El meta gallego, criado en las categorías inferiores del Villarreal, llega a Valladolid con ganas de hacerse dueño y señor de la meta blanquivioleta, algo que de momento ya ha conseguido.
Diego Mariño (Vigo, nueve de mayo de 1990) fue el segundo fichaje de la temporada. Y vino a cubrir un puesto en el que ya había otros dos jugadores más. Cuando llegó a Zorrilla desde Villarreal dio las gracias a todos los miembros del club por la confianza y el interés que habían depositado en él y en su llegada. Nadie en la capital el Pisuerga esperaba un fichaje así, y menos con otros dos porteros teóricamente por delante. Pero el interés de la dirección deportiva y de Juan Ignacio Martínez en dar un salto de calidad debajo de los palos convirtieron la oportunidad de hacerse con sus servicios en irrechazable.
Desde el principio, Mariño ha asegurado que el juego que practica el Real Valladolid le va que ni pintado a sus características como cancerbero. Y dicho y hecho. Así lo ha demostrado en los tres partidos oficiales de Liga que ha disputado. Pero no solo entonces, puesto que ya durante la pretemporada también ha dejado ver que sus cualidades físicas y técnicas se acoplan a la perfección con el ideal de fútbol que ha propuesto Juan Ignacio a su llegada a Valladolid.
Tanto que, aunque en los partidos amistosos Jaime y el gallego se han repartido los minutos, en Liga no ha habido ninguna duda. Diego Mariño comenzó como titular ante el Athletic Club de Bilbao, siguió en Villarreal y repitió en casa ante el Getafe. Parece, hasta el momento, que el joven cancerbero ha convencido al técnico alicantino para que sea él el dueño y señor de la portería blanquivioleta, dejando en un segundo plano a Jaime.
Diego Mariño no es un guardameta cualquiera. No se parece a Jaime ni al exiliado –por razones deportivas, se entiende- Dani Hernández. Puede presumir de tener un control del balón con los pies envidiable. Además de unos reflejos por alto que hacen que sea el portero adecuado para el Real Valladolid en esta nueva andadura por Primera División.
Bien es cierto que el manejo del balón con los pies o mismamente sacar la pelota jugando y no al pelotazo hace que se generen -sobre todo en Zorrilla- ciertos momentos de angustia y ansiedad. Ese instante en el que el delantero del equipo contrario está acechando la portería y el cancerbero lo regatea para poder pasar el cuero al primer defensa. Muchas han sido las pifias y los goles que se han visto por jugadas como esa y para poder controlarlo y saber lo que hay que hacer en cada momento hay que tener mucha sangre fría.

Sangre fría, temple y seguridad es lo que tiene Diego Mariño a la hora de enfrentarse a situaciones de esas características. Cuando todo el mundo parece cerrar los ojos para no ver el fatal desenlace, Diego deja a un lado los nervios -que confiesa que apenas ha tenido en los partidos- y hace lo que sabe: recoger el cuero y sacarlo en corto, si puede. No renuncia a atajar la pelota, como es lógico, pero lo deja como segunda opción si antes tiene la posibilidad de poder jugar sin tener que levantar ni un centímetro el balón del césped.
Porque eso es lo que le gusta y lo que sabe hacer. Lo que le ha permitido ser internacional con todas las categorías inferiores de la selección española y lo que ha convencido a Juan Ignacio Martínez para que le coloque como guardián blanquivioleta. Lo que a buen seguro, si todo va como debería ir, dará muchas alegrías a la parroquia pucelana. Seguridad con los pies para ser el primer hombre que apuntale la defensa en busca del objetivo, la permanencia.
