Pese a la nefasta temporada del Real Valladolid, la magia del fútbol consiste en recuperar esa ilusión a la espera de tiempos mejores
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La Real Academia Española define la palabra ilusión en su primera acepción como aquel “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causado por engaño de los sentidos”, o lo que es lo mismo en palabras más coloquiales, aquello con lo que el ser humano es capaz de emocionarse, aquella razón por la que levantarse mañana tras mañana. Probablemente sea una de las expresiones más utilizadas cuando se habla de un proyecto, de una idea, o simplemente de un estilo de vida. A fin de cuentas, ¿quién no ha tenido nunca una ilusión?
El mundo del fútbol, esencialmente, basa gran parte de su potencial en esta palabra tan concreta y pronunciable. Ilusión. Cuando un aficionado sube al estadio cada dos semanas a ver a su equipo, la ilusión está a flor de piel. Cuando comienza la temporada y todos los contadores están a cero, también.
Cuando un niño acude al entrenamiento con la esperanza de que ídolo le firme su camiseta, en sus ojos se puede ver la ilusión. Pero claro, esta a veces se rompe. Y lo que es aún peor, en ocasiones lo hace con mucho estrépito.
En Zorrilla este brutal sonido se ha escuchado jornada sí y jornada también al mismo ritmo que el Real Valladolid iba perdiendo partidos, uno tras otro. Al principio todo el mundo tenía esa fe, al cabo de unas pocas jornadas esta se fue resquebrajando de manera que, después de hacerse evidente que el ascenso no sería una realidad esta temporada, la plaza acabó quedando vacía. Triste realidad.
Y así se encuentra Valladolid ahora mismo. Exenta de ilusión, vacía de ganas de subir a Zorrilla a ver a su equipo. Es lógico, a fin de cuentas. Esto de dar sin recibir solo gusta en el boxeo, no está hecho para el fútbol. Pero les voy a decir una cosa. ¿Qué nos queda si no es tratar de recuperar esa sensación?
Es evidente que no será esta temporada cuando se haga. Ya es imposible. Ni aún ganando todo lo que queda tendría el Pucela alguna mínima posibilidad de acabar en Primera División, y es que esa era la ilusión este año. Terminar en la Plaza Mayor escuchando a los jugadores gritar desde el balcón del Ayuntamiento, acompañarles en su viaje en el bus por la ciudad y esperar que, este año sí, dejaran bañarse en la Plaza Zorrilla para acabar empapado y cantando por unos segundos con alguien a quien no conocías hasta ese momento, pero que en cierto modo ya sería tu amigo para toda la vida.
Sí, señores. La ilusión es ese elemento que aparece cuando casi menos te lo esperas. Cuando un aficionado la pierde, es que alguien ha hecho algo mal. Si han sido los jugadores, los tres entrenadores, la directiva o, quién sabe, hasta la propia grada, será momento de analizarlo más adelante, pero el Valladolid tiene el deber y la obligación de volver a ilusionar cuanto antes.
Párese un segundo a pensarlo. De verdad, detenga la lectura y piense. Si está devorando estas líneas es porque tiene más de uno, más de dos y más de tres recuerdos vitales unidos al Real Valladolid. De esos que no se olvidarán jamás por mucho que pasen los años.
En tiempos recientes, alguno se quedará con la celebración en el propio José Zorrilla tras un play-off de infarto frente al Alcorcón. Quizá con aquella rueda de prensa de despedida de Djukic un tiempo después. A lo mejor algún partido concreto de la temporada de Mendilibar. ¿Recuerdan aquella remontada ante el Poli Ejido después de ir perdiendo 2-0 para acabar 2-3? Ese es uno de los míos.
Y así hasta el infinito. Podría ser esa ocasión en la que fue a abonarse a la Plaza Mayor, miró el carnet nada más salir y vio que había subido unos peldaños para estar más cerca del socio número 1, ese gol increíble en el último minuto ante el rival más nimio o esa tarde de domingo en la que consiguió juntar a todos sus amigos para ver el partido en casa que acabó 3-0. El fútbol es ilusión de la cual no se come, pero bien alimenta. Y por eso no merece la pena perderla.
