Alfredo Sánchez ocupó el banquillo osasunista el día que estaba destinado al redebut de Quique Martín, que sufrió una angina de pecho en las jornadas previas al partido contra el Mirandés

Al nuevo cuerpo técnico de Osasuna no se le puede negar una cosa: su corazón es rojillo y late por Pamplona. Después de diferentes avatares, de varias idas y venidas, el cuadro navarro apostó para este tramo final de temporada por dos hombres de la casa como son Quique Martín y Alfredo Sánchez para intentar salvarse de la quema. A la larga –no tanto; quedan cinco jornadas–, pasará lo que tenga que pasar. Pero por pasión no será.
Es, el fútbol, fiel amante y cruel mujer. Capaz de hacerte sentir el mayor de los placeres, la pelotita puede también hacerte el corazón añicos. Gracias al dios balón, no le pasó eso a Quique Martín de manera literal, pero si será sufridor que, casualidad o no, sufrió una angina de pecho nada más hacerse cargo de nuevo, un puñado de años después, del primer equipo osasunista.
Impulsivo, intenso y con carácter, su corazón, inquieto, le obligó a parar antes casi de empezar. El fuerte quedó bien guardado, sin embargo, ya que el incombustible Alfredo, para El Sadar, mito viviente, se sentó en el banquillo ante el Mirandés y fue incapaz de insuflar a sus jugadores la garra de la que hacía gala en cada partido hasta vencer por dos goles a cero –Nino y Pablo Hervías–.
El madrileño es fácilmente identificable en la memoria de muchos aficionados como ese mediocentro bregador, sacrificado y que intentaba llegar al área rival, que acompañaba muchas veces en la parcela ancha a Patxi Puñal y apretaba el puño con fuerza y rabia con cada gol –hizo quince de rojillo–. Parte de la dirección deportiva del Atlético de Madrid, fue llamado a filas cuando José Manuel Mateo se hizo cargo del banquillo navarro, allá por el mes de marzo.
Quique Martín, luchando contra su propio pasado

Las cosas, con Mateo, no salieron demasiado bien, como tampoco anteriormente con Urban. El polaco estuvo a punto de ser destituido en la primera vuelta, pero le salvó el cuello, como se podría decir vulgarmente, el triunfo ante el Real Valladolid por dos goles a uno. Después de aquella victoria encadenó otras dos, ante Las Palmas y Leganés, dos empates, ante Recre y Sabadell, y tres nuevos puntos, ante el Barça B. A partir de ahí, la nada.
Destituido el exjugador, el técnico del filial pasó a la primera plana. Y como logró solo seis puntos de treinta, llegó, ahora sí, la hora de un Quique Martín que pareció en verano la apuesta primigenia. Se le llamaba, así a repetir su propia historia; a repetir milagro dieciocho años después.
En la temporada 1996/97, Martín, one club man en su época como jugador, fue entrenador del Osasuna Promesas hasta que, a falta de cinco partidos para la conclusión del campeonato, fue requerido para salvar al primer equipo del descenso a Segunda B, objetivo que logró tras ganar los cuatro primeros encuentros.
Esta vez, la premura y la necesidad le han cogido dirigiendo Tajonar, después de abandonar la dirección del filial el pasado verano. Como entonces, buscará el no va más con una plantilla con muchos jugadores de la base y dando un giro de timón, al apostar por un dibujo con tres centrales, diferente al que le precede.
Quizá sepa la formación a añejo, pero es algo que en Pamplona necesitan, cerrar su puerta para intentar salvarse. En aquellos cinco duelos por la permanencia, su Osasuna solo encajó un gol, en el quinto, cuando ya estaban salvados. El renglón a seguir, por tanto, está marcado: con garra y corazón, con espíritu y pasión, en Valladolid buscará el segundo de sus triunfos, ahora sí, sentado en el banquillo. Que no se viva el déjà vu es cosa de los de Rubi.
