El extremo blanquivioleta y el ala del SilverStorm El Salvador compartieron el fin de semana pasado protagonismo en Zorrilla

Yo no tengo ni puñetera idea de rugby. Ni se me caen los anillos por decir eso, ni por aseverar que yo el pasado domingo fui por el evento en sí. En realidad, tan histórico fue el evento que desgraciado el vallisoletano que se lo perdiera, pero en la villa del Señor encontramos de todo: desde gente que no quiso ir a otra que no se enteró a tiempo de la locura de las entradas; pasando, eso sí, por aquellos que queriendo, no pudieron.
Venía diciendo que no tengo ni puñetera idea de rugby. Es cierto, aunque desde el domingo poseo el doble de conocimientos sobre este noble deporte. Y no, no es que el ir de empalmada a la más alta ocasión que vieron los siglos y verán los venideros (estamos en la semana del Quijote –cita obligada–) me proporcionara una sapiencia radicalmente espontánea sobre el rugby, sino que multipliqué por dos los partidos del deporte de la pelota oval que había visto hasta el momento en directo. La otra vez, la anterior, cuando perdí la virginidad con el cachi de cerveza y el bocata de panceta, también ganó el Chami.
El caso es que yo, menudo, me fijé en los más grandes. Quizás esta sea la razón de mi idolatría a Manucho y Fernando Torres, este segundo por ser el más grande que he visto en mi vida. Así pues, me fijé en Gavidi, un tío de las Islas Fijy de 188cm y 110kg. Siempre elijo mal, y hasta yo que –repito– no tengo ni puñetera idea de rugby, vi que fuera de lo físico era bastante limitado. Para cuando me quise dar cuenta, era tarde, y Mojica había aparecido en el lado contrario.
Luego me di cuenta de que no era Mojica, sino un tal Zebango, que enseguida me recordó, también, al Dios de Ébano por aquello de tal. También a Eddy Murphy, por la película aquella de ‘El Príncipe de Zamunda’. El caso es que, en la primera parte de la final, este se estuvo como el japonés del traje blanco en aquel capítulo de Los Simpson que, mientras sus compañeros de la yakuza están liados a mamporros con Toni el Gordo y sus secuaces, permanece inmóvil, sin intervenir. Homer se lamentaba de entrar en casa sin haberle visto en acción al igual que yo lo hice por haber dicho que ese tío era un inútil; obviamente, por no tener ni puñetera idea de rugby.
A decir verdad, en aquello de confundirlo con Mojica no iba tan desencaminado. Dos morenos en banda que cuando les llega el balón echan a correr y, en muchas ocasiones, son un recurso potable de su equipo. En el Chami, me supongo que sea así –seguro que es al contrario–, pero en el Real Valladolid sé que esto se cumple, y para muestra, el partido frente al Real Zaragoza del otro día.
La primera ocasión del partido nació del Zebango colombiano: este la puso increíblemente bien para Juan Villar, quien conectó un testarazo que acabó repeliendo el larguero. Todavía en la primera mitad, y esta vez imitando a Sam Katz, pateó una falta lejana con suma virulencia, lo que hizo que hizo que el rechace de Manu Herrera acabara en los pies de Juan Villar, quien la puso de aquella manera para que Manu del Moral convirtiera de cabeza el único tanto blanquivioleta del pasado sábado.
Y el Real Valladolid, pocas más ocasiones tuvo, erigiéndose Mojica en el estilete blanquivioleta un día más, con todo lo que eso conlleva. Ni veinticuatro horas después, yo, que no tengo ni puñetera idea de rugby, me pareció verle de nuevo sobre el José Zorrilla, pero no, porque el equipo donde creía verle jugar ganó.
