Cada año, cuando el calendario se aproxima al primero de noviembre y las campanas recuerdan a las ánimas, un viejo conocido reaparece sobre los escenarios de toda España. Don Juan Tenorio es esa obra que siempre vuelve en este undécimo mes del año, en esta época de ánimas y recuerdo a los que nos dejaron. De hecho, en Caravaca de la Cruz, el mito se encarna de nuevo gracias al grupo de teatro Entrementes y a Guiasmur, en una tradición que ya es tan arraigada a la época como los buñuelos.
Y es que el célebre personaje de Don José Zorrilla no falta nunca a su cita con los vivos. El Tenorio nació en 1844, cuando su autor apenas contaba 27 años. Entonces, presentó la obra en el Teatro de la Cruz de Madrid y lo que nadie imaginaba es que aquella historia romántica, escrita con un pie en la poesía y otro en el escándalo, acabaría siendo la función más representada de la historia del teatro español. Desde 1868 no hay año en que Don Juan Tenorio no seduzca al público a comienzos del mes de noviembre.
El seductor Don Juan Tenorio que encontró la redención
José Zorrilla no solo reinventó el mito del conquistador, sino que lo humanizó y lo acercó a la realidad, dándole alma. Frente al burlador clásico, en general un personaje cínico y sin redención, Don Juan Tenorio se enamora, se arrepiente y se salva por ese amor que siente. En pleno siglo XIX, esta construcción del personaje se convirtió en dinamita pura.
De la realidad de ser un hombre arrogante, pendenciero y descreído a verse convertido en un hombre redimido solamente por la dulzura y el amor de una mujer. Así no extraña tanto que el público madrileño quedara completamente fascinado y la obra no parara, desde entonces, de acumular éxitos. Si hay un personaje lleno de contradicciones, ése es Don Juan Tenorio, un hombre traidor y noble, blasfemo y creyente o seductor y arrepentido. Todo a partes iguales.
Un tipo capaz de matar sin pestañear, pero que tiembla ante la inocencia de Doña Inés y el amor que empieza a sentir por ella. Es en esa dualidad sorprendente donde reside el magnetismo de una obra colosal. Una verdad que representa a la perfección el exceso, el pecado y la soberbia, pero también la posibilidad de que todo ello pueda encontrarse con el perdón.
El eco inmortal del Romanticismo
Y es en cada noviembre, cuando el telón se alza y los versos de Zorrilla resuenan, que España entera vuelve a mirar de reojo a su conciencia gracias a la representación de Don Juan Tenorio. Un texto que no es solo una obra teatral, sino que se convierte en un ritual colectivo que habla de un país y de sus contradicciones, así como de una época y de la valentía de exponerlo.
Se convierte de manera sencilla en una ceremonia donde la poesía, el amor y la muerte se dan la mano bajo la luz fría de la luna. José Zorrilla, con su pluma romántica y su sentido de lo trascendente, convirtió una historia de libertinaje en una parábola de redención donde un Don Juan arrastrado por su orgullo, termina reconociendo su culpa justo antes del amanecer, cuando las ánimas vagan entre los vivos.
Y ahí está el secreto de su vigencia, especialmente cada primero de noviembre, mientras los espectadores contienen la respiración y las campanas doblan a difuntos, José Zorrilla y su Don Juan vuelven para recordarnos que incluso la persona más perdida puede encontrar la luz y que entre el pecado y la salvación solo hay un verso de distancia.
 
			