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Dos de doce

por Jesús Moreno
21 de febrero de 2013
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Jesús Moreno habla de las exigencias de buen juego a un Real Valladolid al que, sin embargo, se le presupone un objetivo modesto.

 

Foto: knicksstateofmind.com
Foto: knicksstateofmind.com

El domingo pasado me vino a la cabeza la historia de John Starks. Exjugador de los New York Knicks y apodado ‘Clemenza’ por el mítico Andrés Montes, como el lugarteniente de Vito Corleone, por ser el caporegime del ‘padrino’ Patrick Ewing en el equipo de la Gran Manzana.

John ‘Clemenza’ Starks fue un jornalero de la gloria, como diría José María García. Un hombre hecho a sí mismo, que no fue drafteado por ninguna franquicia NBA y que tuvo que cincelarse su carrera en el deporte de la cansata a base de esfuerzo, talento y coraje. Creciendo temporada tras temporada, año a año, en el mundo del baloncesto NBA hasta consagrarse como jugador ‘All Star’ y guiar junto con Patrick Ewing a los Knicks a la final de la liga americana. Por desgracia para nuestro hombre, pasará a la historia por encestar apenas dos tiros de dieciocho intentos en el séptimo y último partido de la final de la liga. Dos de dieciocho, en una final y ante millones de espectadores. Injusta manera de resumir una carrera deportiva cincelada a golpe de triple, de rebote, de esfuerzo y de lucha.

Recordaba a ‘Clemenza’ Starks el domingo cuando un periodista realizó un enigmático comentario a Miroslav Djukic en la rueda de prensa posterior al partido. “Míster, dos de doce”. Dos de doce como manera de resumir una temporada que hasta el día de hoy está siendo notable por rendimiento, puntuación y vistosidad del juego. Dos de doce a modo de amnesia como si las veinticuatro jornadas de Liga hubieran desaparecido de un plumazo igual que si hubiéramos sido sometidos al neurolizador con el que los ‘Men in Black’ borran de la memoria los recuerdos comprometedores.

Bien es cierto que los últimos dos partidos del Real Valladolid han sido tan insípidos como la sopa de un hospital, pero por la situación del equipo y por la altura de la competición en la que nos encontramos no creo que se encuentren motivos suficientes como para apretar el botón rojo que enciende las alarmas. Y más aún cuando se ha interiorizado de tal manera que la meta de este equipo es la permanencia -lejos de que el objetivo sea la victoria en cada uno de los campos donde nos presentemos, como reza la letra de nuestro himno- y el descenso queda todavía a diez puntos de ventaja con cada vez menos partidos por disputarse, que el hecho de no ganar en los últimos partidos disputados no debe ser motivo de mayor quebradero de cabeza.

Es curioso, de todas formas, cómo el objetivo de este equipo nos es otro que mantener la categoría sin mayores virtuosismos, como cualquier equipo modesto de la competición y, sin embargo, exigimos juego y victorias como si de un equipo grande se tratase hasta el punto de perder los nervios si estas se consiguen de manera un tanto afortunada como en Pamplona o si apenas se cosecha un punto en una lección perfecta de trabajo defensivo como ocurrió no hace tanto en el estadio del Betis.

Me parece pronto como para dramatizar con la situación del equipo. Pronto e injusto pues corremos el riesgo de, como pasó con John Starks, olvidar que este equipo al igual que el fantástico jugador de los Knicks, es un ejemplo de superación, profesionalidad, sacrificio y orgullo. Rebajarlo a un dos de doce es para pensar que no estamos hablando del mismo equipo, de la misma liga ni del mismo juego.

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