El encuentro ante el RCD Mallorca puede ser una buena oportunidad para que el Real Valladolid vuelva a ser el equipo sólido atrás y mordiente en ataque que fue tras la llegada de Sergio González
Qué lejos queda ya la llegada de Sergio González al banquillo del Real Valladolid. Este 10 de abril hará dos años que el catalán cogió las riendas del combinado blanquivoleta, que, hasta entonces había deambulado con más pena que gloria por la Segunda División española a las órdenes de Luis César Sampedro. Con Sergio pronto se notaron los cambios. ¡Y qué cambios!
Desde el estreno con derrota en casa frente al Sporting de Gijón, el equipo no paró de ascender hasta aterrizar en Primera. Uno se sentaba a ver al Pucela y daba la sensación de que ni en tres días el rival iba a ser capaz de hacerle un gol. Y a la que robaba la pelota, peligro. Hervías por una banda y Óscar Plano por la otra se presentaban en el área contraria con tanta facilidad como confianza. En la punta, esperaba Mata. Bueno, y Mata… a lo suyo. Se podía distinguir una perfecta dualidad entre un bloque impenetrable en su propia área y una escuadra que llegaba y hacia daño en la contraria. Es cierto que mata y sus goles visten ahora de azul, pero de aquel equipo, él es el único que ya no está.
Si se toma como comparativa las dos últimas alineaciones frente a Osasuna y Real Madrid, no aparecen en el once ni a Óscar Plano ni a Pablo Hervías. Waldo Rubio, que el año pasado tiró la puerta abajo a base de regates, desequilibrio y su gol frente al Athletic Club, en las dos últimas jornadas, como en muchas ocasiones esta temporada, ha sido un espectador más en casa o en la grada. Los tres tienen en común las zonas del campo en las que juegan y su perfil como jugadores enfocados a la creación y producción ofensiva. De nada sirve jugar con dos delanteros si el equipo no genera ocasiones. Se ve sacrificada completamente la dualidad de un buen bloque defensivo sin perder de vista la producción ofensiva para centrarse únicamente en lo que Sergio denomina “el bloque y sus automatismos”, también llamado esperar atrás tratando de no conceder ocasiones al rival.
Cuando uno se sienta a ver al Pucela, da la sensación de que, como mucho, los blanquivioletas optan a quedar a empatar cero. Es cierto que jugábamos contra el Madrid, pero la forma de afrontar el encuentro fue similar al resto de la temporada. Es cierto también que, si no encajas goles, como mínimo siempre sumarás un punto, pero a esto gana quien más goles marca y el Real Valladolid parece haber olvidado esta parte del juego. “Si solo vas a por el cinco, muchas veces suspenderás con un cuatro”. Eso me decía un profesor, y eso mismo es lo que les sucede a los blanquivioletas cuando plantean los partidos. Como el del pasado domingo: 78 minutos de trabajo para que Nacho terminase adelantándose por encima del bloque y rematase el balón a la red.
Sergio parecía convertir todo lo que tocaba en oro. Cuando llegó, el Pucela era endeble en defensa y, al poco tiempo, Kiko Olivas parecía otro central, con técnica e infranqueable, y Calero se convirtió en uno de los zagueros con más proyección de Europa. Nacho saltó de la grada al campo para ser pilar fundamental en el equipo y Hervías, como el resto, se atrevía con todo. El equipo pasó de ser un conjunto que iba a la deriva por Segunda a terminar arrasando en el play-off. Toca reflexionar y volver a la senda, y cuanto antes; de no ser así, se caerá el baño de oro y se volverá a pelear en el inmerso mar de la categoría de plata. Un gran salvavidas pasa por ganar este sábado en Son Moix. Ojalá, sin las chanclas, se ponga fin a las vacaciones.
