El cuerpo técnico del Real Valladolid diseñó una sesión aparentemente de recuperación, que los jugadores acabaron convirtiendo en algo más que eso.
Los niños pequeños son, frecuentemente, quienes con mayor impaciencia aguardan el verano para que, con las vacaciones, lleguen los días de playa. Pero a veces, para disfrutar como un enano de la arena y el mar no hace falta ser un ídem. Ni tampoco que el día sea de teórico descanso para papá y mamá y para hacer castillos los peques. Basta con que haya un balón de por medio para que los adultos saquen de dentro al chiquillo que llevan dentro.
Y, para lo bueno y para lo malo -si es que hay algún factor que lo sea en el divertimento del equipo-, el plantel del Real Valladolid está plagado de creciditos canijos, tal y como demostraron en la sesión de este lunes, aparentemente de carácter regenerativo y que terminó siendo lúdico-competitiva por culpa de aquellos sanos piques que tenían con sus compis de colegio y que renacieron en los primeros días de pretemporada, con los de hoy día, en Las Contiendas y sobre el circuito de orientación preparado por el cuerpo técnico.
La playa de La Llana, bañada por el Mediterráneo, fue testigo de excepción de lo que ya empieza a convertirse en norma, de un entrenamiento distinto, atípico, que fomenta la unión del grupo por lo extraño del escenario o de los medios y la competitividad por el carácter, grácil y ganador, de los integrantes de la primera plantilla de la entidad blanquivioleta.
Diferentes molestias físicas impidieron al canterano Dani, a Diego Mariño, Alcatraz o Javi Guerra participar en las carreras de relevos, en los itinerarios con juegos improvisados en la arena y el agua y en el mini-torneo de futvoley que sirvió como colofón a una entretenida mañana. Víctor Pérez y Larsson, también al margen, estuvieron igualmente ausentes en la intensa sesión de tarde -valga la redundancia-, ya sobre el césped de Pinatar Arena.

