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Clases de lógica; razones de orgullo

por Jesús Domínguez
9 de diciembre de 2012
en Noticias
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El Real Madrid se lleva tres puntos sufridos del Nuevo José Zorrilla  merced a dos genialidades de Mesut Özil.

 

Özil
Foto: Marca

No había duda alguna. En realidad nunca la hay. O, bueno, no suele haberla. Cuando toca, toca. Aunque, bien visto, esta vez no tocaba. O no exactamente, al menos. Esta vez tocaba disfrutar; darse un festín, o al menos intentarlo, aun a riesgo de que resultase indigesto. Pero no fue así. Más bien al contrario. Aunque cueste decir algo así de una derrota, el Real Valladolid disfrutó y fue disfrutado por valiente, por descarado.

Bien porque la experiencia es un grado en parte ya alcanzado o porque el colchón de puntos con el que recibían al actual campeón de Liga, el equipo blanquivioleta fue el de casa, el de casi siempre. Tal y como había anunciado Miroslav Djukic en la previa, salió con la intención de llevar el peso del choque, de sentenciar -decían algunos- la Liga.

El caso es que andaba el Real Madrid aún algo dormido cuando Manucho les hizo el primero. Fue a la salida de un córner botado por Ebert que acabó dentro del área pequeña, donde el angoleño remató sin oposición. Ni la de Casillas, que no salió, ni la de algún zaguero  molesto.

Aún se oía el eco del grito proferido por quienes habitaban la grada cuando se escuchó otro, fruto de una pasión distinta y de un resbalón, de Marc Valiente, que dejó el balón franco a José Callejón, que sirvió para que Karim Benzema devolviese al marcador unas tablas que pronto volverían a romperse.

El modo fue muy semejante a la primera vez que ocurrió. Saque de esquina que lanza Patrick Ebert desde el lado izquierdo al corazón del área y de nuevo Manucho anota, en esta ocasión de cabeza, en otro balón a por el que Casillas no fue y en el que Sergio Ramos decidió guardar las espaldas al hombre rival más peligroso.

Con ese tanto el Valladolid se apagó, no tanto por el gol en sí como porque poco después Ebert se lesionó. El contratiempo, de por sí lastimoso, lo fue más porque Alberto Bueno no es precisamente el paradigma de la intensidad, y porque al segundo balón que tocó se vio que esta vez le tocaba apatía y poco fútbol.

Sin la maquinaria alemana incomodando, el Real Madrid creció, lo que dice mucho de su inicio de encuentro. No obstante, inquietaba solo la meta de Dani Hernández a base de latigazos foráneos, falto de profundidad y sin mostrar apenas capacidad asociativa en zonas calientes. Hasta que apareció Mesut.

Özil, la aceleración en Concha Espina y la pausa en la Mannschaft, demostró tener pies de funambulista cuando se deshizo de un par de rivales antes enviar el cuero a Benzema, que levantó una pared de tacón que vino a ser el regalo de Mesut empaquetado y devuelto para que fuese él quien empatase de nuevo el partido al filo del descanso.

Aun sin su faro, que no era el faro de siempre, sino su extremo derecho, el Real Valladolid mejoró en la segunda mitad. No obstante, no llevó excesivo peligro a la meta de Iker, ni por el costado en el que Callejón obró de improvisado lateral por obra y gracia de Mou y para desgracia de Nacho ni encimando a Arbeloa.

Álvaro Rubio, en cuyo honor se dice que se impartirá una cátedra cuando deje él de sentarla sobre el césped, mejoró en la salida de balón e incluso Henrique Sereno se animó a realizar una tímida incursión en territorio enemigo. Siento resultadistas, de nada sirvió. Aunque el Real Madrid sintiese sudores fríos.

Si uno ve el partido en clave de juego, se le dibujará instantáneamente una sonrisa maliciosa. Por aquello de que las distancias, en momentos como este partido, parecen acortarse. Pero, claro, al final no dejan de serlo. Cuando uno lucha, juega y no mata, ante jugadores de tamaña calidad, suele estar muerto.

Con la entrada al campo de Luka Modric el Real Madrid llegó a tener sobre el terreno de juego al croata, a Di María, a Benzema, a Cristiano Ronaldo y a Özil. Casi nada al aparato. Ante semejante panorama, lo raro habría sido no recibir ninguna ocasión (Cristiano, gris, tuvo alguna tímida); el gol, incluso, que llegó en una nueva genialidad de Mesut.

Sereno cometió una falta en la frontal del área y CR7 tomó distancia, con sus particular ritual sacado de un Western, pero no fue más que una maniobra de distracción. Fue el alemán quien golpeó magistralmente a la escuadra, de manera tan ajustada que el balón dio en el larguero antes de colarse en la meta de Dani.

Hizo así inútil el buen partido del Real Valladolid… o no. Porque, decíamos, dada la marcha del equipo en la tabla, lo máximo que se le podía pedir era que ‘fuese Valladolid’; que pelease e hiciese disfrutar. Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Tuvo durante buena parte del encuentro al Real Madrid contra las cuerdas, a veces incluso a su merced, y ‘solo’ la mayor calidad merengue le impidió sumar.

Uno ve el resultado final y piensa que no es más que una clase de lógica, que lo normal es que el resultado fuese el que fue, viendo la dificultad de la empresa. La cuestión es que el Madrid pudo incluso vencer de forma algo más holgada si el gol de Sergio Ramos hubiese subido al marcador, como debía.

Hablando en términos de justicia, vocablo siempre subjetivo en el mundillo, podría decirse que habría sido injusto que lo hiciera, como quizá pueda parecerlo la victoria merengue en sí. Suficiente es que el Real Madrid ganase en un partido en el que no fue mejor ‘simplemente’ por tener mejores individualidades. Y, qué narices, tampoco les perjudican tanto como lloran.

No hubo puntos, pero el Real Valladolid se dio ante los de José Mourinho un homenaje.; un tributo a sí mismo. Por ‘ser Valladolid’. Por lo hecho hasta la fecha y por lo que está por venir. Para mostrar a la Liga española, bipolarizada, que los pequeños también saben jugar; también tienen razones para estar orgullosos.

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