador.
Ambos equipos empezaron como con prisa, con la intensidad por la que se quieren caracterizar; los locales, con un par de acciones verticales nada más arrancar y los visitantes con su presión alta. Ese arrojo provocó que los primeros compases fueran como los de la liebre en el campo, de juego saltarín, pero con más parones que fútbol. Mediante centros exteriores fue como antes llegaron los dos conjuntos, aunque no fueran capaces de poner a prueba a los cancerberos en el primer cuarto de encuentro, en el que hubo más brega que fútbol.
El primer periodo se caracterizó por una galopante falta de fluidez, por los enredos de los dos equipos y por los del trencilla, que interrumpió en en tres ocasiones el juego para dialogar con los banquillos; dos de ellas, con Guillermo Almada, a quien mostró la tercera tarjeta amarilla de la temporada. El uruguayo reclamó una falta que había sido sobre Peter Federico, la única que no tuvo a bien Hernández Pérez pitar, aunque, como las veintidós de esa primera parte, era (veintidós faltas, sí; frente a solo un disparo entre los tres palos en ese mismo tiempo).
Zambombazo y para dentro, obra de Chuki. pic.twitter.com/fID3MACdAS
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Chuki ejecuta una linda faltita
El juego era plano, obtuso. Ni era juego, de hecho. Cuando Tenés tuvo que abandonar el césped, lesionado, uno solo podía recordar las palabras de Eduardo Galeano, cuando, un día, se definió como “un mendigo de buen fútbol”. “Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios”, escribió el maestro, algo que pensarían cuantos aficionados asistieron a un derbi que sí, que tuvo la intensidad que merecía, pero del resto, nada. Hasta que apareció Iván San José Cantalejo, también conocido como Chuki.
Cuando el reloj se acercaba inexorablemente a la hora de lo mal llamado juego, Peter Federico cayó cerca del pico del área fruto de la enésima falta. Y entonces, cogió Chuki el cuero y, aunque estuviera escorada, decidió ejecutarla, y de qué manera. Sorprendió a Cantero con un zurriagazo que se coló por la escuadra y que resonó en El Plantío como esa alarma que te pones con días de antelación para recordar una cita importante, que, a decir verdad, habías olvidado. En este caso, el olvido era el fútbol. Uno que recordó Ramis tras encajar el tanto.
Así, Mateo Mejía entró justo a continuación y, en el primer tiro que tuvo, le ganó la carrera a Torres y disparó al palo. A la siguiente, Meseguer tocó al atacante dentro del área -diablo- y la parroquia blanquivioleta contuvo la respiración pensando que podía ser penalti. No lo vio así el colegiado, que ni quiso saber nada del VAR. Fue una amenaza el colombiano desde que entró, por lo tanto. Pero también Marcos André, que volvió, quiso serlo: en el primer balón que tocó, tras una buena dejada de Latasa, disparó con violencia al palo desde fuera del área.
Vaya chicharro, niño #LaLigaHighlights pic.twitter.com/jnksKV3QY7
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Cloroformo al derbi de las faltas
Pareció por un momento que el Real Valladolid consiguió aplacar ese acelerón inicial del Burgos, aunque no fue tan así, ya que Guilherme Fernandes tuvo que sacar una buena mano para repeler arriba un testarazo seco de Grego Sierra en una falta botada por el canterano Fermín. Los blanquinegros, que no llegaron a disparar en todo el primer tiempo a portería, estaban apremiados por un marcador en contra que amenazaba con echar al traste su reciente hegemonía en el derbi castellano, pero los blanquivioletas se mantenían con pie firme y apenas sin conceder.
En un partido con 44 faltas y con trece tarjetas amarillas (más tres a los banquillos), a un Burgos sin Curro Sánchez y con David González sustituido lo que le quedó fue -ver para creer- tratar de confiar en varios saques de banda que Lizancos envió con las manos al área. Las defendió bien el Valladolid, que aplicó cloroformo en el tramo final; sin caer en esas pérdidas descaradas que tanto odia Almada, aunque contemporizando lo suficiente como para no poner en un compromiso a su guardameta, cuyo mayor problema al final fue que el mal perder de un rival quisiera convertirle en discutidor.
Igual que se dice de las finales, que se ganan, no se juegan, del derbi podría decirse lo mismo: se trataba de volver a ganar. Y si ya hubieran jugado unos y otros al juego mejor, de una forma más preciosista, habría sido la leche, pero, a falta de hacerlo, el más de medio millar de blanquivioletas desplazados festejó el reencuentro con los tres puntos donde tantas ganas tenían de lograrlos, en un Plantío que botó en el primer minuto presumiendo de no ser pucelano y que vio cómo eran los de amarillo llegados de allí los que los lograban.
