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Ciento cincuenta escaleras al infierno

por Jesús Domínguez
18 de mayo de 2010

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Camp I 18.5Con casi una hora de retraso, partía el sábado noche la expedición blanquivioleta con destino a Barcelona. Eran casi cuatrocientas las personas que lo hacían, con el sueño de la salvación y la difícil realidad en mente.

Más que difícil, es imposible. Ese fue el mensaje que transmitió uno de los seis conductores a sus viajeros, toda vez que antes siquiera de haber salido siquiera de la provincia, dio al botón del encendido para que en la pantalla se proyectase Tom Cruise.

La fina ironía fue recibida con alguna que otra risa. Lógico. La tercera parte de ‘Misión Imposible’ les acompañaría en su tercer intento consecutivo de mantenerse en primera división salvando el pescuezo en la última jornada. Por desgracia, de poco entretenimiento sirvió. Como del viaje, el final del film resultaba demasiado previsible.

Pero antes del fin se arribó a Barcelona, en torno a las nueve de la mañana. El Camp Nou se vestía con sus mejores galas para recibir a los invitados y a infinidad de turistas que desde esa hora atestaban los alrededores del estadio.

Los nuestros, los albivioletas, tenían diez horas por delante. Tras un desayuno, ¡todos al metro! El destino favorito pareció ser Plaza Catalunya, en cuya bocana se encuentra Canaletas, la fuente que horas más tarde sería el epicentro del barcelonismo.

Se encuentra la misma en Las Ramblas, antesala del puerto deportivo donde, aunque pocas, también eran varias las casacas blancas y moradas que transitaban. Cualquier zona servía para dejar apartados los nervios pre-partido.

Camp III 18.5Pasaron las horas y como por arte de magia la afición vallisoletana parecía ponerse de acuerdo en que el Camp Nou era el único escenario ya posible. Así pues, con más de hora y media de adelanto, a las puertas del feudo blaugrana eran muchos los aficionados visitantes agolpados.

Dentro esperaban ciento cincuenta escaleras, las que separan los accesos del tercer graderío. Ciento cincuenta escaleras restaban para que fuese una realidad el cierre de la temporada… y a la postre, la despedida de la primera división.

El Real Valladolid saltó al campo con decisión, queriendo ser Islero, Avispado, Navegante u otros muchos toros que a lo largo de la historia han destacado por su bravura y por cornear a varios de los más grandes matadores.

Y a punto estuvo Manucho de hacerlo al poco de comenzar para alargar un sueño que Javier Clemente había reavivado, el de la salvación. Despejó Puyol, y como decía Calderón, poco tardó la afición en darse cuenta de que los sueños, sueños son.

Un funesto despeje de Luis Prieto se alojaba en la meta sobre la que los vallisoletanos estaban situados. La esperanza se tornaba en desilusión. Sólo el pinchazo del Racing de Santander libraría a los nuestros del descenso.

El todocampeón Barça se sacudió la presión pucelanista y los cuatrocientos parecían estar más pendientes del transistor que del terreno de juego. El Madrid no ayudaba… y el Sporting, tampoco.

Treinta y cuatro minutos tardó Tchité en perforar la meta de Juan Pablo y en convertir definitivamente la segunda división en una realidad. Porque, después de mucho hablar de Llanes a lo largo de la semana, nadie confiaba en una remontada gijonesa.

Camp VI 18.51El resto del partido sobró para los nuestros. Las caras, espejos del alma, reflejaban tristeza. Las lágrimas afloraban. También la desesperación. Mientras, el Barça goleaba. Adiós, primera división.

Entre tanto, hubo tiempo para demostrar una excelsa deportividad aplaudiendo al mejor jugador del mundo, Leo Messi, u ovacionando a dos futuros mundialistas como Pedro y Andrés Iniesta.

Los nuestros no daban señales de vida, y las pocas que daban, se encargaba Valdés de desbaratarlas. Las miradas se perdían. Tanto que se encontraron a lo lejos con la bandera del Real Madrid, ondeando a media asta. Más cerca, las de Valladolid, Tenerife y Xerez auguraban a los tres un mal final.

Poco después de las nueve menos cuarto, éste era confirmado. El Real Valladolid echaba el cierre a una nefasta campaña consumando su segundo descenso en seis años.

Ya no hubo lágrimas. Tampoco lamentos. Sólo resignación. Tiempo había habido de sobra para la mentalización. El suficiente como para que incluso algunos se abstrayesen del contraste entre descendido y campeón y viviesen la fiesta culé casi como uno más. Algunos, de hecho, lo eran.

Otros, los más, decidieron reducir el aforo de los noventa y ocho mil que llenaron el estadio enfrentándose otra vez a las mismas ciento cincuenta escaleras. Si la subida había sido una pesadilla, la sensación en esta ocasión era la de bajar las ciento cincuenta escaleras que llevan al infierno.

Camp VII 18.5Porque los vallisoletanos de pro saben que así es la segunda división. No habrá repercusión. Tampoco cada domingo televisión. No habrá records ni llenazos. Pero sí habrá pucelanismo. El de los cuatrocientos de Barcelona.

Al contrario que a la ida, no había a la vuelta cánticos. Primaban las caras largas. Y en el autobús de Tom Cruise, ‘El Contrato’. ¿O será la traducción ‘El Pacto’? Qué más da. Esto no lo arregla ya ni El Tato.

Algo más de ocho horas de viaje y nuevo desembarco junto a Plaza Colón. No hubo sueño, ni tan siquiera pesadilla, como el final de ‘Los Serrano’. Los amigos se separan. Se emplazan para la próxima campaña. Adiós, primera. Hola, segunda división.

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