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Cuando alguien se muere hay que celebrar su vida

por Jesús Domínguez
17 de mayo de 2019
en Sin categoría
BorjaFV

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Yo, cuando me vaya, quiero que me despidan como a Borja Fernández

 

Los gallegos nos aferramos a la muerte habitualmente casi con tanta fuerza como a la vida. Donde yo me crié, era costumbre del pater familias recorrer los entierros que previamente habían sido anunciados en las esquelas del periódico o de la radio y relacionados con un apodo –las más de las veces– o con un apellido. Para los mayores, de algún modo, era la forma de mantenerse en contacto con su entorno; si cada viernes había entierro su vida social cobraba mayor sentido, y aunque yo nunca iba, por cómo volvía el abuelo creo que era una manera de celebrar la vida que el finado había tenido.

Con los años, aunque se fue de repente, y yo se lo reproché durante un tiempo, he aprendido que si su despedida fue tan numerosa es porque algo hizo bien a ojos de los demás, y no solamente de los míos. Normalmente cuando alguien fenece todo son loas; que si qué joven era, que si qué buena persona, que si qué buen [inserte aquí su profesión o grado de parentesco]… Lo que realmente define sus actos es cuánta gente le ha acompañado en el que dicen es el último adiós, y esto lo aprendí en otra despedida en la que ni siquiera yo estuve presente.

Los gallegos inventamos un día una de las palabras más bonitas que se han podido inventar. Así como carallo nos vale para todo y en oídos de terceros suena gracioso, el agarimo es un concepto algo difuso que se podría traducir por cariño, pero que para mí siempre ha significado mucho más; tiene mucho más contenido. Cariño es ‘solamente’ cariño y, bueno, ya saben; agarimo incluye para mí un grado mayor de respeto, admiración y sensibilidad. El cariño uno se lo tiene a quien quiere solo como amigo, como se escribe en las ¿primeras? calabazas que se dan en la adolescencia. El agarimo tiene un techo llamado corazón, casa donde se recibe de brazos abiertos a quien se lo gana, pero de verdad.

En todo esto pensaba durante el velatorio futbolístico de Borja Fernández –con perdón de la expresión–, a quien solo le faltó escuchar las mañanitas del rey David cantada por unos mariachis. Será que ya no se hacen entierros como los de antes, que ahora todo es reggaeton (aunque por suerte para él no sonó), o que los gallegos somos más apocados y ensimismados, como el fado también ausente. A Suárez le salió un qué carallo, que fue lo más cercano a un “eche o que hai” que se escuchó, expresión esta que, aquí, vendría a significar un “es ley de vida”.

Es ley de vida morirse o, siendo menos dramáticos y trascendentes, dar un paso al lado de allí donde estuvieres cuando ya ha sido suficiente. Y es importante detectar cuándo hay que darlo, y eso es algo que no solemos hacer en el norte. En Galicia, las páginas pocas veces se pasan, llueve sobre ellas, se emborronan y se corre la tinta a veces, difuminando un recuerdo o un legado hasta torcer a veces el gesto como solo sabemos nosotros. Y habrá quien diga que ese paso debió darlo antes, que quizá no debió volver nunca. Jeiters…

Cuando ‘Pichi’ estuvo en la mar siempre tuvo la tierra en la mente; a sua terriña. Marinero de agua dulce, quien escribe también la trae a sus anécdotas, sus historias y lo que se tercie en cuanto tiene ocasión. No es fácil para un gallego abandonar el arraigo, sentirlo de una forma distinta y abrazar otros lares, sentirlos como propios. Dicen que tampoco los de Valladolid son fáciles, que la gente aquí tiene sus cosas. Qué carallo, y dónde no. Después de trece años los dos nos hemos hecho un poquito más viejos, mucho de aquí y mucho del Real Valladolid.

Ambos pensaríamos entonces en la fugacidad y el abismo, en que uno es de donde le lleva el fútbol, en fin, la vida. Pero no. En trece años los dos hemos aprendido que uno es de donde es feliz, y por qué no aquí. Las lágrimas de Vallecas o las de su despedida caen como los versos de ‘Miedo’, la original de Tarque, no la de ‘oté’.

“Para empezar
diré que es el final;
no es un final feliz, tan solo es un final,
pero parece ser que ya no hay vuelta atrás…”

Y qué si hay quien grazna y trina que solo diste diamantes de carbón, si tuviste #FelizVida. Qué bueno que viviste y te hiciste de aquí. Yo, cuando me vaya, quiero que me despidan así.

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