Lo de pedir un dónut en España es algo casi místico. Un dulce tradicional, querido, que la gente adora. Vale para desayunar, merendar o para darte un capricho. Y sí, además de ese dulce que adoramos, es una marca registrada. Panrico creó su propia versión de un dulce americano para convertirlo en patrimonio nacional. De hecho, la misma palabra, escrita con tilde, se volvió un sinónimo de éxito comercial que derivó en litigios interminables.
Aunque parezca una locura, todo comenzó en los años cincuenta. Es entonces cuando el empresario catalán Andrés Costafreda descubrió los doughnuts en Estados Unidos y vio un posible negocio. Es en ese momento cuando decide traer la idea a España para adaptar la receta y fundar, en 1961, la Dónut Corporation Española, precursora de la actual y conocida Panrico. Es así como nació el dónut con acento propio, ese dulce mediterráneo disfrazado de tentación yanqui que todos hemos probado alguna vez en la vida. En muy poco tiempo, ese dulce se convirtió en parte de la dieta nacional, así como un compañero inseparable de algunos de los mejores cafés de nuestra vida.
Un dulce sin agujero… pero con muchos abogados
El éxito no se hizo esperar y fue tan rotundo que Panrico blindó la creación de los nuevos dónuts. De hecho, durante décadas ha defendido con uñas, dientes y bufetes de abogados que la palabra “dónut”, así, con tilde y cinco letras, era suya y de nadie más. Bimbo y Europastry intentaron en muchos momentos plantar cara a Panrico, pero perdieron estrepitosamente y la compañía Krispy Kreme sorteó el escollo usando el nombre completo de Estados Unidos, evitando el término prohibido para poder ahorrarse unos millones de euros en multas. Pero, atención, que Dunkin’ Donuts ha vivido una historia digna de culebrón legal.
La historia de cómo Dunkin logró darle dolor de cabeza a Panrico es una historia que merece la pena. De hecho, todo es gracias a una carambola empresarial. La compañía británica Allied Domecq era dueña de Dunkin y accionista de Panrico, por lo que permitió que se operara bajo el nombre “Dunkin’ Donuts España”. Pero el matrimonio duró muy poco y pronto comenzaron los problemas. Cuando Allied cambió de manos en 2007, el nuevo propietario de la empresa se quedó con los licores y vendió los donuts, y, con el vínculo roto, Dunkin debía rebautizarse. Es entonces cuando empiezan a llamarse Dunkin’ Coffee, un giro forzoso que marcó ese fin del permiso para usar la palabra patentada por Panrico.
El regreso de los dilemas a Donuts
Desde entonces, la exclusividad de Panrico se ha mantenido como una rareza legal. Una curiosidad casi folclórica que mantiene el apelativo de los Dónuts como uno de esos grandes ejemplos de rapidez y visión de negocio. Una historia, además, que habla de cómo una simple tilde puede marcar grandes fronteras comerciales. Mientras tanto, el mercado ha ido cambiando y, en estos tiempos en los que el azúcar empieza a demonizarse, la nostalgia vende, y las marcas estadounidenses vuelven a probar suerte en España, la vieja nueva competencia puede resurgir.
Pero, atención, que la última compañía en aterrizar para agitar el avispero ha sido Krispy Kreme, que tras años de negociaciones ha abierto una serie de locales en Leganés. Se llaman Teatro y son, básicamente, confiterías con escaparate y neón rojo donde el público puede ver cómo se realizan sus las rosquillas en tiempo real, añadiendo un componente de cercanía y artesanía que puede tener un gran impacto. El proyecto, impulsado por la familia Zamudio-Terrazas, supone una inversión inicial de seis millones de euros y una hoja de ruta ambiciosa para tener 50 tiendas en cinco años.
 
			