El regreso del Deportivo de La Coruña a LaLiga Hypermotion fue, en parte, un reencuentro con su propio peso histórico. Sin poder ser olvidado fácilmente, que las franjas blanquiazules volvieran a mostrar su grandeza fue especial para público e institución. Volvía un club con estadio, afición y escudo de Primera División, pero también con los pies manchados de barro tras cuatro años muy complicados.
El arranque no fue nada fácil. Bajo la dirección de Imanol Idiakez, el equipo mostró algunas dudas que se pueden comprender desde el vértigo del salto enorme a Segunda. Los resultados no acompañaban y la sensación era que el Dépor no terminaba de creerse aún su propio regreso. En noviembre, tras una serie de jornadas sin ganar y con el equipo demasiado cerca del descenso, se tomó la decisión del relevo en el banquillo, inevitable y necesario.
Un cambio más que necesario
Entró Óscar Gilsanz, con discreción y pocas promesas sabiendo que había mucho que hacer. La idea era clara: ordenar desde atrás y soltar poco a poco las amarras a quienes podían ser clave en este equipo. Desde ese momento, el equipo encontró cierta estabilidad. Helton, el portero brasileño fichado como referencia, empezó a justificar su fichaje. Atrás se afianzaron piezas como Ximo Navarro o Pablo Vázquez, y en la sala de máquinas, varios jóvenes del club comenzaron a asumir protagonismo.
Yeremay Hernández se convirtió en el gran agitador habitual. Joven, arrogante y con empuje para ser protagonista, el canario fue el futbolista que supo llevar mejor la voz cantante en el ámbito ofensivo, junto a David Mella, su socio habitual. El equipo fue creciendo sin grandes titulares por su estado de forma, pero sí con la sensación de que la idea reconocible de Gilsanz había calado. Trataron de ser intensos sin balón, verticales cuando había espacios y pacientes cuando no y lo lograron. Gilsanz no tocó muchas teclas, pero afinó las que podían darle rendimiento con más holgura.
Sin ser heroico, Gilsanz logró que el Dépor decorara unos resultados que alejaron al equipo de un riesgo que, en los primeros meses, parecía muy cerca. Incluso se permitió el lujo de coquetear con el playoff en más de una ocasión, llegando a los últimos cinco encuentros de Segunda con opciones reales de soñar con LaLiga. Goleadas como el 5-1 ante el Albacete parecían reforzar ese idilio entre el sueño y la razón.
Al final, el equipo acabó instalado en una zona media-alta donde se suelen mezclar aquellos que celebran no estar más abajo con los que lloran no haber podido pelear más duro. El Deportivo volvió y convenció por tramos, aunque tuviera que dejar atrás las malas primeras noches de final de año. Aunque no fue un nuevo año en el que celebrar otro ascenso, sí fue un regreso a la altura de un equipo que no se conforma con Segunda División. No es poca cosa.
El Deportivo de Gilsanz y su idea para coger aire
Cuando Óscar Gilsanz asumió el banquillo del Deportivo de La Coruña en noviembre de 2024, tras la destitución de Imanol Idiakez, lo primero que hizo fue pisar el freno. El Dépor venía de un arranque con exceso de ambición y muy poca estructura: un equipo que quería dominar desde la posesión, con una salida de balón arriesgada y un bloque demasiado estirado que complicaba las transiciones defensivas.
Un equipo que no encontraba fluidez arriba ni seguridad atrás no podía dar resultados en una categoría tan compleja. Idiakez apostaba por un 1-4-2-3-1 bastante marcado, con laterales muy altos y extremos a pierna cambiada para reforzar el juego interior, pero lo cierto es que su Dépor se rompía con mucha facilidad ante cualquier presión del rival.
Gilsanz quiso mantener el dibujo para evitar cambios drásticos, pero corrigió el foco fundamental: menos protagonismo con balón, más orden sin él y más libertad para ser verticales. La presión dejó de ser tan adelantada, se cerraron espacios entre líneas y se reforzó la transición defensiva que pocas semanas antes hacía sufrir de más a los gallegos. Con el paso de las semanas, el equipo fue ganando en rigor, estabilidad y competitividad, sin perder por ello su capacidad ofensiva.
Uno de los cambios más significativos dentro del Deportivo fue la relación del equipo con el balón. Gilsanz apostó por posesiones más funcionales, priorizando las zonas de progresión y aprovechando el desequilibrio natural de Yeremay o la llegada de los interiores desde segunda línea. Sus laterales, menos protagonistas que con Idiakez, se incorporaban de manera más escalonada y coherente, sin dejar sus funciones naturales, mientras que el doble pivote aportaba estabilidad y rigor con balón sin complicaciones excesivas. La misión, en casi todo momento, era pretender llevar el balón a quienes podían resolver con él.
En ataque, el conjunto blanquiazul se volvió más vertical y peligroso a campo abierto. Las líneas pasaron a estar más juntas (viajando en bloque) y la estructura pasó a ser más compacta y segura, lo que ayudó a sostener mejor los resultados y competir de manera más fiable fuera de casa. Hacia el final de temporada, con el equipo más suelto y creyendo en lo que hacía, se vio un Dépor que no solo resistía, sino que proponía guiones sensatos en cada partido.
En medio de esa mezcla de solidez y descaro, se construyó una versión mucho más reconocible de un Deportivo de La Coruña que parece que puede ser uno de los gallos de pelea más peligrosos de LaLiga Hypermotion 25/26.

