Real Valladolid y Elche dejan para la vuelta la resolución de la eliminatoria copera en otro partido plano de los blanquivioletas, que, sin embargo, debieron ganar
En su descacharrante novela ‘Cuatro amigos’, David Trueba dibuja varios personajes mágicos, uno de los cuales, de nombre Blas, se ajusta mucho y bien a la actual situación que vive el Real Valladolid. Es el gordito del grupo de cuatro, el más humano y quien mejores intenciones muestra a lo largo de todo el relato. Enamoradizo, entiende que hay eso, amor, en la ternura que provoca su pagafantismo, hasta el punto de ‘secuestrar’ a una prostituta checa con el fin de sacarla de esa vida. Pero ese no es el tema.
Solo, que así se llama el protagonista principal, relata cómo el buenazo de Blas es experto en los ‘casis’ –ustedes ya me entienden–. Llega cada día con una aventura distinta, perteneciente a una mujer diferente, todas con un corazón roto que él va a recomponer. Y al final no es más que su paño de lágrimas, su consolador –con perdón–, nunca. Siempre parece que sí, o eso cree él, y al final…
Por eso la comparación. Porque el Real Valladolid también podría ser embajador de la buena voluntad mal recompensada. No cabe duda alguna de que le pone ganas, pero al final… paga fantas. Y, en fin, en el fútbol, como en los viajes locos entre amigos, lo que importa es saber meterla, y no solo la intención; marcar, y no ser un ganador de marca blanca, de esos que las madres desechan por desconocido y las mujeres en general rechazan por ser poco’vivos’.
Para el caso, el partido disputado contra el Elche, basta con decir que los blanquivioletas otra vez dominaron, pero, otra vez, este dominio sirvió de poco, ya que el gol no llegó. Cierto es que se defendieron muy bien los de Fran Escribá, con un Enzo Roco casi inexpugnable y un Tyton muy inspirado, pero ese dominio, ante el cual los ilicitanos, perezosos, no parecieron poner pegas, fue plano.
Lo mejor del encuentro llegó de las botas de Jorge Hernández, que se destapó de nuevo como un recambio más que solvente para Óscar, de Guille Andrés, que sigue sumando minutos de calidad, y de Xavi Carmona, que demostró que si cuando Chica no está quien debe jugar es él. En resumidas cuentas, que fueron los chicos del Promesas quienes agitaron el árbol mientras los demás esperaban que el partido cayera por sí solo de maduro.
La voluntad, decíamos, fue buena. El ritmo, semejante al habitual del Trofeo Ciudad de Valladolid. Tal es así que algún que otro aficionado dio por bueno el paseo solo por hacerse una foto con Peña, el cocinero de ‘Top Chef’, que acompañó durante el envite al equipo de Radio Marca Valladolid, o por comunicarse entre grada y grada a gritos con aquel amigo que hace dos semanas le dijo que a ver si se tomaban unas cañas.
Eso, los menos. Los más, en la antigua Tribuna A, echaron el rato viendo a dónde iba a parar el repartidor de Telepizza que durante un tiempo vagó por la grada perdido. Solo faltó que, al llegar a su destino, la afición gritase aquello que parece tener olvidado: gol. Como mínimo, habría merecido una ovación, ya que –y que me perdone Rubi– hizo tantos o más kilómetros que Omar y, aunque le costó, acabó repartiendo la cena con más acierto que el balón Zakrya Bergdich.
Con la entrada de Mojica, Dani Vega y Óscar Díaz, el Real Valladolid trató de alterar su propio orden. No lo consiguió. Y mira que le puso ganas… Pobre Blas… Al final casi gana, pudo y debió hacerlo, lo cual quiere decir tanto como tan poco, y la eliminatoria queda pendiente de resolverse dentro de dos jueves, en el Martínez Valero.
¿Que qué pasó con la prostituta checa? Lean, lean a Trueba. Con la voluntad de saber tampoco basta.